Este tipo de fenómenos genera la migración económica de personas que dejan sus lugares de residencia en busca de oportunidades de trabajo, y que, de manera general, podrían ser comparados con los refugiados y expulsados por conflictos armados; sin embargo, el tratamiento que se le da a ambos es distinto, pues a diferencia de los refugiados, los migrantes económicos son un subproducto consecuente del diseño del orden (8) y por tanto una consecuencia de sí mismo.
LA EXPULSIÓN COMO CONSECUENCIA DEL ORDEN
Para profundizar en el análisis de la emergencia de esta fuerza social constituida por consumidores fallidos y sujetos excluidos, se debe puntualizar en la dinámica de exclusión que opera como principio de la estructura del orden internacional actual. Al respecto, Saskia Sassen señala que el modo de producción actual se ha reestructurado desde los años ochenta, con base en dos lógicas:
Una es sistémica y se conecta a las políticas económicas y (des) reguladoras de la mayoría de los países, la más importante de las cuales son la privatización y la eliminación de aranceles a las importaciones [...] La segunda lógica es la transformación de áreas cada vez mayores del mundo en zonas extremas para esos modos nuevos y muy aumentados de extracción de beneficios. Las más conocidas son las ciudades globales y los espacios para el trabajo tercerizado (2015, p.30).
Sassen argumenta que el nuevo modo de producción está encaminado hacia la construcción de zonas de extracción de beneficios, de las que se obtienen recursos materiales y energéticos para suministrar las cadenas de producción internacional. Sin embargo, en este proceso los grupos humanos que habitan esas zonas se convierten en elementos que habrá que remover o expulsar para poder conseguir el suministro de esos insumos, de tal manera que se convierten en espectadores del proceso productivo, que en el mejor de los casos se integrarán temporalmente a la actividad económica, pero quedarán al margen de los beneficios que esta produce; pues la lógica extractiva conlleva que las utilidades se desplacen hacia otras latitudes desde donde se opera esta acción, una evidencia más de la relación colonizador–colonizado que plantea Mbembe.
Regresando al ejemplo de la deslocalización de la cadena de valor, se puede observar cómo los vaivenes de los mercados internacionales propician que los puntos extractivos se muevan de una región a otra en función de los beneficios económicos y las políticas diseñadas para la atracción de inversión en los diversos mercados–nación que integran el sistema internacional. Ahora bien, estos no operan bajo la voluntad egoísta de sus gobiernos, por el contrario, se ven determinados por el conjunto de normas y acuerdos internacionales que sostienen una estructura hegemónica construida por la articulación de capacidades materiales, ideas e instituciones que en este caso constituyen el orden democrático–neoliberal planteado al comienzo de este trabajo.
Esto quiere decir que esas expulsiones no son simplemente resultado de la decisión o la acción de un individuo, una empresa o un gobierno. Es verdad que tales decisiones y acciones cuentan, pero son parte de un conjunto mayor de elementos, condiciones y dinámicas que se refuerzan mutuamente (Sassen, 2015, p.92).
Pero no podemos decir simplemente que el FMI y el Banco Central Europeo (BCE) sean responsables de los resultados externos examinados en este capítulo; las decisiones de esos actores poderosos son parte de un conjunto mayor de cambios institucionales implementados en nombre de “la forma apropiada de manejar una economía”, idea que se remonta a la década de 1980 y que ahora se ha extendido por todo el mundo (Sassen, 2015, p.93).
De esta manera, Sassen evidencia la construcción de una idea hegemónica relacionada con la “forma apropiada de manejar la economía” y con ello presenta el marco de analogía para la propuesta de Mbembe para la relación entre el modelo político del colonizador y el colonizado. También se muestra cómo este modelo productivo tiende hacia una lógica predatoria al crear regiones en las que la extracción de beneficios genera una expulsión de individuos que se colocan al margen de aquellos de estas dinámicas, y produce consumidores fallidos que se convierten en los pasivos del sistema, de los que el propio sistema —orden— habrá de apartarse conteniéndolos a través de una lógica de fragmentación territorial.
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