SOBERANÍA Y MERCADO–NACIÓN
Otro concepto que abona a entender estas formaciones estatales peculiares que devienen de la configuración de la estructura histórica es el de mercado–nación, propuesto por Sayak Valencia, para quien el estado ha dejado de ser el resultado de un pacto social en el que se cede el uso de la violencia al soberano; por el contrario, el estado contemporáneo es el resultado del estallido del estado benefactor:
El estallido del Estado benefactor, puede observarse en el desplazamiento de la gubernamentalidad dirigida por la economía (las empresas trasnacionales legítimas e ilegítimas, que hacen que las lógicas mercantiles sean adoptadas inexorablemente por todo el sistema) transformando el concepto del Estado–nación, por el de Mercado–nación, es decir, transformando una unidad política en una unidad económica regida por las leyes del beneficio y del intercambio empresarial, y conectada por múltiples lazos al mercado global (2010, p.31).
Esta propuesta conceptual de mercado–nación evoca la unidad económica con la que se administra el orden en la estructura histórica. Se enfoca en el mercado en lugar de la nación, pues son ahora los mercados las unidades de análisis del sistema económico internacional. Respecto a ello, Valencia encuentra que el neoliberalismo presenta a la globalización económica fundamentada en la igualdad, pues en un ambiente de libre acceso a las mercancías “se ordena a la aceptación del mercado como único campo que todo lo iguala pues instaura necesidades, naturalmente artificiales, que incitan al consumo sin diferencia alguna”, y en el que “un nuevo formato de nacionalismo que apela a los conceptos de unión e identificación a través del consumo tanto de bienes simbólicos como materiales” (pp. 32–33).
De esta manera, el mercado–nación también se erige como un nivel de análisis de la estructura histórica que impone el orden, en el que converge el estado necropolítico, pues los mercados se convierten en “territorios subjetivos conquistables” a los que se podrá imponer una nueva lógica organizativa a través de la fragmentación espacial. Una vez más, las reformas laborales se erigen como un ejemplo obvio de estas prácticas, en la que los países flexibilizan sus mercados labores en función de las sugerencias y observaciones que hacen instituciones internacionales como el FMI o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), para garantizar la armonización de las ideas hegemónicas sobre cómo debe ser manejada o no la economía.
El estado necropolítico y el mercado–nación se convierten en una configuración que refleja la lógica del orden hegemónico construido por la articulación de capacidades materiales, ideas e instituciones en un punto histórico preciso, que reproducen una práctica excluyente hacía aquellos sujetos que se presentan como residuales o superfluos.
EL SUJETO EXCLUIDO
Una vez revisado de manera general el marco explicativo para el orden internacional, es necesario exponer de qué manera impacta este orden en el sujeto; para ello es necesario recordar que este análisis está encaminado a identificar a esta nueva fuerza social conformada por aquellos sujetos que han sido excluidos o apartados del orden, como consecuencia a las propias dinámicas de este.
Como ya se ha expuesto, el orden democrático–neoliberal ha formado estados necropolíticos que fragmentan sus territorios y someten a sus ciudadanos a regímenes de excepción frente a la crisis, para poder ejercer su soberanía a través de la necropolítica, excluyendo a grupos de personas del orden. Desplazados por conflictos armados, migrantes económicos, desempleados, reos, indígenas desplazados por proyectos extractivos, habitantes de suburbios urbanos, campesinos olvidados por las políticas públicas, son algunos de los perfiles sobre los que se ejerce la necropolítica, al excluirlos económicamente o políticamente del orden. Además, estos estados han adquirido la categoría de mercados–nación desde los que se impone el orden de exclusión.
Para construir este perfil del sujeto excluido es necesario identificar cómo es que estos permanecen al margen del orden. Al respecto, Bauman explica la condición general en la que se sitúan, citando a Czarnowski:
En una brillante penetración en la condición y conducta de las personas “supernumerarias” o “marginadas” el gran intelectual polaco Stefan Czarnowski las describe como “individuos declasessés que no poseen ningún estatus social definido, considerados superfluos desde el punto de vista de la producción material e intelectual y que se ven a sí mismos como tales”… La “sociedad organizada” los trata como “gorrones e intrusos, en el mejor de los casos les acusa de tener pretensiones injustificadas o de indolencia, a menudo de toda suerte de maldades como intrigar, estafar, vivir una vida al borde de la criminalidad, mas, en cualquiera de los casos, de parasitar en el cuerpo social” (2005, p.59).
Una prueba de ello: bastaría revisar el perfil de aquellos migrantes económicos indocumentados que se han convertido en el objeto de ataques de las facciones populistas ultraconservadoras en Europa en años recientes.
EXCLUSIÓN ECONÓMICA Y CONSUMO
Un elemento común en estos perfiles es su incapacidad por insertarse en el aparato productivo del orden democrático–neoliberal. Respecto a ello, Bauman explica a la sociedad de consumo como consecuencia del orden económico que se ha moldeado a finales del siglo XX y principios del XXI. Señala que en la sociedad de consumo el ciudadano deviene consumista, y dentro de esa sociedad, aquellos que no cuenten con el potencial económico para consumir, podrán calificarse como “consumidores fallidos”:
En una sociedad de consumidores, se trata de “consumidores fallidos”, personas que carecen del dinero que les permitiría expandir la capacidad del mercado de consumo, en tanto que crearan otra clase de demanda, a la que la industria de consumo orientada al beneficio no puede responder ni puede colonizar de modo rentable. Los consumidores son los principales activos de la sociedad de consumo; los consumidores fallidos son sus más fastidiosos y costosos pasivos (2005, p.57).
Así, los consumidores fallidos podrían ser identificados como una fuerza social que nace como consecuencia del orden: desempleados, migrantes económicos, pero, sobre todo, los excedentes de la población productiva serán los principales grupos sociales que conformarán el perfil del consumidor fallido. Bauman explica que estos son consecuencia del propio modelo productivo, pues en su diseño el propio modelo se centra en la producción de bienes y servicios de consumo con una vida útil temporal, que obliga a una constante trasformación de los modos de producción a través de la innovación. Aquellos sujetos que no cuenten con la capacidad suficiente para adaptarse a dichos cambios e insertarse en las dinámicas productivas innovadoras, serán los que queden al margen de los beneficios del propio sistema. (6)
Un ejemplo de ello se puede observar en los efectos de las crisis financieras en las dinámicas de la deslocalización de la cadena valor. Después de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos, la industria automotriz se vio fuertemente afectada, lo que generó que grandes centros industriales tuvieran que migrar a otros territorios para reducir los costos de producción. La reducción de costos, por medio de la deslocalización de la cadena de valor, puede ser vista como un proceso innovador que se pudo articular en un momento determinado en el que el libre comercio lo permitía. De esta manera, las plantas productoras tuvieron que migrar a otros países en donde la mano de obra fuera más barata. Tras de sí, dejaron ciudades en bancarrota que debieron asumir las consecuencias de este desplazamiento, (7) enfrentando incrementos en las tasas de desempleo y aumento en los índices de delitos (González, 2013).
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