El planteamiento de Mbembe se inspira en la propuesta foucaultiana sobre el biopoder y la biopolítica, pero no solo se enfoca en el poder centrado en la vida o en cómo la promoción de ella sostiene al soberano que gobierna–ordena bajo su soberanía. Por el contrario, la necropolítica de Mbembe enfatiza en su opuesto, en la capacidad del colonizador para ejercer su soberanía en las colonias a través de dispositivos que ejecuten la muerte; en este sentido, parte del supuesto de Foucault de que “la soberanía consiste en ejercer un control sobre la mortalidad y definir la vida como el despliegue y la manifestación del poder” (p.20).
El argumento se fortalece al comparar la definición de Carl Schmitt de soberanía que recurre al principio de igualdad jurídica entre los estados, (3) lo que provoca que para garantizar su soberanía los estados habrán de civilizar sus métodos para ejercer la violencia en la población, específicamente civilizando la manera en que ejercen su derecho a matar. Desde el planteamiento postcolonialista de Mbembe, los enfrentamientos entre estados serán considerados guerras civilizadas. Sin embargo, las colonias, al permanecer en una condición anterior a la de los estados modernos, se presentarán como el enemigo discursivo que amalgamará la noción de soberanía en aquellos estados colonizadores. Así, la paz tendrá un rostro de guerra sin fin en la que se contrapongan la política del colonizador por encima de la política del colonizado (p.37). Si bien Mbembe señala a ese orden como el orden europeo, para el propósito de este trabajo se considera como aquel que emanó después de la Guerra Fría y a partir de ahora se podría señalar como la estructura histórica que se analiza en este trabajo.
Para entender mejor esta lucha entre el modelo colonizador y el colonizado, Mbembe recuerda que la inferioridad de las colonias nunca estuvo sostenida en función del color de la piel, como sí en las prácticas naturales de los pueblos doblegados (p.34), y es justamente esta precisión en donde se encuentra el vínculo con Cox, pues en el fondo esta confrontación de modelos históricos se puede identificar desde el modelo de análisis de las estructuras históricas.
Retomando el ejemplo del modo de producción sostenido en el libre comercio, específicamente de la cadena de valor deslocalizada, este podría entenderse como el elemento colonizador que se impone frente a otros modelos anteriores, como puede ser el caso de las reformas laborales de México en 2012 o en Francia en 2016, que han tenido que ajustar sus legislaciones laborales para facilitar el flujo de capitales internacionales, pero sobre todo que esos ajustes van encaminados a facilitar la localización y deslocalización de cadenas de valor en cada país. Si bien México y Francia no son consideradas naciones colonizadas, estas políticas se entienden como un ajuste de la política interna, provocado en buena medida por la presión externa que ejerce la estructura del orden internacional, pues dichas reformas políticas han atendido al proceso de desregulación estatal del mercado laboral, que es uno de los pilares con que opera el capitalismo neoliberal actual.
Por otro lado, Mbembe profundiza su análisis y retoma de Fanon la idea de la fragmentación territorial como orden para poder ejecutar las políticas colonizadoras en los territorios que habrán de adoptar el nuevo modelo político. En la colonia existe una exclusividad recíproca entre los colonos y los colonizados. Mbembe sitúa su evidencia empírica en los territorios ocupados palestinos, en donde Israel, como poder colonizador, ha fragmentado los territorios para poder administrarlos, aislando para coartar toda posibilidad de organización social que pudiera replicar aquellas prácticas naturales del grupo social vencido, en ese caso el de los palestinos. En este sentido, se genera toda una industria tecnológica del control territorial que excluye a los colonizados de los colonizadores.
Retomando a Cox, este planteamiento podría ser considerado como una capacidad organizativa, así como ya se analizó la fragmentación de la cadena de valor en los procesos de producción. En el caso de Palestina, la exclusión de los territorios ocupados respecto de Israel permite eficientar los costos del control sobre los grupos sociales dominados. Y, de esta manera, la muerte se civiliza al convertirla en un acto más preciso. Si bien son numerosos los casos de imprecisión en la historia militar del conflicto árabe–israelí, en lo que respecta al principio de igualdad jurídica Israel ha podido permanecer exento del juicio internacional. (4)
Hasta aquí, Mbembe nos aporta una descripción peculiar del estado en el que la soberanía recae en la capacidad para hacer morir a aquellos que no se sujetan a las prácticas sociales hegemónicas colonizadoras, pero sobre todo aquellos que representan una amenaza a la supervivencia de estas. Pero, para entender mejor la relación entre el colonizador y el colonizado es necesario resaltar la explicación necropolítica que Mbembe hace del holocausto judío y la construcción del estereotipo judío como amenaza a la supervivencia del estado nazi. Para él, la construcción discursiva del estereotipo judío se fundamentaba en la existencia del otro como atentado a la propia vida, esto es, la existencia del judío como amenaza a la raza aria. Por lo tanto, su eliminación biofísica —la de los judíos— refuerza el potencial propio de vida y seguridad: la de los arios. Sí bien hoy en día el nazismo como ideología ha muerto, el ascenso de los nacionalismos radicales que recurren a la práctica populista centran su construcción discursiva en la identificación de un ellos, al señalar la imposibilidad de su continuidad para poder restaurar los valores sociales en los que recae su identificación como pueblo (nosotros). (5)
NECROPOLÍTICA Y EXCLUSIÓN
La necropolítica, entonces, se podría entender como el poder soberano que se ejerce a través de la fragmentación de aquellos grupos vencidos, sobre los que recae la construcción discursiva de inferioridad y amenaza a la propia supervivencia del estado colonizador. Esta fragmentación tendrá como objetivo eficientar y civilizar el uso legítimo de la fuerza al interior del estado, para evitar la confrontación con otros y con ello garantizar la propia soberanía.
En este punto, la propuesta de Mbembe se vincula con la de Cox (2014, p.144) en lo que se refiere a los tres niveles de la estructura del orden internacional, específicamente con el nivel de las fuerzas sociales y las formas de estado, producto de una codificación específica de ideas, instituciones y capacidades materiales. Para el caso del estado necropolítico de Mbembe, se puede identificar en los colonizados a una fuerza social que se articula entre los territorios o estados que viven bajo un tipo de colonización, ya sea por no contar con un método eficiente para ejercer la violencia, o bien por no replicar las prácticas sociales hegemónicas del sistema internacional, en este caso el capitalismo neoliberal o la democracia.
Por ello, la exclusión territorial se articularía en función de aquellos territorios en los que la democracia y el capitalismo neoliberal no sean aplicados de acuerdo con los designios del orden hegemónico. Para ejemplificar esto, la deslocalización de la cadena de valor podría ser entendida como esa capacidad material que se relaciona con las ideas capitalistas neoliberales del libre tránsito de mercancías y capitales y que se sostiene en instituciones como la OMC, encargada de procurar el libre comercio; o el FMI, encargado de procurar el buen funcionamiento de los sistemas financieros nacionales, en concordancia con el sistema financiero internacional.
Este reflejo del orden internacional, reflejado en el entramado institucional del sistema financiero, irá a ejercer la necropolítica para afianzar su hegemonía en aquellos territorios en donde las prácticas sociales y políticas pongan en riesgo su propia supervivencia. De esta manera, una práctica de política como el mal manejo de la deuda soberana, o el robustecimiento de las instituciones de bienestar social estatales, como le sucedió a Grecia en 2010, sería razón suficiente para que este estado sea sujeto de segregación y de un tratamiento de crisis permanente para poder intervenir en él e imponer las prácticas hegemónicas, relacionadas con la socialización de la deuda pública, la trasparencia y la reducción del estado de bienestar.
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