—Cierto, ello significa que nos encontramos ante un asesinato de connotaciones personales. Parece una ejecución plenamente planificada —opinó Gálvez mientras aceptaba la cerveza que le era ofrecida por el médico.
Ambos se sentaron en sendos taburetes junto al cadáver.
—¿Quizá un ajuste de cuentas, una venganza?
—Puede ser. No cabe duda de que al asesino le guía una motivación personal. No le basta con matar, quiere dejarnos un mensaje. Reserva la habitación del hotel, consigue que vaya el obispo, lo deja inconsciente con el cloroformo, lo desnuda, lo ata a la silla, arranca los botones de la sotana y con un…
—Un laringoscopio —puntualizó el médico—, una especie de pequeña pala que separa la lengua y facilita la intubación. Es fácil obtener uno.
—Eso, con la ayuda de un laringoscopio y con mucha paciencia le introduce en el esófago, uno a uno, los treinta y tres botones.
—Así es, el rasguño que le hemos encontrado en la faringe confirma que utilizó un laringoscopio para despejar la vía al esófago y así introducir los botones. Por lo demás, puede resultar un trabajo meticuloso, pero no complicado, pues el diámetro del botón es de dos centímetros, mientras que el del esófago en una persona adulta es de tres centímetros.
—Por eso inmovilizó al obispo en una silla, para que la gravedad hiciese el resto: que todos los botones llegasen al estómago.
—Sí que es un caso extraño —aseveró el médico forense mientras apuraba su botellín de cerveza.
De repente, la puerta de vaivén se abrió y apareció una enfermera.
—¿El subinspector Gálvez?
—Sí. —El policía se levantó de su taburete.
—Han llamado por teléfono desde la Jefatura de Policía. Quieren que vuelva al hotel donde se produjo el asesinato.
16
Velarde se aflojó el nudo de la corbata mientras deambulaba de un lado a otro del despacho.
La religiosa seguía sentada. Inmóvil. Cabizbaja, Esperando nuevas preguntas con las que poder ayudar.
El policía sacó del bolsillo izquierdo de la chaqueta su bloc de notas. Lo abrió por una página en concreto.
—Lo más inquietante de todo es la inscripción de la frente.
La monja levantó la cabeza como si le hubiesen accionado algún tipo de resorte, mostrando interés.
—¿Cómo? ¿Le escribió algo en la frente?
—Sí, creemos que utilizando un bisturí.
—¿Le realizó cortes en la frente? —prorrumpió con repulsa—. ¡Es un sádico!
Y se santiguó de forma ostensible.
—Puede ser. Le talló en la frente lo siguiente...
Y Velarde colocó sobre la mesa, frente a ella, el bloc abierto por la página donde estaba anotado el extraño código:
—¡Quince, trece, once! No parece una fecha.
La religiosa cogió el bloc con sus manos. Su mirada se convirtió en incisiva y su ceño se frunció.
El policía se percató del gesto de estupefacción de ella.
—¿Le ocurre algo? —preguntó, perplejo.
—¿RVR 60? Sé lo que significa. Dios mío, la he tenido tanta veces en mis manos.
Se levantó bruscamente de su silla y se acercó a las estanterías repletas de libros. Comenzó a rebuscar entre ellos.
—Está equivocado: no es un quince.
—¿Cómo?
—Lo que usted creía que era un quince es la abreviatura bíblica del libro de Isaías: IS.
Y extrajo un libro de considerables dimensiones que abrió sobre la mesa y comenzó a hojearlo.
—¡Aquí está! —exclamó la monja, con euforia contenida, mientras señalaba con el dedo índice el texto exacto para que el policía leyese—: Isaías, versículo 13, párrafo 11.
—«Castigaré a los impíos por su iniquidad; acabaré con la arrogancia de los soberbios y abatiré la altivez de los despiadados» —leyó Velarde, de forma pausada, casi ceremoniosa.
Aurora se mostraba entusiasmada con su descubrimiento y no cesaba de ofrecer información, con una locuacidad inusitada.
—¿Sabe cuál es el significado etimológico de Biblia? Es de origen griego y significa «libros», porque es el compendio de dos grandes bibliotecas: el Antiguo y el Nuevo Testamento. El que nos interesa ahora es el primero: el Antiguo Testamento está compuesto por cuarenta y seis libros que se dividen en diversos grupos según la temática. El Pentateuco lo forman cinco libros; los Libros Históricos son dieciséis; tres los Libros Poéticos; cinco los Libros Sapienciales; y, por último, los Libros Proféticos son diecisiete: Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías y…, —se detuvo, intencionadamente.
—A ver si lo adivino: Isaías.
La religiosa simuló unas palmas silenciosas.
—Entonces… —continuó el policía—, nos encontramos ante una cita bíblica.
—Pero no una cita cualquiera —espetó ella, aún embriagada por la euforia—, este versículo, el libro entero de Isaías, es un himno a la capacidad punitiva de Dios, a su poder inmisericorde de castigar.
17
El recepcionista del Hotel Tívoli leía, tranquilamente, el periódico.
ABC
Martes, 21 de octubre de 1975
TODO PREPARADO PARA LA «MARCHA VERDE» SOBRE EL SÁHARA.
«Más de medio millón de marroquíes han respondido al llamamiento del rey Hassan II y se han inscrito para formar parte de la “Marcha Verde” (así llamada porque en las costumbres islámicas el color verde simboliza la paz y la buena voluntad).
Aunque solamente el rey sabe la fecha de su comienzo y, presumiblemente, no la hará pública hasta que todo el contingente humano esté concentrado en Tarfaya, ciudad marroquí situada a unos treinta kilómetros del Sáhara».
CAMPOS MINADOS
«Según informaciones procedentes de El Aaiun, la frontera entre el Sáhara español y Marruecos está sembrada de minas. Algunas de ellas constituyen la línea defensiva española y otras han sido colocadas por los propios marroquíes tanto a un lado como a otro de la línea divisoria.
La existencia de tales minas, muchas de ellas desconocidas para las fuerzas españolas, e imposibles de desactivar en un plazo tan corto, añade un peligro más a la iniciativa provocadora de Hassan II.
Desde el Alto Estado Mayor se nos confirma que el contingente militar español está en extrema alerta y preparado para intervenir en cualquier momento, mientras que los esfuerzos diplomáticos se intensifican para que el monarca marroquí desista de sus provocaciones».
La lectura es interrumpida al abrirse la puerta de acceso desde la calle. El recepcionista se levantó de su asiento para recibir al visitante.
—Buenos días, señor, le doy la bienvenida al Hotel Tívoli. ¿En qué puedo servirle? ¿Desea una habitación?
—Soy el subinspector Gálvez y…
—Ah, sí. Resulta que esta mañana, recuperados ya de la impresión del crimen de ayer, hemos repasado los registros del hotel y hemos comprobado que el día en que se reservó la habitación se nos entregó un pequeño paquete para su custodia en nuestra caja fuerte.
—¿Y ese paquete fue retirado? —preguntó, perplejo, el policía.
—No. Nadie lo ha retirado. —Y seguidamente colocó sobre el mostrador un pequeño paquete, de forma rectangular, envuelto con papel de regalo.
Gálvez quedó inmóvil, pensativo, todavía estupefacto por aquella nueva pista.
Cogió el paquete entre sus manos. Lo sopesó. Lo zarandeó levemente para escuchar si su contenido se movía.
Dudó qué hacer.
Al final, decidió abrirlo allí mismo, ante la mirada expectante del recepcionista.
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