Laura Riñón Sirera - El sonido de un tren en la noche

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El sonido de un tren en la noche: краткое содержание, описание и аннотация

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Una novela sobre la
huida. Una novela sobre el pasado y la posibilidad de volver atrás. Esta es la historia del viaje interminable de una mujer que pudo tenerlo todo y que se vio obligada a olvidar su pasado para convertirse en otra persona, con la que tuvo que aprender a convivir. Una mujer a la que la vida le enseñó que
en la huida el cobarde demuestra su valentía.

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Se llevó mi abrigo hasta una puerta al otro lado del salón, y dejó un rastro de agua detrás de ella. Oí sonidos de cazuelas y cucharas en la distancia y mi estómago empezó a rugir. La puerta tras la que había desaparecido mi anfitriona volvió a abrirse y su figura regresó entre las sombras:

—Aquí tienes —dijo— este caldo tiene poderes curativos… Bebe despacio que está muy caliente, ya verás, en seguida entrarás en calor.

Flexioné y estiré los dedos varias veces antes de agarrar la taza y sonreí. Inspiré el aroma del brandy y acto seguido me abrasé los labios sin apenas mojarlos. Sujeté la taza con las dos manos para evitar que el caldo se derramara. Ella levantó el dedo índice y puso los brazos en jarras, te lo he advertido, rechistó antes de hundir un atizador en las brasas. Dio unas palmadas y sacudió el hollín de sus manos, tomó el libro que había sobre la mesa y se sentó a leer en el sofá. Agradecí la distancia que momentáneamente puso entre nosotras. La observé con la mirada de confianza que tienen los que han compartido la rutina de una larga vida. El caldo se filtró por mis huesos y consiguió que los espasmos cesaran.

—Muchas gracias —dije apenas sin voz—, estaba delicioso.

—Lo sé —añadió sin apartar la vista de su novela—. Te dije que tenía poderes curativos. Todos lo saben.

—Sí, estoy segura de ello.

Busqué a mi alrededor a alguien a quien hiciera referencia con ese «todos». Escudriñé la estancia y junto a la chimenea descubrí varios marcos con fotografías, imágenes en blanco y negro, enmarcadas y arracimadas, que se extendían por los claroscuros de la pared.

—Es mi familia —explicó con su mirada posada en la mía—, desde mis bisabuelos hasta nosotras. — ¿Nosotras? — esos de allí son ellos, mis bisabuelos, —señaló la foto más alejada— llegaron desde el este allá por el año 1880, y en ese mismo año pusieron la primera piedra de este lugar… Oh, my Ocean! —su mirada se quedó suspendida en el álbum de fotos colgado—. El año pasado celebramos el primer centenario de La Casa de La Playa. ¡Un siglo de vida!… oh… Es una pena que no te perdieras por aquel entonces… Fue una celebración memorable.

Repitió el chasquido con su lengua, se sonrió, regresó a las páginas de su novela y sus palabras se quedaron flotando entre nosotras. Bajo el peso de las mantas mi cuerpo seguía tenso. Pensé en Alicia en el País de las Maravillas , en la madriguera y en el viaje que tantas veces había leído de niña. Apenas habían pasado unas semanas desde mi huida y sentada en aquel salón me parecía estar a una eternidad de distancia de mi vida.

—Así que te has perdido —exclamó de pronto. Parecía que estuviera leyendo mi historia en su novela.

—Sí, bueno, iba a…, venía de…

—No te preocupes, no es algo habitual en esta época del año, pero a veces pasa —la miré extrañada—: No me refiero a perderse, no, la gente se pierde constantemente. Yo, sin ir más lejos, hace un par de meses me perdí cuando fui al mercado… Y eso que he crecido en las tres calles que tiene este pueblo… ¡Imagina! —Dio una palmada al aire—. Pero algunas personas creen que llegan hasta aquí por culpa de la carretera, un desvío confuso entre las montañas o algo parecido, pero eso no es cierto —la luz del fuego iluminó su rostro y habló en un susurro—: Si llegáis hasta aquí es porque el destino así lo ha querido. La casualidad no tiene nada que ver con Hats.

—¿Hats?

—Exacto, sweetie . Hats. Bienvenida a La Casa de La Playa… Un nombre muy original, ¿no te parece? —Una carcajada interrumpió su explicación—. Y justo ahí —señaló con el dedo pulgar por encima de su hombro—, se sirve la mejor comida de la costa oeste. Y no es porque lo diga yo. Pero así es.

—Ah…

—Me llamo Dolly, por cierto.

—Yo…

—Quizá sea demasiada información. Lo siento.

—No, no… es que… yo. Sophie. Me llamo Sophie. —Sentí el calor subir por mis mejillas.

—Sophie… Mmmm… Bienvenida.

No dejé de revolverme en la butaca; estaba incómoda, me incorporé y desvié mi atenciLón hacia las siluetas inertes ocultas en la oscuridad. Dos mesas de madera alargadas protegían nuestra retaguardia y, sobre ellas, varios jarrones de cristal vacíos se reflejaban en la cristalera desde la que se intuía el mar. La luz tenue iluminaba las paredes del fondo, una alacena atestada de vajilla y copas de varios colores cubría una de las paredes. El brillo de la mirada de Dolly me vigilaba en medio de la oscuridad y las sombras de las plantas se propagaban por los rincones hacia el techo.

—Parece un museo.

—Ya lo creo que lo parece —sonrió orgullosa—. Mucha gente ha estado interesada en llevarse algo de aquí, una silla, un jarrón, un cuadro… Pero no, no, no —movió el dedo índice despacio y negó con la cabeza—, aquí no hay nada a la venta. Todo esto forma parte de nuestra historia. Es nuestra historia, y así debe seguir siendo.

—Es un lugar encantador, Dolly. Es tan…

—Mágico. Sí, lo sé.

Sí. Lo sabía. Ella formaba parte de esa magia. Y no era más que un salón atestado de muebles viejos decorado con objetos antiguos y fotografías de vidas pasadas, pero la historia que pesaba sobre ellos y la luz que iluminaba la estancia lo transformaba en un escenario extraordinario. La voz de Dolly flotaba en el aire, como una suave melodía, y parecía estar recitando su discurso, aunque hablara con la contundencia del que se sabe con la razón. En ocasiones, cada vez que descubría algún objeto nuevo, regresaba a ella, pero no me atrevía a preguntar nada. Me quedaba hipnotizada con los destellos del agua marina de su mirada. Apenas tocaba el suelo con los pies y sus cortas piernas se balanceaban en el aire y la dotaban de una graciosa jovialidad y, mientras hablaba, jugueteaba con los bucles plateados de su melena. Durante el breve tiempo que duró su bienvenida me liberé de la soledad desparramada por mi cabeza y me sentí protegida por los brazos de la butaca.

De pronto sentí la necesidad de salir corriendo, la prisa se apoderó de mí, me deshice de las mantas y me levanté de un salto. Dolly brincó en su asiento y me miró con sorpresa.

—Ya la he molestado bastante, creo que ya va siendo hora de emprender mi marcha. Siento haberle robado su tiempo…

—A mí no me has robado nada, sweetie , mi tiempo es mío y hago con él lo que yo quiero.

—Es usted muy amable. De verdad. Muy amable. Sí. Muchas gracias, de corazón —doblé las mantas y las dejé sobre el respaldo del sofá. Hundí los dedos en mi corta cabellera y sacudí la humedad. Me topé con mi rostro en el reflejo del cristal de una de las fotografías y dos lagrimones empezaron a rodar por mis mejillas. Dolly volvió a chasquear su lengua, me tomó del brazo y habló en un suspiró:

—Vamos —dijo—, te enseñaré tu habitación.

—Có… cómo… yo…

—Déjalo estar… Lo de los agradecimientos y todo eso está muy bien, eres una jovencita muy educada, por cierto. Pero dime, sweetie , ¿adónde pretendes ir a estas horas? —me agarró por las muñecas y arqueó el cuello hacia atrás para mirarme—. Es imposible que llegues a ningún lado esta noche, a estas alturas el camino será un riachuelo de barro. No podrás avanzar más de veinte pasos. La verdad es que no sé cómo has podido llegar hasta aquí sin quedarte atascada en el fango… Lo siento, pero hasta que la tormenta no pase de largo no creo que puedas salir de Hats. —Su explicación me sonó como una amenaza y mi cuerpo se entumeció—. Si salieras ahora ahí fuera, la montaña te atraparía y nadie podría salvarte. —Me soltó y empezó a encender todas las lámparas que había a nuestro alrededor. La luz transformó el lugar—. Créeme, sé de lo que hablo. El destino tendrá sus razones para haberte traído hasta aquí —hizo una simpática mueca—, aunque ya tendremos tiempo para descubrirlas. Ahora es hora de descansar. Ven conmigo, vamos a elegir tu habitación y mañana será otro día —me miró de arriba abajo—tendremos que encontrar algo de ropa seca si queremos mantenerte con vida…

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