Desde ese lugar marginal, explotado y humillado, Jesús comenzó a proclamar públicamente la buena noticia del reino de Dios en los pueblos y aldeas de esa región (Mt 4.12–23; Mr 1.14–15; Lc 4.14, 16, 43–44). Mateo y Marcos, señalan que Jesús, luego de enterarse que Juan el Bautista estaba preso, regresó a Galilea (Mt 4.12; Mr 1.14). Lucas registra que «volvió en el poder del Espíritu a Galilea» (Lc 4.14) y que en la aldea de Nazaret expuso públicamente su Declaración Mesiánica (4.16–30). Fue en Galilea dónde llamó a sus primeros discípulos (Mt 4.18–25; Mr 1.16–20), y luego de su resurrección, Galilea fue el lugar en el que se apareció a los discípulos (Mt 28.16; Mr 16.6–7). Galilea fue también el lugar en el cual les dio a sus seguidores el encargo misionero de hacer discípulos en todas las naciones (Mt 28.16–20). Galilea representa entonces en los evangelios sinópticos, más que una simple referencia geográfica, una clave teológica significativa para comprender la amistad y predilección de Jesús por los desheredados del mundo (Hertig 1997:155).
Toda esta información respecto a Galilea, puede explicar por qué se afirma que «el movimiento de Jesús estuvo anclado originariamente en el campo… y era un movimiento galileo» (Theissen 1976:47), 3 3 Se puntualiza que «la tradición sinóptica está localizada en pequeños lugares, a menudo anónimos, de Galilea. Silencia los lugares mayores como Séforis, Tiberias, Qanah, Jotapata o Giscala… Originariamente el movimiento [de Jesús] se circunscribe al campo. Oímos hablar mucho de campesinos, pescadores, viñadores y pastores y muy poco de artesanos y comerciantes. También son raras las personas instruidas» (Theissen 1976:47–48).
conformado principalmente por «grupos marginales» (Theissen 2005:102), de «raigambre rural» (Theissen 2005:169). Así parece indicarlo Lucas en su registro de la historia de Jesús, cuando se refiere a las mujeres que le habían seguido desde Galilea, que permanecieron al pie de la cruz y que fueron las primeras testigos de su resurrección (Lc 8.1–3; 23.49, 55; 24.1–10). Lo mismo se puede afirmar con respecto a lo que Lucas y los otros evangelios sinópticos registran indicando que la gente pensaba que el movimiento de Jesús estaba conformado por personas provenientes de la despreciada región de Galilea, es decir, que se trataba de un movimiento galileo (Mt 26.69–73; Mr 14.70; Lc 22.59; Hch 2.7).
¿Qué significa esta realidad, es decir, la realidad de que el movimiento de Jesús fue visto como un movimiento de despreciados galileos? ¿Tiene esto alguna significación social y política específica? Incluso se puede plantear una pregunta más concreta, ¿fue casual o fue intencional la opción de Jesús por Galilea? Si fue intencional, ¿cuál es entonces su significado teológico, pastoral y misiológico?
La opción galilea de Jesús
Afirmar que Jesús optó intencional o deliberadamente por Galilea, exige responder a preguntas como las siguientes: ¿Por qué comenzó Jesús su misión liberadora en Galilea y no en otro lugar? ¿Qué tenía en especial Galilea para convertirse en el espacio geográfico privilegiado desde el cual se comenzó a pregonar la buena noticia del reino de Dios? ¿Por qué Galilea y por qué no Jerusalén? ¿Por qué desde la periferia y por qué no desde el centro del poder?
A la luz de la información que proporcionan los Evangelios Sinópticos, así como de los datos que se tienen actualmente sobre las condiciones sociales y políticas de Galilea en el primer siglo, se puede afirmar que la Opción Galilea de Jesús, enunciada en su Declaración Mesiánica en la aldea de Nazaret (4.16–30) y reiterada en la respuesta que les dio a los mensajeros de Juan el Bautista (7.18–22), no fue circunstancial o casual. Fue una clara opción por los pobres, los excluidos y los oprimidos. Fue así, porque en esos años había «en Galilea, poco antes de comenzar Jesús su vida pública, desheredados e incluso, posiblemente, hombres sin patria…» (Theissen 1976:37). En ese marco histórico, Jesús fue «el iniciador de un movimiento judío en el que participaban gentes de baja extracción social, cuyas posibilidades de subsistencia eran escasas, dada su situación real» (Schottroff y Stegemann 1981:13).
La Opción Galilea de Jesús fue una opción por las víctimas de todas las injusticias. Una opción en favor de la vida y la justicia que provocó continuos desencuentros con los representantes del poder político-religioso establecido. Ellos planificaron matar al predicador galileo (Mt 26.4; Mr 14.1; Lc 22.1), entre otras razones, porque «…la cercanía de Jesús respecto de la clase social oprimida y sin privilegios escandaliza a la sociedad judía y es uno de los factores que van a contribuir a su condena» (Bautista 1993:41). Los agentes del anti-reino y de la anti-vida no toleraron su amistad con los desheredados del mundo. A los que estaban en la cima del poder y a sus operadores políticos y religiosos, les incomodaba la propuesta de liberación integral que provenía desde la oscura región de Galilea, y les molestaba la buena noticia del reino de Dios proclamada por un ninguneado campesino galileo (Mt 13.54–55; Mr 6.2–3; Lc 4.22). Fue así porque:
El ministerio de Jesús constituye, evidentemente, una crítica que conduce a un desmantelamiento radical. Y, como suele suceder, los guardianes del orden existente y los que aprovechan del mismo son sumamente sensibles a cualquier cambio que puede poner en entredicho o hacer peligrar la situación. Por eso Jesús no tarda en ser visto, y con toda razón, como una clarísima y actual amenaza para dicho orden (Brueggemann 1986:99).
La opción galilea de Jesús subraya entonces que desde la solidaridad con los indefensos de la sociedad y con las víctimas de todas las violencias, desde un compromiso hondo e irrenunciable con los menospreciados del mundo, desde los pobres de la tierra y desde el mundo de los desheredados, comenzó a proclamarse la buena noticia del reino de Dios. El pregón del reino comenzó a proclamarse en Galilea, desde la marginalidad y la insignificancia, y se fue difundiendo desde el mundo de los pobres y los excluidos, hacia el centro del poder. La buena noticia del reino de Dios fue avanzando, desde la periferia al centro, desde Galilea a Jerusalén, y desde Palestina a Roma.
¿De Nazaret puede salir algo de bueno? La respuesta a esta pregunta exige delinear cuál fue la propuesta social y política de Jesús el galileo, amigo de los proscritos de la tierra, artesano de una nueva manera de comprender la relación que el Dios de la vida establece con los indefensos del mundo. La opción galilea de Jesús nos recuerda que anunciar el reino de Dios es «restaurar la vida, prometer la vida, celebrar la vida» (Arias 1998:59). Pero, ¿cómo restaurar, prometer y celebrar la vida en un contexto de violencia institucionalizada contra los pobres y los excluidos, víctimas indefensas de todas las violencias?
Los desafíos permanentes
La Opción Galilea de Jesús, su predilección y amistad por los desheredados del mundo y los parias sociales, plantea serias preguntas pastorales para el ejercicio responsable de nuestra ciudadanía en la polis que habitamos. Estas preguntas pueden ser incómodas para quiénes están acostumbrados a pensar que la buena noticia del reino de Dios no tiene nada que ver con los asuntos de la agenda pública y que los creyentes solo tienen que dedicarse a la proclamación verbal de un evangelio aséptico, inocuo, desconectado de la realidad social y política en la que se encuentran las personas. Pero no es así y no tiene que ser así, porque el Evangelio es vida plena y justicia plena, buena noticia que jalona transformaciones personales y colectivas que conducen a un compromiso insobornable con la vida y la justicia del reino de Dios. En palabras de Samuel Escobar:
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