Del examen de la historia pasé al examen de la teología, y del examen de la teología al examen de la ética pentecostal. A lo largo de este proceso de búsqueda de las raíces de mi identidad confesional fui publicando artículos, capítulos para libros, y libros sobre pentecostalismo que daban cuenta de la forma como entendía (y entiendo) mi fe evangélica, wesleyana, pentecostal, anabautista. La política del Espíritu: espiritualidad, ética y política, forma parte de este proceso que todavía continúa y, así será, mientras el Dios de la vida me conceda en su gracia y justicia, seguir peregrinando en este mundo que le pertenece a él y que todos estamos llamados a cuidar responsablemente.
Dos agudas observaciones de José Míguez Bonino jalonaron también el examen de mi herencia teológica y mi compromiso ciudadano. En su libro Rostros del Protestantismo Latinoamericano, afirmaba que el pentecostalismo representaba: «…cuantitativamente la manifestación más significativa y cualitativamente la expresión más vigorosa del protestantismo latinoamericano…» (Míguez 1995:75). Afirmaba además que: «…su futuro es decisivo no solamente para el protestantismo en su conjunto sino para todo el campo religioso y su proyección social» (Míguez 1995:75). Advertía también que el ropaje teológico que el pentecostalismo latinoamericano había heredado era «…demasiado estrecho para abrigar su experiencia o para permitirle la expresión libre de su vigor» (Míguez 1995:75). Todo lo que he escrito hasta la fecha expresa mi respuesta a estas fraternas observaciones de quien fue el decano de los teólogos evangélicos latinoamericanos. Este libro apunta también en esa dirección y, más aún, pretende ser una respuesta directa al desafío fraterno que Míguez Bonino planteó claramente a quienes militamos en el movimiento pentecostal.
Basado principalmente en un análisis teológico, misiológico y pastoral de pasajes claves de la obra lucana y en varios ensayos que fui escribiendo en la última década, este libro expresa lo que en uno de los prólogos al libro La misión liberadora de Jesús, Alejandro Cussiánovich subraya sobre mi aproximación a la propuesta de Lucas y a la misión cristiana:
El pastor Darío, siempre en misión como teólogo y biblista de la espiritualidad de la liberación, nos ofrece un Lucas crítico que convoca y no descalifica y que inaugura un estilo profético radicalmente amigable. Un Lucas que rompe rediles culturales, religiosos, políticos y sociales, de género y de generación. Que afirma sin titubear la universalidad como condición de liberación, de emancipación esencial. Lucas convoca a un panecumenismo siempre necesitado de diálogo, de apertura, de sabiduría y audacia del Espíritu. El capítulo 13 recoge una hermosa e innovadora expresión, la amistad especial de Dios por los pobres. La radicalidad no está reñida con la universalidad. Es que todo es prójimo y de todo somos prójimo (Cussiánovich 2017:9).
Expresa también lo que Samuel Escobar puntualiza acerca de mi comprensión de la fe y militancia cristiana con sabor pentecostal y aroma latinoamericano:
…este libro acerca del Evangelio de Lucas nos muestra la espiritualidad que nutre la acción ministerial y ciudadana de su autor. En sus páginas nos acercamos a la intimidad de su relación con Cristo y al esfuerzo por articular la fe evangélica como reflexión sobre la propia práctica de alguien que escucha al Señor de la vida, se entrega a una vida de obediencia al llamado de Jesús y reflexiona a la luz de la palabra de Dios (Escobar 2012:8).
¡En ese camino seguimos! Jalonando nuevas perspectivas de lectura del tercer evangelio y una mejor comprensión de la propuesta teológica, pastoral y misionera del amplio y heterogéneo mundo pentecostal. El presente libro da cuenta de este esfuerzo que ha tenido la invalorable compañía de dilectos amigos de la Patria Grande: América Latina y el Caribe de habla hispana.
Villa María del Triunfo, diciembre de 2018
Capítulo 1
¿De Nazaret puede salir algo de bueno?
La propuesta social y política de Jesús el Galileo
Introducción
Juan en el Evangelio que lleva su nombre registra una pregunta en la que subyacen prejuicios sociales y culturales instalados en la mentalidad colectiva de los judíos de Jerusalén del primer siglo: «¿…De Nazaret puede salir algo de bueno…?» (Jn 1.46). La forma prejuiciada como los judíos de Jerusalén se refería a los pobladores de Galilea y, especialmente, a quienes vivían en lugares considerados insignificantes como la marginal aldea de Nazaret, expresa también el punto de vista de aquellos que, actualmente, creen que las grandes transformaciones sociales y políticas solo pueden venir desde arriba, desde los que tienen en sus manos el poder y lo ejercen en beneficio de sus intereses personales. Difícilmente aceptarían que, desde la periferia de la sociedad, desde el pueblo de a pie, se pueden generar transformaciones sociales y políticas significativas, así sea en pequeña escala y que, a la larga, pueden cambiar radicalmente la historia de un pueblo.
La comunidad de Jesús de Nazaret, conformada mayormente por personas que formaban parte del «montón» y que eran tratados como descartables en la sociedad patriarcal y piramidal del primer siglo, perfila una historia distinta a la historia que se construye desde arriba, desde quienes controlan el poder y lo ejercen despóticamente. Esta comunidad forjada desde la oscura provincia de Galilea y cuya composición social constituía ya en sí misma una crítica directa a la sociedad estamental de ese tiempo, fue el germen de una nueva humanidad en la que desaparecieron las diferencias y los prejuicios sociales, culturales y religiosos que predominaban en el mundo del primer siglo. Desde esa realidad específica, una nueva sociedad con un estilo de vida radicalmente distinto al de la sociedad circundante, se fueron tejiendo transformaciones sociales y políticas que, finalmente, cambiaron las estructuras mentales, la conducta colectiva, y las relaciones de poder en el imperio más poderoso de ese tiempo: Roma.
La propuesta social y política del Jesús el Galileo, según el testimonio de los Evangelios, apuntaba a revertir el destino de los pobres y de los excluidos por el sistema patriarcal y piramidal del primer siglo. Jesús de Nazaret valoró y trató a las personas que estaban al margen de la sociedad como seres humanos creados a la imagen de Dios y, por lo tanto, destinatarios del mensaje de vida plena que él proclamó públicamente por las ciudades y aldeas de la despreciada región de Galilea: «…Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios…» (Lc 8.1).
La misión liberadora de Jesús 1 1 En el libro La misión liberadora de Jesús: el mensaje del Evangelio de Lucas trato ampliamente sobre este tema teológico clave de la propuesta lucana sobre la identidad y misión del Mesías, de Jesús el galileo (López 2017). 2 Aunque se afirma que algunos: «estudios recientes han presentado motivos para dudar de que las zonas de Galilea donde Jesús se hallaba en su ambiente fueran exclusivamente rurales, y de que Jesús y sus seguidores pudiesen ser etiquetados adecuadamente como campesinos» (Meeks 2012:ii). 3 Se puntualiza que «la tradición sinóptica está localizada en pequeños lugares, a menudo anónimos, de Galilea. Silencia los lugares mayores como Séforis, Tiberias, Qanah, Jotapata o Giscala… Originariamente el movimiento [de Jesús] se circunscribe al campo. Oímos hablar mucho de campesinos, pescadores, viñadores y pastores y muy poco de artesanos y comerciantes. También son raras las personas instruidas» (Theissen 1976:47–48).
, partiendo desde Galilea, tuvo como horizonte transformar las relaciones sociales y políticas mediante las cuales se justificaba y legitimaba la opresión, la deshumanización y la cosificación de seres humanos. En la comunidad de Jesús, mujeres y hombres, leprosos y samaritanos, niños y adultos, cobradores de impuestos y zelotes, ricos y pobres, fueron tratados como iguales, como imagen de Dios y como expresión concreta de lo que la gratuidad e imparcialidad del amor de Dios provoca en la vida de quienes se integran libremente a la comunidad del reino, porque escucharon la llamada al seguimiento: «…Venid en pos de mí…» (Mr 1.17).
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