Daniel Borrego Lara - El despertar del vencejo

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El contable de un importante grupo empresarial aparece brutalmente asesinado. Una marca en la frente guía al inspector Adánez y a su grupo de homicidios hacia un popular juego de rol,
Terrasanta. Será el primer paso de una investigación con múltiples aristas.Al mismo tiempo, un empleado de banca, Kiko, es investigado por blanqueo de capitales. Demostrar su inocencia le hará recorrer un tiovivo de emociones.Mientras tanto, una apasionada estudiante de periodismo, Anahid, entrevista a uno de los empresarios más importantes de Málaga, Andrés Aguilera. La infancia del empresario en la vega granadina desvela un trágico incendio acaecido en una misteriosa finca. La sombra de la duda hará embarcarse a la joven en una aventura donde descubrirá que hubo un tiempo en que Homero fue Lorca.Un policía vencido por sí mismo, un empresario con mil caras, un bancario empujado al vértigo y una estudiante de periodismo temerariamente curiosa, nos llevarán por un frenético viaje de no retorno con desenlaces inesperados.

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―Joder Kiko… transferencias desde Armenia, en qué coño estabas pensando, ¡¡tú te crees que puedes jugarte tu carrera con una empresa de mierda!! ―vociferó Treviño.

La tensión iba en aumento, y la cara de circunstancias de Kiko aún más.

―Lo peor de esto no es el hecho en sí, el problema es que yo, que te conozco, puedo pensar que te la han colado por tu afán de hacerle la rosca a esta gente de Aguilera. Pero ya te digo yo que el SEPBLAC va a pensar que hay algo que se nos escapa, y que tú te lo estás llevando crudo ―continuó Robles.

―¿SEPBLAC? pero si ya lo has visto, no tiene tamaño apenas.

―Joder, Kiko, pareces nuevo, qué carajo importa el volumen, el problema es el origen de los fondos, y por cierto… si estuvieras encima de esas empresas pequeñitas verías que por rotación al final suman bastante dinero las transferencias recibidas.

―¿Quién te presentó a este tal Nicolai? ―preguntó Treviño.

―Morales, el contable, es con quien siempre trato del grupo.

―Vale, y este hombre es normal que esté apoderado en las cuentas de las empresas del grupo.

―Bueno, normal, normal, no es, lo habitual es que siempre estén como representantes o el señor Aguilera o Ripollet, el director financiero, aunque en algunas firmas también figura Morales.

―Ok, amigo, pues vete pensando cómo le explicas al SEPBLAC por qué ha ido retirando dinero en efectivo ese Morales.

La cara de Kiko palideció.

6

El hermano del empresario

Anahid estuvo toda la mañana dándole vueltas a la conversación que había mantenido con el señor Aguilera, repasando sus errores y repreguntándose para sus adentros. Sabía que, por más que quisiera, nunca estaría contenta porque era muy exigente consigo misma. Había repasado todas las fuentes habidas y por haber de la prensa malagueña y granadina, así como se había documentado en el registro mercantil. Por más que le daba vueltas había algo que no le cuadraba de la conversación. No sabía si eran paranoias de entrevistadora primeriza o una especial intuición para la mentira que los años pegados a un comerciante curtido en mil batallas le habían inculcado. Cuando preguntó al señor Aguilera sobre su hermano deseó por un instante que la tierra le tragase, pues un error así no se lo podía permitir. De hecho, sabedora de aquel accidente, se había hecho la tonta para que el interpelado no se sintiese incómodo. El caso es que en todas las biografías que había leído solo mencionaban a sus padres como víctimas de aquel incendio, pero no recordaba haber leído que su hermano fuera víctima de aquello. Iba en el coche, meditabunda, y decidió llamar a su novio, pues tenía que descargar tensión contándole cómo le había ido.

―Hola, nene, ¿dónde andas?

Javier, que había tenido que darle al botón de pause y estaba con el teléfono en la oreja mientras sostenía el mando de la PlayStation, contestó con muestras evidentes de querer zanjar aquella conversación en un abrir y cerrar de ojos.

―Cari, estamos en plena final, y tengo que remontar dos goles.

―Joder tío, siempre estás igual, para una vez que necesito hablar… buff… venga adiós.

―No, espera, vamos, cuéntame, que estos pueden esperar, ¿cómo te ha ido?

―Así asá, pero en medio lo han interrumpido y, aunque me ha dicho que continuemos otro día, a este hombre va a ser difícil pillarle. Pero creo que, aunque sea por teléfono, voy a tener que repreguntarle un par de cosas.

―Si él te ha dado la opción, pues no te cortes.

―Ya, pero es que hay una cosa que me tiene toda rayada, ¿te acuerdas del incendio que te comenté de sus padres?

―Sí, claro.

―Pues ha salido el tema y, al parecer, el hermano también la palmó en el incendio. Tengo que repasar lo que tengo, pero juraría no haberlo leído por ningún lado.

―Qué raro, tía… ¿quieres que te eche una mano?

―¿Cuál mano, la que tienes pegada al mando de la play?

―No, tía, te juro que termino esta partida, que ya está perdida, echo a estos mamones y me siento en el ordenador a buscar como un loco.

―Te lo agradecería porque estoy que me como las uñas. Además… no sé cómo explicarlo… le he visto unos ojos de trolero que me tienen en ascuas… creo que algo raro hay.

―Lo dicho, me pongo a ello. Un beso.

―Otro.

Kiko salió casi con ganas de vomitar de aquel despacho. No paraba de darle vueltas a lo que había escuchado. Le embargaba una mezcla de impotencia, miedo y vergüenza que le aprisionaba el pecho. Estaba henchido de rabia. Aún recordaba la mañana que había aparecido aquel miserable de Morales en su despacho. Cuando Kiko captó al grupo de empresas Aguilera, casi le hacen un monumento en su entidad. Una firma así solo se consigue por dos vías, o por perseverancia o por agenda. En este caso fue la amistad de su padre con el señor Aguilera la vía de entrada. Pero casi desde que empezaron las relaciones, la persona con la que estuvo bregando siempre fue el contable, Morales, y en negociaciones de más ceros de la cuenta, Ripollet. No soportaba a ninguno de ellos, pero esto no dejaba de ser algo habitual, ya que los contables y los directores financieros eran los encargados de apretarle las clavijas en las negociaciones de precios. Todo el día exigiendo y sacando decimales a los costes financieros, algo que atentaba directamente contra el margen de su cartera y, por ende, su bonus por objetivos. Ese estúpido de Morales era el peor de todos; con su aire de timidez presionaba y presionaba hasta la extenuación. Pero cuando vino aquella mañana cruzó una línea que antes no había cruzado.

Entró, como de costumbre, sin llamar a la puerta. Soltó el puñado de pagarés para descontar encima de la mesa y se sentó, esperando y casi exigiendo con la mirada que dejase aquello que tenía entre manos para ponerme con su empresa.

―Mira, Kiko, tengo que pedirte un favor.

―Lo que quieras, Hugo.

―Hemos empezado a trabajar con unos clientes armenios y necesito que les abras una cuenta. Aquí tienes todo el expediente con la documentación. El administrador, Nicolai, vendrá a firmar la semana que viene. También tienes la documentación de la empresa que vamos a abrir para esta línea de negocio, que va a dedicarse al desarrollo de programas para videojuegos.

―No os pega, la verdad, pero si creéis que tenéis que diversificar tanto la línea de negocio, vosotros mismos. ¿Vais a necesitar algo de extranjero?

―Nada de financiación.

―Ok, pero ya sabes que este tipo de países requieren de una vigilancia reforzada en materia de prevención de blanqueo… espero que esté bastanteado para la semana que viene.

―Kiko, a mí no me des explicaciones de cómo trabaja tu empresa. Yo solo sé que estas dos cuentas deben estar abiertas para la semana que viene.

Cuando ese prepotente se marchó, echó un vistazo a la documentación y, aunque todo parecía estar en regla, algo le olía mal. Además, en la cuenta del grupo no figuraba como apoderado Ripollet ni había solicitado banca en línea, por lo que no pudo evitar llamar a Morales de nuevo al día siguiente para indagar.

―Kiko, no me toques los cojones.

Desde ese momento, supo que esa cuenta le daría quebraderos de cabeza. Pero lo que no se podía figurar es que ese cabrón estuviera metiendo mano en la caja. Eso sí que no. «Ese cabrón va a acabar con mi carrera, mi vida». Iba caminando sin rumbo con una punzada en el pecho que no le dejaba respirar. «¿Qué hago? ¿El SEPBLAC? ¡Joder! Estoy bien jodido», pensó con desesperación. «Tengo que pillarlo con las manos en la masa y ajustarle las cuentas. Sí, eso, voy a pillarle», se dijo enfurecido.

Salió lanzado hacia no sabía dónde buscando a ese bastardo. Pensó en ir a su empresa, pero no, allí no conseguiría nada. Volvió a su despacho y empezó a mirar las cuentas, para ver desde que sucursal había sacado el dinero. Observó que, tal como decía Robles, había transferencias entrantes de extranjero, después transferencias nacionales de la cuenta de Hishev a la de Budi Animados, así como posteriores retiradas de efectivo desde la sucursal de Teatinos. “Claro, por allí vive él”, se dijo. Decidió ir a aquella sucursal y hablar con la cajera.

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