―Hola, Clara, me gustaría hacerte un par de preguntillas.
―Que sean facilitas, please.
―Para ti, chupadas. Bueno, te cuento. Hay un cliente de mi cartera, la sociedad Budi Animados, del que me gustaría saber algunas operaciones que ha hecho últimamente.
―Si te refieres al contable del grupo Aguilera, siempre quiere billetes grandes y dice que es para atender pagos de minorista del sector de los videojuegos.
―Ah, bien. ¿Y cada cuanto viene, más o menos?
―Los viernes a última hora, antes de irse a su casa.
―O sea, que hoy debería venir a retirar el dinero.
―Supongo. Aunque hoy solo ha venido el amigo, o cliente, o lo que sea.
―¿Cómo el cliente?
―Sí, ese ruso.
―Pero de qué ruso me hablas.
―Pues el de la empresa que hace los traspasos, Hishev Entertainment. Siempre se toman un cafelito en el Bar de la Plaza.
―Ah, vale.
La cara de estupefacción de Kiko debió irradiar extrañeza porque la cajera cambió su expresión, con desconfianza.
―La verdad que son de un raro que no se les puede aguantar. Pero ¿es que no sabías tú estos tejemanejes? Pues está la cosa como para hacer tonterías con los rusos.
―No, no, si están más que controladas esas empresas.
―Ya, ya, bueno chico tú verás, es tu negocio, yo me limito a hacer la operatoria que deberíais hacer vosotros, lo que no quiero es problemas encima.
―Descuida.
―Por cierto, si quieres que te aclare algo el ruso pregúntale tú mismo, casi te lo cruzas.
―¿Cómo?
―Sí, justo antes de llegar tú ha dejado la cuenta tiritando. Vamos, que como le casquen la comisión de mantenimiento se va a quedar en negativo.
―¿Pero es que anda por aquí?
―Pues en el bar de la plaza debe estar, ya que ha salido para allá directo.
―Vale, Clara, muchas gracias.
La “s” del gracias casi no se le escuchó, pues ya estaba saliendo por la puerta de la sucursal.
―Pase y siéntese ―dijo Adánez, visiblemente cansado―. Vamos a ver, Simón. Como ya sabrá, le hemos traído aquí para hacerle varias preguntas acerca de lo sucedido a Hugo Morales.
―Pobre hombre ―dijo Simón, suspirando.
―Bueno, tengo entendido que usted es el vigilante del Centro de Empresas Aguilera en el turno de noche.
―Correcto.
―¿Cuánto tiempo lleva allí trabajando?
―Pues verá, humm… ocho años, aproximadamente.
―¿Y cómo podría usted catalogar a su empresa?
―Sobre todo es una empresa muy formal, tanto en los pagos como en la atención del empleado.
―¿Ha tenido usted algún percance digno de mención en todo este tiempo?
―¿Percance? No sé a qué se refiere.
―Vamos a ver, ¿ha habido algún intento de robo o algo parecido en este tiempo?
―Bueno, los habituales, pero más bien niñatos descarriados o gamberros, no hemos tenido ningún robo de gran calibre.
―¿Y ha habido algún robo digamos… interno?
―En todo este tiempo ha habido algún hurto de empleados… miles, pero, sobre todo, material de oficina. No suele haber dinero en efectivo ni material de mucho valor, salvo los ordenadores, impresoras y tabletas. Ahora que lo dice, hace un par de años hubo un empleado, Altolaguirre, que se afanó una tableta y lo pillamos. Al día siguiente de patitas en la calle, pero poco más, ya le digo que los empleados suelen estar contentos. Además, si algo ocurre, es más normal que ocurra en el turno de día… supongo que habrá hablado con mi compañero.
―Sí, por descontado. ¿Cuántos empleados solían quedarse en su turno?
―Pocos, la verdad. Aunque en determinados momentos del año suele haber saturación en según qué departamento. Por ejemplo, a mediados de julio, con el impuesto de sociedades, que ves a los de contabilidad a todo trapo.
―¿Qué relación hay en ese departamento?
―Pues la normal, no crea que yo puedo ver nada raro, y menos con el poco tiempo que comparto con ellos.
―¿Nunca ha visto nada fuera de lo normal, alguna tensión mayor de la cuenta entre compañeros?
Simón recobró toda la zozobra que había perdido a medida que avanzaba en la conversación. Sin quererlo se había visto obligado a mentir, algo que le repugnaba.
―Las tensiones normales propias de las fechas, el trabajo acumulado y el agotamiento, pero lo normal en cada empresa… supongo.
―¿Cómo se llevaba usted con el señor Morales?
―Era una excelentísima persona, lo mejorcito de esta casa.
―¿Mejor que su jefe?
Simón tragó saliva, aunque supiera que no le iba a escuchar tenía pánico a decir una palabra malsonante del señor Aguilera.
―Bueno, usted ya sabe, mi jefe es caso aparte. Es quien paga mis facturas. Para mí es Dios.
Por un momento, Simón cantó victoria, pero, rápidamente, aquel hombre volvería a indagar donde él no quería.
―Bueno, ¿cómo catalogaría su relación con el señor Morales?
―Eeeh… ya le he dicho que me parecía una gran persona. Era muy atento conmigo y siempre tenía una buena palabra. Me ha dado mucha pena, la verdad.
―¿Y la relación de Morales con el señor Aguilera?
―Entiendo que buena, ya sabe, si el patrón hubiese tenido algún problema con él no hubiese durado nada en la empresa.
―¿Y con Ripollet? Tengo entendido que había muchas discusiones entre ellos.
―Bueno, era su jefe directo, era normal que tuvieran discusiones. Además, ya le habrán contado lo exigente que es el señor Ripollet.
―No mucho, cuénteme cómo es de exigente.
Simón quería meter la lengua bajo tierra, iba a plegar velas ya, no podía dejarse llevar más por el inspector.
―Bueno, muy perfeccionista, lo quiere todo inmaculado y no tolera ningún fallo. Morales soportaba mucha presión, pero me parece lo normal en un puesto como el suyo. En cualquier caso, yo solo soy un simple vigilante.
―En el ejercicio de sus funciones, ¿ha notado algo más de tensión entre el señor Ripollet y el señor Morales estos últimos días o últimas semanas?
―No.
―¿Ha visto algo que le haya extrañado, algún detalle sin importancia pero que usted pudiera considerar fuera de lo normal?
―No caigo. ―Simón intentaba mantener la compostura, pero temía que su cara indicara todo lo que le estaba pasando por la cabeza. Mientras soltaba palabras por la boca iba rememorando toda la secuencia de aquella noche, hasta caer en la cuenta de algo que no se percató en aquel momento. Un dolor de estómago le invadió de repente.
―Simón, ¿se encuentra usted bien? Le veo mala cara.
―No, no, siga.
―Le recuerdo que todo lo que omita podrá ser considerado obstrucción a la justicia o encubrimiento.
―Sí, sí, me queda claro.
―¿De verdad que no ha visto nada raro? ¿Fue a trabajar el señor Morales la noche del miércoles?
Ese mamón no pararía hasta provocarle un infarto. En aquel momento se acordó de sus hijos y se hizo fuerte enrocándose.
―Sí, se marcharía como a eso de la una de la madrugada.
―¿Iba en su coche?
―Creo que sí.
―¿Cree?
―Sí, no creo recordar haberlo visto salir pero, desde luego, el coche después de la una no estaba en el aparcamiento.
―De acuerdo, muchas gracias por su colaboración. En un rato irá un compañero a por las cintas.
―¿Qué cintas?
―Pues las de las cámaras de seguridad, obviamente.
―Ah, claro. Sin problemas. Mi compañero se las dará.
Simón salió de aquel tercer grado sabiendo que debía darse mucha prisa, aún con el dolor de estómago pinzándole.
Javier despidió a sus amigos entre risas y bromas, sobre todo después de haber sido vapuleado en la final por cuatro a cero. No paraba de darle vueltas a lo que le había dicho su novia, con una mezcla de desgana ante el encarguito y excitación ante la posibilidad de que finalmente tuviera razón y pudieran destapar algún trapillo sucio de uno de los personajes más notables de la sociedad malagueña. Realmente, aunque la periodista era su novia, le llamaba poderosamente la atención todo lo relacionado con su profesión, algo lógico proviniendo de un devorador de series y novelas policiacas. Anahid dominaba bastante los ordenadores, pero disfrutaba rebuscando en el papel. Era capaz de zambullirse entre informes periciales y documentación bibliográfica largas horas sin disminuir su atención. Javier, por el contrario, se pasaba la mayor parte de su vida delante de la pantalla de un ordenador.
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