Prestamos atención aun cuando no está sucediendo nada. “Si algo se torna aburrido después de dos minutos –escribe el compositor John Cage–, intenta extenderlo a cuatro. Si sigue siendo aburrido, extiéndelo a ocho. Luego a dieciséis. Luego a treinta y dos. Al final, uno descubre que no es aburrido en absoluto”. (14) El mūla bandha es una técnica de meditación que utiliza los movimientos energéticos del cuerpo, por medio del ciclo de la respiración, a modo de punto de anclaje neutro para la mente.
Cuando bajamos el ritmo y analizamos nuestra experiencia en cada momento, lo que hacemos esencialmente es estudiar la forma en que organizamos y construimos esa experiencia. Bajar el ritmo nos da la oportunidad de llegar a conocer qué es lo que estamos investigando, en lugar de caer en la tendencia habitual de superponer nuestras teorías a lo que sea que veamos. El aprendizaje de las técnicas de mūla bandha nos enseña a estar presentes con los sentimientos, las emociones, los pensamientos y los ciclos de respiración que ocurren en el centro de la experiencia humana.
El momento presente es siempre el maestro principal del yoga. La palabra guru se traduce como “gravedad”. Guru refiere a un centro de gravedad. La raíz gu significa “oscuridad”; y ru, su desaparición. El gurú o maestro es aquel que echa luz a la oscuridad de la avidyā. Es aquel que comprende la ley de la gravedad y otras leyes básicas del universo, incluidas la ley de la transitoriedad y la verdad del du
kha. El gurú, aunque a veces habite corporalmente en una persona o entidad externa, constituye tu verdadero centro de gravedad. En definitiva, la manifestación de estas enseñanzas se experimenta en el propio cuerpo y en la propia mente, de modo tal que el corazón se abra y revele un centro de gravedad interno. El acto de conectarnos con nuestro propio centro de gravedad es la materialización de la quietud.
Uno de los axiomas más radicales del yoga establece que los factores que operan en el universo exterior y los elementos que lo componen son los mismos que operan en cada mente individual a la hora de organizar la experiencia. Si nuestra atención es plena, observar cómo la respiración cambia su curso al final de una espiración irrumpe en el centro de la realidad misma. “Lo que está aquí está en todas partes –dice el narrador de la epopeya Mahābhārata– y lo que no está aquí no está en ninguna parte”. (15) El modo en que procesamos la información sensorial que nos llega por los órganos de la percepción y la mente demuestra cómo organizamos nuestra experiencia del cosmos. Observar la respiración puede ser como observar el ciclo de nacimiento y muerte del universo. Todo ocurre justo aquí y en este preciso momento de percepción, organización y experiencia.
Esto resulta significativo para nuestra práctica porque, así como construimos nuestra experiencia en cada momento, hacemos lo mismo con el sufrimiento. Nuestra experiencia de sufrimiento o insatisfacción (du
kha) siempre ocurre en el momento presente. Por ende, no abandonamos el momento presente para lidiar con el sufrimiento; más bien nos centramos directamente en el procesamiento de la experiencia presente porque es allí donde los problemas cruciales se revelan con mayor claridad. Dejamos de buscar las causas del sufrimiento fuera de nosotros y de esperar en vano que el mundo cambie para por fin poder sentir algo de paz. Por el contrario, el du
kha no sería otra cosa que la realidad presente multiplicada por la resistencia.
No necesariamente buscamos explicaciones en el pasado o nos preocupamos por la posibilidad de repetir patrones adictivos en el futuro. El pasado está codificado en el presente. Por lo tanto, nos quedamos con lo que está surgiendo ahora mismo y lo examinamos sin salirnos de allí. Como el yoga significa unión, consiste en cultivar la no separación, donde podemos habitar algo unívocamente sin separarnos. Dicho de otro modo, no hay nada que cultivar porque, detrás de la distracción y la aversión, ya todo está unido.
Precisamente aquí y ahora es donde todo lo importante está ocurriendo. A esto debemos prestar atención. Como la respiración y el cuerpo están siempre presentes, respiramos nuestras circunstancias. Así desarrollamos las habilidades necesarias para lidiar con las dificultades, en lugar de reforzar los patrones de aversión. Esto nos ayuda a utilizar la mente de manera eficaz, es decir, como un localizador del marco de referencia adecuado. Las cualidades apropiadas de la mente son necesarias para ver con claridad, para sentir lo que está allí para ser sentido y dejarlo pasar. Así adquirimos sabiduría. La capacidad de separar el acto de su objeto nos ayuda a volvernos más conscientes de dicho acto antes de que se torne abrumador. Cuando logramos observar la aparición y desaparición del dolor crónico, por ejemplo, podemos aprender cómo estar en él, cómo soportarlo, cómo respirar con él cuando aparece y desaparece. Esta es una poderosa habilidad. Es la capacidad de ver algo aparecer cuando aparece, cambiar cuando cambia y desaparecer cuando desaparece, sin quedar atrapados allí.
Para el dolor crónico o cualquier otro tipo de dolor, incluido el emocional, a veces nos esforzamos tanto por intentar escapar de él que lo agravamos. Primero sentimos dolor en el cuerpo y luego reaccionamos a ese dolor con antipatía, historias de gustos y aversiones, memoria, asociación y conceptualización. Este ciclo ocurre tan rápidamente que advertirlo resulta casi imposible. El yoga baja el ritmo del modo en que percibimos nuestra experiencia para que podamos entender cómo organizarla. Si surge un momento de sufrimiento y otro de alegría, podemos buscar la manera de unir esos dos momentos.
PARTICIPAR EN CADA MOMENTO
Cuando huimos constantemente de nuestra experiencia, plantamos las semillas de la repetición; la próxima vez que ocurra la misma experiencia, la recibiremos con los sistemas de respuesta condicionada que hemos construido y reforzado en la mente, el cuerpo y el sistema nervioso. Creamos un circuito de feedback en los sa
skāras (movimientos psicofísicos) y en las nā
īs (canales de sensaciones y retroalimentación) que nos permiten seguir huyendo del dolor. ¿O acaso es posible que podamos reconocer el dolor cuando aparece y hacer que desaparezca? De este modo, terminamos familiarizándonos tanto con los patrones que sustentan su existencia que podemos adentrarnos en ellos antes de que tomen el mando. Finalmente, llegamos a eliminar toda forma de reacción. Cuando no hay reacción, somos libres de actuar. En otras palabras, cuando suspendemos o soltamos por completo los patrones de reacción, somos capaces de responder en cualquier situación sin reaccionar a esta. “Reacción” y “respuesta” no son lo mismo. ¿Por qué? Una respuesta corresponde a una actitud espontánea en la cual podemos aceptar y reconocer lo que en verdad está ocurriendo y actuar de manera adecuada. Como solemos ser muy reactivos, nos resulta difícil reconocer primero lo que realmente está sucediendo. Nuestra percepción se nubla por las preferencias. Una vez que logramos reconocer lo que está ocurriendo en un momento de la experiencia, podemos aceptarlo y así permitir que siga su curso sin intentar escapar de él. Cuando somos capaces de aceptar algo, podemos examinarlo en profundidad y dejar salir nuestros movimientos instintivos para que se identifiquen con el contenido de la experiencia. Así, el dolor es dolor, y un sentimiento es un sentimiento; todos los aspectos de la naturaleza llegan, se transforman y desaparecen.
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