La condición de Rama no es resultado de un delirio –continúa el rey–, sino que está llena de sabiduría y señala la iluminación. (2)
Cuando los sabios, los ministros y los miembros de la corte oyen este intercambio, interrumpen sus actividades y permanecen en silencio. Hallan en las ardientes palabras de Rama sus propios miedos, dudas y confusiones. La familia real, los ciudadanos, las mascotas, las aves enjauladas, los caballos de los establos reales e incluso los músicos celestiales son silenciados por el modo en que Rama expresa sus miedos, esperanzas y deseos más profundos. ¿Cómo se lidia con el sufrimiento inherente al ser humano?
El yoga no solo comienza en el momento presente (atha), sino también al reconocer el sufrimiento, el estrés, el descontento y la insatisfacción que caracterizan gran parte de nuestra experiencia inmediata. Las características del sufrimiento se presentan en el corazón como venenos. Pattabhi Jois las describe de la siguiente manera:
En el yoga śāstra se dice que dios vive en nuestro corazón en forma de luz, pero que esta luz está cubierta por seis venenos: kāma, krodha, moha, lobha, mātsarya y mada. Estos corresponden al deseo, la ira, el delirio, la codicia, la envidia y la pereza. (3)
No solo Rama expresa muy bien una verdad universal acerca del sufrimiento humano, sino que el rey también responde de un modo sorprendente. En lugar de pedirle a Rama que ahonde en la explicación de su angustia y descontento, describe su problema como un error de percepción. No es que Rama esté delirando; más bien está siendo engañado por su propio delirio. El problema no es su sufrimiento, sino el hecho de que no vea que ese sufrimiento es la fuente de sabiduría y el verdadero camino hacia la iluminación. En lugar de tratar su angustia como algo que deba ser expulsado, el rey insinúa que la angustia es el reconocimiento de que el camino se ha abierto. El rey no define la iluminación en este primer capítulo ni brinda ninguna técnica para alcanzar la libertad a partir del tormento. En su lugar, le ofrece a Rama exactamente lo opuesto: una percepción contraria que define el camino del yoga como el acto de aceptar el sufrimiento propio y que, al hacerlo, afirma la aceptación absoluta como punto de partida para la práctica.
De la misma manera en que describe los enemigos del corazón como los factores que generan sufrimiento, Pattabhi Jois también apunta al corazón con su propia respiración para expresar que el camino comienza en el corazón, el cuerpo y la mente, aun con sus enemigos. En el lenguaje del bhakti yoga devocional, se dice que la cura del síntoma empieza con el amor. No se refiere al amor personal en el sentido de una sensibilidad new age o una técnica empática, sino más bien a la fuerza impersonal del amor que sana al extenderse hacia las partes más quebrantadas, fragmentadas y estropeadas de nuestro propio ser.
Al igual que Rama, o muchos otros personajes famosos que abundan en la literatura india (también pienso en Arjuna, de la Bhagavad Gītā), llegué al yoga porque estaba sufriendo. Gran cantidad de practicantes se acercan al yoga para lidiar con un sinnúmero de formas de malestar, estrés y carencia. Para muchos, ese estrés puede hallarse en la rutina laboral, la dificultad en las relaciones o la insatisfacción que se manifiesta en los músculos isquiotibiales tensionados. Pero cierto nivel de insatisfacción nos conduce al yoga, más allá de si se lo define o describe de manera consciente o inconsciente, y su expresión y manifestación es única para cada persona. Una de las enseñanzas claves del yoga, como figura en el Sā
khya Karika de Ishvarak
a, es que la vida se caracteriza por la presencia de du
kha, es decir, de sufrimiento. Este es uno de los conceptos centrales de las enseñanzas que le transmite K
a a Arjuna en la Bhagavad Gītā, los comentarios que le hace el rey a Rama en el Yoga Vāsi
a, el punto de partida de Patañjali en el Yoga Sūtra y la primera verdad noble de Buddha, a saber, que la vida se caracteriza por la insatisfacción y la carencia generalizada.
“Hay suficiente sufrimiento para traerte hasta la puerta –suelo decirles a los alumnos de yoga a fin de recordarles por qué están en clase–, y ese es nuestro punto de partida”. La dificultad despierta la fe. La fe en el yoga supone una suerte de anhelo. ¿Qué es lo que anhelamos? ¿De qué buscamos liberarnos? Para muchos de nosotros, las ansias de practicar yoga tienen que ver con la aspiración de llevar una vida libre de los patrones habituales de condicionamiento. Cuando buscamos algún tipo de transcendencia, lo hacemos siempre en dirección a algo que aún no conocemos. Por eso la fe es un movimiento que va más allá de lo que en el momento nos resulta limitante y, en ese sentido, se vuelve un anhelo. En algún punto, todos anhelamos superar las zonas donde reina la restricción, la carencia y el descontento. En la práctica, la fe no requiere un compromiso teológico, sino más bien un interés en el propio descontento y en cómo acabar con él.
No debemos rechazar el anhelo por considerarlo una forma de apego, sino que debemos entenderlo como una parte inevitable de lo que nos hace seguir adelante. Por supuesto que puede mezclarse con los planes del ego, pero existe un deseo intrínseco de ver a través de las limitaciones de este. Anhelamos conocer la naturaleza de las cosas y conectarnos profundamente con algo más grande que la idea de nosotros mismos. Sabemos tanto acerca de tantas cosas, pero ¿qué sabemos realmente cuando la angustia o el dolor nos oprimen? ¿Qué aprendemos de nuestro carácter cuando nos enfrentamos a la verdad del cambio, a la verdad de la muerte, a la verdad del sufrimiento?
Cuando empecé a practicar yoga, las primeras clases a las que asistí, en el sótano de una librería, consistían básicamente en permanecer quietos y prestar atención a los ciclos de la respiración. Me costaba quedarme quieto durante más de un ciclo de respiración y, cuando llegaba al punto culminante de una inhalación, ya tenía la mente en otra parte. La instructora nos indicó que prestáramos atención a la respiración y a todos los estados físicos y mentales que aparecieran y desaparecieran. Con el tiempo, comencé a notar cómo la mente y el cuerpo se hallaban profundamente condicionados por patrones de reactividad. Antes de hacernos mover el cuerpo, la instructora necesitaba que pudiéramos permanecer quietos y prestar atención simplemente a las sensaciones de la respiración y a la tendencia de la mente a evadirse de dichas sensaciones.
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