Un día de verano, los discípulos llevaban un rato estudiando sus tareas a la sombra de un pino cuando uno dijo:
—Rey Mono, ¿qué pudiste haber hecho en una encarnación anterior para merecer que el maestro te susurrara el otro día al oído la fórmula secreta para evitar las tres calamidades? ¿Ya dominas esas transformaciones?
—A decir verdad —respondió Mono—, aunque por supuesto estoy muy agradecido con el maestro por sus instrucciones, yo también he estado trabajando arduamente día y noche por mi cuenta y ahora ya puedo hacerlas todas.
Uno de los discípulos comentó:
—¿No sería ésta una gran oportunidad de hacernos una pequeña demostración?
Cuando Mono oyó esto, quiso hacer alarde de sus poderes.
—Denme mi asignatura —les solicitó—. ¿En qué necesito convertirme?
—¿Qué te parecería un pino? —respondieron.
Hizo un pase mágico, recitó un encantamiento, se sacudió y se convirtió en pino.
Los discípulos estallaron en aplausos.
—¡Bravo, Rey Mono, bravo! —gritaron. Había tanto barullo que el patriarca salió corriendo, seguido de sus ayudantes.
—¿Quién está haciendo este ruido? —preguntó.
Enseguida los discípulos se controlaron, alisaron sus ropas y dócilmente dieron un paso al frente. Mono adoptó su forma verdadera, se reunió con los demás y dijo:
—Reverendo maestro, estamos estudiando nuestras lecciones aquí afuera. Le aseguro que no había ningún ruido en particular.
—Todos estaban desgañitándose —dijo, enojado, el patriarca—. De ninguna manera sonaba a gente estudiando. Quiero saber qué hacían aquí, gritando y riendo.
Alguien dijo:
—La verdad es que Mono nos mostraba una transformación, sólo para divertirnos. Le dijimos que se convirtiera en pino y lo hizo tan bien que todos le aplaudimos. Eso fue el ruido que oíste. Espero que nos perdones.
—¡Váyanse todos de aquí! —gritó el patriarca—. Y tú, Mono, ven para acá. ¿Qué hacías? ¿Jugar con tus poderes espirituales para convertirte en… qué era? ¿Un pino? ¿Crees que mis enseñanzas eran para que tú pudieras lucirte con otras personas? Si vieras a alguien más convertirse en árbol, ¿no le preguntarías de inmediato cómo lo hizo? Si otros te ven haciéndolo, ¿no es seguro que te van a preguntar? Si temes rehusarte, revelarás el secreto, y si te rehúsas, es muy probable que te traten con rudeza. Estás poniéndote en un grave peligro.
—Lo siento muchísimo —dijo Mono.
—No te castigaré —dijo el patriarca—, pero no puedes quedarte aquí.
Mono rompió a llorar.
—¿Y a dónde iré? —preguntó.
—De regreso al lugar de donde vienes, supongo —dijo el patriarca.
—¿De regreso a la cueva de la Cortina de Agua en Ao-lai, quieres decir?
—¡Sí! —respondió el patriarca—, vuelve tan rápido como puedas si en algo aprecias tu vida. En todo caso, algo es seguro: no puedes quedarte aquí.
—Permítaseme señalar que llevo veinte años fuera de casa y que me dará una gran alegría volver a ver a mis monos súbditos, pero no puedo aceptar irme de aquí hasta que haya correspondido a tus favores.
—No deseo que me correspondas —dijo el patriarca—. Lo único que pido es que, si te metes en problemas, no me involucres ni digas mi nombre.
Mono se dio cuenta de que no tenía caso discutir. Le hizo una reverencia al patriarca y se despidió de sus compañeros.
—Vayas a donde vayas —dijo el patriarca—, estoy convencido de que acabarás mal, así que recuerda: cuando te metas en problemas, te prohíbo terminantemente que digas que eres mi discípulo. Si tan siquiera insinúas algo así, te desollaré vivo, romperé todos tus huesos y desterraré tu alma al sitio de la Novena Oscuridad, donde permanecerá durante diez mil siglos.
—De ninguna manera me aventuraré a decir una sola palabra sobre ti —prometió Mono—. Diré que todo lo descubrí yo solo.
Y con estas palabras se despidió, se dio la media vuelta y,haciendo el pase mágico, montó en su trapecio de nubes, directo al mar del Este. En poco tiempo llegó a la montaña de Flores y Fruta. Hizo descender su nube y, cuando empezaba a andar, oyó un sonido de grullas llamando y monos gritando.
—¡Pequeños —exclamó—, he vuelto!
Enseguida, de cada ranura del acantilado, de arbustos y árboles saltaron monos chicos y grandes, gritando:
—¡Viva nuestro rey! —después se apretujaron en torno a Mono para rendirle pleitesía.
—¡Gran Rey! —decían—, eres muy distraído. ¿Por qué te fuiste tanto tiempo y nos abandonaste, anhelando tu retorno como un hombre hambriento anhela agua y comida? Desde hace algún tiempo un demonio nos ha estado maltratando. Se apoderó de nuestra cueva, aunque luchamos desesperadamente, y nos robó nuestras posesiones y se llevó a muchos de nuestros niños, así que ahora tenemos que vigilar todo el tiempo y no dormimos de noche ni de día. Es una suerte que hayas venido ahora, pues si hubieras esperado otro año o dos nos habrías encontrado, a nosotros y lo de alrededor, en manos de otros.
—¿Qué demonio puede atreverse a cometer esos crímenes? —gritó Mono—. Cuéntenmelo y yo los vengaré.
—Le dicen el Demonio de los Estragos, su majestad, y vive hacia el norte —respondieron.
—¿Qué tan lejos? —preguntó Mono.
—Viene en forma de nube y se va como neblina, lluvia o viento, tormenta o relámpago. No sabemos qué tan lejos viva.
—Bueno, no se preocupen —dijo Mono—; ustedes sigan jugando mientras yo voy a buscarlo.
¡Querido Rey Mono! Dio un brinco al cielo en dirección al norte y pronto vio frente a él una montaña alta y muy escarpada. Mientras admiraba el paisaje, de pronto distinguió voces. Descendió por la cuesta y encontró una cueva, frente a la cual varios diablillos brincaban y bailaban. Cuando vieron a Mono, salieron corriendo.
—¡Alto ahí! —gritó éste—. Traigo un mensaje que ustedes deben difundir. Digan que el maestro de la cueva de la Cortina de Agua está aquí. El Demonio de los Estragos, o como se llame, que vive aquí, ha estado maltratando a mis pequeños y he venido con la intención de que resolvamos juntos el problema.
Corrieron hacia la cueva y gritaron:
—¡Gran Rey!, algo terrible ha sucedido.
—¿Qué pasa? —preguntó el demonio.
—Afuera de la cueva hay una criatura con cabeza de mono que dice ser el dueño de la cueva de la Cortina de Agua. Dice que has estado maltratando a su gente y que viene con la intención de resolver contigo el problema.
—Jajá —se rio el demonio—. Muchas veces he oído a esos monos decir que su rey se había ido para aprender religión. Eso significa que volvió. ¿Cómo es y qué armas lleva?
—No porta ninguna arma —dijeron—. Está con la cabeza descubierta, lleva un traje rojo con un fajín amarillo y zapatos negros: no está vestido ni de monje ni de seglar ni tampoco como taoísta. Espera con las manos vacías afuera de la verja.
—Tráiganme mi guarnición —gritó el demonio; los diablillos enseguida fueron a buscar sus armas; el demonio se puso el casco y el peto, tomó su espada y, saliendo con los diablillos a la verja, gritó en voz alta—: ¿Dónde está el dueño de la cueva de la Cortina de Agua?
—¿De qué sirve tener ojos tan grandes si no puedes ver a este viejo mono? —preguntó Mono.
En cuanto lo vio, el demonio soltó una carcajada.
—Tú mides menos de treinta centímetros y no llegas a los treinta años. No tienes un arma en la mano. ¿Cómo te atreves a pavonearte y hablar de saldar cuentas conmigo?
—Maldito demonio —dijo Mono—; por lo visto, es verdad que careces de ojos. Dices que soy pequeño y no ves que puedo hacerme tan alto como quiera. Dices que estoy desarmado, sin saber que estas dos manos podrían arrastrar la luna desde los confines del cielo. ¡Mantente firme y cómete el puño de este viejo mono!
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