—Por lo que me cuentas, puedo ver que eres un hijo bueno y abnegado y tu devoción será sin duda recompensada. Lo único que te pido es que me enseñes dónde vive el inmortal, pues me gustaría mucho visitarlo.
—Es muy cerca —respondió el leñador—. Ésta es la montaña de la Terraza Sagrada y aquí se encuentra la cueva de la Luna Rasgada y las Tres Estrellas. En su interior vive un inmortal llamado el patriarca Subodhi. Ha tenido innumerables discípulos, y en este momento hay como treinta o cuarenta estudiando con él. Sólo tienes que seguir ese pequeño sendero hacia el sur, a lo largo de ocho o nueve leguas, 2y llegarás a su casa.
—Honrado hermano —dijo Mono, jalando al leñador hacia él—, ven conmigo y, si saco algún provecho de la visita, no olvidaré que tú me guiaste.
—Cómo cuesta hacer entender a algunas personas —dijo el leñador—. Ya te expliqué por qué no puedo ir. Si fuera contigo, ¿qué pasaría con mi trabajo? ¿Quién alimentaría a mi anciana madre? Yo tengo que seguir cortando madera y tú necesitas ir solo.
Cuando Mono oyó esto, lo único que se le ocurrió fue despedirse. Se fue del bosque, encontró el sendero, ascendió la cuesta ocho o nueve leguas y, en efecto, encontró una morada en una cueva. Pero la puerta estaba cerrada con llave; reinaba el silencio y no había ninguna señal de que hubiera alguien ahí. De pronto volteó y vio en la cima de un acantilado un bloque de piedra como de nueve metros de alto y casi dos metros y medio de ancho. Tenía una inscripción en grandes letras que decía: CUEVA DE LA LUNA RASGADA Y LAS TRES ESTRELLAS EN LA MONTAÑA DE LA TERRAZA SAGRADA.
—No cabe duda de que aquí la gente habla con la verdad —dijo Mono—. ¡Realmente existen tal montaña y tal cueva!
Echó un vistazo por un buen rato, pero no se atrevió a tocar a la puerta. Mejor se trepó a un pino y se puso a comer piñones y a jugar entre las ramas. Tras un tiempo oyó a alguien gritar; la puerta de la cueva se abrió y salió un niño mago de gran belleza, de apariencia completamente distinta a la de los muchachos que hasta ese momento había visto. El niño gritó:
—¿Quién está armando tanto alboroto?
El Rey Mono bajó del árbol de un brinco y, acercándose, dijo haciendo una reverencia:
—Niño mago, soy un discípulo que ha venido a estudiar la inmortalidad. Jamás se me ocurriría armar alboroto.
—¡¿Un discípulo tú?! —preguntó el niño, riendo.
—Claro que sí —dijo Mono.
—Mi maestro está dando clase —dijo el niño—, pero antes de anunciar su tema me pidió que saliera a la puerta y, si había alguien que quisiera instrucción, lo atendiera. Supongo que se refería a ti.
—Por supuesto que se refería a mí —dijo Mono.
—Sígueme —dijo el niño.
Mono se arregló un poco y entró a la cueva detrás del niño. Enormes cámaras se abrían ante ellos; fueron de un cuarto a otro, a través de salones de techos altos e innumerables claustros y refugios, hasta que llegaron a una plataforma de verde jade en la que estaba sentado el patriarca Subodhi con treinta simples inmortales reunidos frente a él. Mono enseguida se postró y golpeó la cabeza tres veces contra el suelo, susurrando:
—¡Maestro, maestro! Como un discípulo a su maestro te presento mis más humildes respetos.
—¿De dónde vienes? —preguntó el patriarca—. Primero dime tu país y tu nombre, y luego me vuelves a presentar tus respetos.
—Soy de la cueva de la Cortina de Agua —dijo Mono—, de la montaña de Flores y Fruta, en el país de Ao-lai.
—¡Fuera de aquí! —gritó el patriarca—. Conozco a la gente de allá. Son un grupo de astutos y farsantes. Algo traman si uno de ellos pretende que alcanzará la iluminación.
Mono, doblegándose brutalmente, se apresuró a decir:
—Aquí no hay artimañas; te estoy diciendo la pura verdad.
—Si afirmas que hablas con la verdad —dijo el patriarca—, ¿cómo dices que vienes de Ao-lai? Entre ese lugar y éste hay dos océanos y el continente del Sur entero. ¿Cómo llegaste aquí?
—Floté por los océanos y deambulé por la tierra a lo largo de más de diez años —dijo Mono—, hasta llegar aquí.
—Qué bien —dijo el patriarca—. Supongo que si viniste despacio y en etapas no es del todo imposible. Pero, dime, ¿cuál es tu hsing ? 3
—Yo nunca tengo hsing —dijo Mono—. Si me insultan, no me molesto para nada. Si me pegan, no me enojo; al contrario: me muestro dos veces más amable que antes. Nunca en la vida he tenido hsing.
—No me refiero a esa clase de hsing —dijo el patriarca—. Lo que pregunto es de qué familia provienes, cuál es su apellido.
—Yo no tuve familia —dijo Mono—: ni padre ni madre.
—¡No me digas! —exclamó el patriarca—. Entonces has de haber crecido en un árbol.
—No precisamente —respondió Mono—. Salí de una piedra. Había una piedra mágica en la montaña de Flores y Fruta. Cuando llegó el momento, se abrió de golpe y salí yo.
—Tendremos que ver qué nombre darte para la escuela —dijo el patriarca—. Hay doce palabras que empleamos en estos nombres, de acuerdo con el grado del discípulo. Tú estás en décimo grado.
—¿Cuáles son esas doce palabras? —preguntó Mono.
—Son amplio, grande, sabio, listo, sincero, adaptable, naturaleza, océano, animado, consciente, perfecto e iluminado . Como perteneces al décimo grado, tu nombre debe incluir la palabra consciente. ¿Qué tal Consciente de la Vacuidad?
—¡Magnífico! —dijo Mono, riendo—. De ahora en adelante, llámeseme Consciente de la Vacuidad.
Así, pues, ése fue su nombre en la religión. Y si no sabes si al final, armado con este nombre, obtuvo iluminación o no, escucha mientras se te explica en el siguiente capítulo.
1 Analectas de Confucio, II, 22. [Todas las notas son de Arthur Waley.]
2Una legua eran trescientos sesenta pasos.
3Hay un juego de palabras con hsing, que significa tanto “apodo” como “mal genio”.
LA HISTORIA DEL REY MONO
MONO ESTABA TAN CONTENTO con su nuevo nombre que se puso a dar de brincos enfrente del patriarca e hizo una reverencia para expresar su gratitud. Entonces Subodhi les ordenó a sus discípulos que llevaran a Mono a los cuartos de afuera y le enseñaran a regar y a sacudir, a saber responder cuando le hablaran, cómo entrar, salir y caminar. Luego se inclinó ante sus compañeros y salió al corredor, donde se preparó un sitio para dormir. Temprano a la mañana siguiente, practicó junto con los demás el modo correcto de hablar y comportarse, estudió las escrituras, discutió la doctrina, practicó la escritura y encendió incienso. Así pasó día tras día, dedicando su tiempo libre a barrer el piso, desmalezar el jardín, cultivar flores, ocuparse de los árboles, conseguir leña y encender el fuego, sacar agua y acarrearla en cubetas. Se le daba todo lo que necesitaba. Y así vio pasar el tiempo desde la cueva por seis o siete años. Un buen día el patriarca, sentado en su trono, convocó a todos sus discípulos y comenzó un discurso sobre la gran manera. Mono estaba tan fascinado por lo que escuchaba que se pellizcó las orejas y se frotó los cachetes; su frente florecía y sus ojos reían. No podía evitar que sus manos bailaran y sus pies patearan el suelo. De pronto el patriarca lo vio y gritó:
—¿De qué te sirve estar aquí si, en lugar de escuchar mi clase, brincas y bailas como loco?
—Te escucho con todas mis fuerzas —dijo Mono—, pero decías cosas tan maravillosas que no pude reprimir mi alegría. Por eso, que yo sepa, he estado saltando y brincando. No te enojes conmigo.
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