Mono golpeó la cabeza contra el piso en señal de gratitud, se limpió los oídos y escuchó atentamente, arrodillado junto a la cama. Entonces el patriarca recitó:
Para administrar y cuidar los poderes vitales, esto y nada
[más que esto
es la suma y el total de todo lo mágico, secreto y profano.
Todo está comprendido en estos tres: espíritu, aliento y alma;
vigílalos muy de cerca, tápalos bien, evita cualquier fuga.
Guárdalos dentro del marco;
eso es todo lo que puede aprenderse y todo lo que puede
[enseñarse.
Me gustaría que marcaras a la tortuga y la víbora, fundidas
[en un abrazo.
Fundidos en un abrazo, los poderes vitales son fuertes;
incluso en medio de intensas llamas puede plantarse el
[Loto de Oro
y los cinco elementos pueden combinarse y transponerse
[para darles un nuevo uso.
Cuando eso esté hecho, sé aquello que desees, buda o inmortal.
Con esas palabras la constitución de Mono quedó sacudida hasta lo más hondo. Se las aprendió de memoria, agradeció al patriarca con humildad y volvió a salir por la puerta trasera.
Una tenue luz empezaba a iluminar el cielo del este. Volvió sobre sus pasos, abrió la puerta sin hacer ruido y regresó a su sitio de dormir para deliberadamente hacer ruido con las sábanas.
—¡Levántense! —gritó—. Ya hay luz en el cielo.
Los otros discípulos estaban profundamente dormidos y no tenían idea de que Mono había recibido iluminación.
El tiempo se fue volando y tres años después el patriarca volvió a treparse a su enjoyado asiento y sermoneó a sus vasallos ahí reunidos. El asunto fueron las parábolas y los problemas escolásticos de la secta zen, y el tema, el tegumento de las apariencias externas. De repente se calló y preguntó:
—¿Dónde está el discípulo Consciente de la Vacuidad?
—¡Aquí! —respondió Mono, arrodillándose ante él.
—¿Qué has estado estudiando todo este tiempo? —inquirió el patriarca.
—Últimamente mi naturaleza espiritual ha estado en ascenso y mis fuentes fundamentales de poder se fortalecen poco a poco —dijo Mono.
—En ese caso —dijo el patriarca—, todo lo que necesitas aprender es cómo conjurar las tres calamidades.
—Debe de haber un error —dijo Mono, consternado—. Entendí que los secretos que he aprendido me harían vivir para siempre y me protegerían del fuego, del agua y de toda clase de enfermedad. ¿A qué tres calamidades te refieres ahora?
—Lo que has aprendido conservará tu apariencia juvenil y alargará tu vida —respondió el patriarca—, pero al cabo de quinientos años el cielo mandará un relámpago que acabará contigo, a menos que tengas la sagacidad de evitarlo. Después de otros quinientos años el cielo mandará un fuego que te devorará. Es un fuego de una clase peculiar. No es fuego común ni fuego celestial, sino que surge desde dentro y consume las tripas, reduciendo toda la complexión a cenizas, con lo cual tus mil años de perfección habrán sido en vano. Pero incluso si logras escapar a esto, en otros quinientos años un fuerte viento te soplará. No el viento del este, el del sur, el del oeste ni el del norte; no el viento de las flores, de los sauces, de los pinos o los bambúes. Es uno que sopla desde abajo, entra en los intestinos, pasa por el diafragma y sale por las nueve aperturas. Derrite la carne y el hueso, de modo que todo el cuerpo se disuelve. Tienes que poder evitar estas tres calamidades.
Cuando Mono oyó eso, los pelos se le pusieron de punta y, postrándose, dijo:
—Te lo ruego: apiádate de mí y enséñame cómo evitar estas calamidades. Nunca olvidaré tu favor.
—Eso no sería difícil —dijo el patriarca— de no ser por tus peculiaridades.
—Tengo una cabeza redonda levantada hacia el cielo y unos pies cuadrados que pisan la Tierra —dijo Mono—. Tengo nueve aperturas, cuatro extremidades, cinco órganos internos superiores y cinco inferiores, igual que otras personas.
—Eres como otros hombres en casi todos los aspectos —dijo el patriarca—, aunque tienes mucho menos cachete.
En efecto, los monos tienen las mejillas hundidas y la boca puntiaguda.
Mono se sintió el rostro con la mano y, riendo, dijo:
—Maestro, tengo mis defectos, pero no te olvides de mis virtudes. Tengo mis abazones, algo de lo que los seres humanos normales carecen; debería tomárseme en cuenta.
—Eso es cierto —dijo el patriarca—. Hay dos métodos de escape. ¿Cuál quisieras aprender? Está el truco “del cucharón celestial”, que supone treinta y seis clases de transformación, y el truco “de la conclusión terrenal”, que supone setenta y dos clases de transformaciones.
—Setenta y dos parece un mejor valor —dijo Mono.
—Entonces ven acá y te enseñaré la fórmula.
Y le susurró una fórmula mágica a Mono en el oído. Ese mono era inusualmente veloz para asimilar las cosas. De inmediato empezó a practicar la fórmula y, con un poco de autodisciplina, logró dominar por completo las setenta y dos transformaciones. Un día que el maestro y sus discípulos se hallaban frente a la cueva admirando la vista vespertina, el patriarca dijo:
—Mono, ¿cómo va ese asunto?
—Gracias a tu bondad, lo he logrado de maravilla. Además de las transformaciones, ahora sé volar.
—Veamos cómo lo haces —dijo el patriarca.
Mono juntó los pies, dio un salto como de veinte metros y, tras montar las nubes unos minutos, cayó frente al patriarca. Esa vez no voló más de tres leguas.
—Maestro —dijo—, ¿verdad que eso que hice fue volar en una nube?
—Yo estaría más inclinado a llamarlo gatear en una nube —dijo el patriarca, riendo—. Hay un viejo dicho: “Un inmortal camina por la mañana hacia el mar del Norte y esa misma tarde llega a Ts’ang-wu”. Tomarse tanto tiempo como tú para avanzar tan sólo una o dos leguas a duras penas cuenta siquiera como gatear en una nube.
—¿Qué significa ese dicho del mar del Norte y Ts’ang-wu? —preguntó Mono.
—Un verdadero volador de nubes puede partir temprano por la mañana del mar del Norte, atravesar el mar del Este, el mar del Oeste y el mar del Sur, y aterrizar en Ts’ang-wu. Ts’ang-wu significa Ling-ling en el mar del Norte. Recorrer los cuatro mares en un día, ¡eso es lo que se llama volar en las nubes!
—Suena muy difícil —dijo Mono.
—No hay en el mundo nada difícil —dijo el patriarca—, son sólo nuestros propios pensamientos los que hacen que lo parezca.
—Maestro —dijo Mono, postrándose—, tú puedes hacer conmigo un buen trabajo. Ya que estás en eso, me harías un gran favor si me enseñaras el arte de volar en las nubes. Nunca olvidaré lo que te debo.
—Cuando los inmortales vuelan en las nubes —dijo el patriarca—, se sientan con las piernas cruzadas y se elevan desde esa posición. Tú no estás haciendo nada por el estilo. Acabo de verte juntar los pies y brincar. En verdad tengo que aprovechar esta oportunidad de enseñarte cómo hacerlo adecuadamente. Aprenderás el “trapecio de nubes”.
Entonces le enseñó la fórmula mágica y dijo así:
—Haz el pase, recita el encantamiento, aprieta los puños, y un brinco te transportará de cabeza ciento ocho mil leguas.
Al escuchar esto, los otros discípulos soltaron risitas ahogadas y dijeron:
—El mono tiene suerte. Si se aprende este truco, podrá hacer mandados, entregar cartas y llevar circulares. De un modo u otro, siempre encontrará cómo ganarse la vida.
Ya era tarde. El maestro y los discípulos fueron a sus aposentos, pero Mono pasó la noche practicando el “trapecio de nubes”; al amanecer ya lo dominaba a la perfección y podía pasear por el espacio a donde quisiera.
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