Al decir esto, Erh-lang se montó en las nubes y en su ascenso, a medio camino, se encontró con Vaiśravana, que sostenía el espejo mágico con su hijo a su lado.
—¿Has visto al Rey Mono? —preguntó.
—Acá no ha subido —dijo Vaiśravana—. Puedo verlo en mi espejo.
Cuando Erh-lang le contó de la captura de los otros monos y de las repetidas transformaciones del Gran Sabio, añadió:
—Y luego se convirtió en altar, y cuando le pegué, desapareció al instante.
Vaiśravana miró su espejo y soltó una carcajada.
—Date prisa, Erh-lang, date prisa —gritó—. Ese mono se volvió invisible, levantó campamento y se fue derecho a tu río de las Libaciones.
Cuando Erh-lang oyó esto, levantó su lanza mágica y corrió hacia el río tan rápido como pudo.
Por su parte, cuando Mono llegó al río se transformó en la imagen exacta de Erh-lang y fue directo a su altar. Los demonios guardianes del altar no se dieron cuenta e hicieron una profunda reverencia cuando entró. Inspeccionó el humo del incienso y estaba mirando las pinturas votivas en las paredes cuando alguien llegó a anunciar:
—Ha llegado otro Erh-lang.
Las deidades guardianas salieron precipitadamente y no podían creer lo que veían sus ojos.
—¿Ha estado aquí una criatura que se hace llamar el Gran Sabio Igual a los Cielos? —preguntó el verdadero Erh-lang.
—No hemos visto a ningún Gran Sabio —dijeron—, pero allá adentro hay otro Erh-lang sagrado inspeccionando el humo del incienso.
Entró a toda prisa y Mono, en cuanto lo vio, recobró su forma verdadera y dijo:
—Erh-lang, si me permites decirlo, el apellido de ese altar era Mono.
Ehr-lang levantó su lanza mágica de tres picos y dos hojas y embistió contra el cachete de Mono. Mono se agachó y los dos, maldiciendo y peleando, fueron acercándose hacia la puerta del altar y salieron hacia las nubes y la bruma, luchando todo el camino, hasta que Mono fue conducido a la montaña de Flores y Fruta, donde los reyes de las cuatro direcciones montaban estricta guardia. Los hermanos acudieron a recibir a Erh-lang y rodearon a Mono, acosándolo por los cuatro costados.
Mientras tanto, en el cielo todo el mundo se preguntaba por qué había transcurrido un día entero sin recibir noticias de Erh-lang.
—Su majestad —preguntó Kuan-yin—, ¿nos permitiría al Patriarca del Tao y a mí bajar en persona para ver qué está sucediendo?
—No es mala idea —dijo el Emperador de Jade, y al final éste, acompañado de la Reina del Cielo, Kuan-yin y Lao Tsé, acudió a la Puerta Sur del cielo. Todos se asomaron y vieron el cordón de las tropas celestiales y a Vaiśravana de pie a medio camino hacia el cielo con un espejo en la mano, mientras Ehr-lang y sus hermanos se congregaban en torno a Mono y discutían duramente con él.
—Ese Erh-lang, a quien propuse, no lo ha hecho tan mal —dijo Kuan-yin—. Ha rodeado al Gran Sabio, aunque aún no lo apresan. Creo que con un poco de ayuda lo conseguiría.
—¿Qué arma propones usar? ¿Cómo lo ayudarás? —preguntó Lao Tsé.
—Arrojaré mi jarrón y rocío de sauce en su cabeza —dijo Kuan-yin.
—Eso no lo matará, pero hará que pierda el equilibrio y así Erh-lang podrá atraparlo fácilmente.
—Tu jarrón está hecho de porcelana —dijo Lao Tsé—. Si cayera en el lugar preciso, todo estaría bien, pero si no da en su cabeza y cae en su garrote de hierro, se romperá. Será mejor que lo dejes en mis manos.
—¿Tú tienes un arma? —preguntó Kuan-yin.
—Ya lo creo —dijo Lao Tsé, sacándose de la manga un cepo mágico.
—Esto —dijo— se llama el cepo mágico. Tiempo atrás, cuando me fui de China, convertí a los bárbaros de Occidente y me volví un dios; mi éxito se debió enteramente a este cepo. Viene muy bien para repeler toda clase de peligros. Déjame lanzárselo.
Parado en la puerta del cielo, arrojó el cepo, que fue a dar derechito a la cabeza de Mono. Mono estaba ocupado enfrentándose a Erh-lang y sus hermanos y no se percató de que un arma caía sobre él desde el cielo. Lo golpeó en la coronilla y lo derribó. Se puso de pie apresuradamente y se dio a la fuga, perseguido por los perros de Erh-lang, que se le arrojaron a las pantorrillas, de modo que otra vez fue a dar al suelo. Ahí tendido, maldijo:
—Estoy acabado. ¿Por qué no le hacen una zancadilla a su propio amo en vez de venir a morder las piernas del viejo Mono?
Se retorció al tratar de levantarse, pero no pudo, pues los hermanos lo sujetaban. Momentos después lo tenían firmemente amarrado con cuerdas y le cortaron el esternón con un cuchillo para que no pudiera seguirse transformando.
Lao Tsé guardó el cepo y les pidió al emperador, a Kuan-yin, a la Reina del Cielo y a todos los inmortales que volvieran al palacio. En la tierra, los reyes de las cuatro direcciones y Vaiśravana, así como las huestes celestiales, enfundaron sus espadas y derribaron las empalizadas. Llegaron con Erh-lang y lo felicitaron:
—Te debemos esta victoria.
—De ninguna manera —dijo él—. Se debió enteramente al fundador del Tao y al valiente desempeño del contingente celestial. Yo no tengo ningún crédito.
—Está bien, hermano mayor —dijeron los hermanos de Erh-lang—. Lo que debemos hacer ahora es llevar a este sujeto al cielo y preguntarle al Emperador de Jade cómo deshacernos de él.
—Hermanos —dijo Erh-lang—, ustedes no figuran en la lista de inmortales, así que no pueden apersonarse frente al emperador. Hay que pedirles a las tropas celestiales que lo suban, y Vaiśravana y yo iremos a informar. Es mejor que los demás registren la montaña, y cuando confirmen que todo está despejado, vayan al río de las Libaciones a hacérmelo saber. Mientras tanto, solicitaré la recompensa por mis servicios y volveré para divertirme con ustedes.
Los hermanos hicieron una reverencia en señal de asentimiento. Erh-lang se montó en las nubes, cantando victoria, y se dirigió al cielo. Al llegar, envió un mensaje que a la letra decía: “Las huestes celestiales han capturado al Gran Sabio y he venido a recibir sus instrucciones”. El Emperador de Jade, por consecuencia, les dijo al demonio-rey Mahābāli y a un contingente de tropas celestiales que subieran a Mono y lo llevaran al bloque del verdugo, donde lo cortarían en pedacitos.
Si no sabes lo que fue de este Rey Mono, escucha lo que se cuenta en el siguiente capítulo.
LA HISTORIA DEL REY MONO
MONO FUE CONDUCIDO al lugar de la ejecución, donde los soldados celestiales lo ataron a un pilar y empezaron a arrojarle hachas, clavarle lanzas y tajearlo con espadas. Pero esto no tenía absolutamente ningún efecto, y la estrella del Polo Sur mandó llamar a los espíritus de las estrellas de Fuego para que lo hicieran arder, pero no lo lograron. Los espíritus de la tormenta le arrojaron relámpagos, pero eso sirvió todavía menos.
—No sé cómo obtuvo el Gran Sabio este truco de inviolabilidad —le dijo Mahābāli al Emperador de Jade—. Ni las armas ni los relámpagos le hacen ninguna mella. ¿Qué hacemos?
—Así es, en efecto —dijo el Emperador de Jade—. Con un tipo así, ¿qué camino puede uno tomar?
—No es de sorprender —dijo Lao Tsé—. Después de todo, se comió los duraznos de la inmortalidad, se bebió el vino del cielo y robó el elíxir de la larga vida; cinco tazones llenos, algunos crudos, algunos cocidos, están en su interior. Seguro que les ha aplicado el fuego de Samadhi y los ha fundido hasta convertirlos en sólido y eso volvió todo su cuerpo más duro que el diamante, así que es muy difícil hacerle daño. Lo mejor sería traérmelo a mí. Lo pondré en mi crisol de los ocho trigramas para fundirlo con fuego alquímico. En poco tiempo estará reducido a cenizas y yo recuperaré mi elíxir, que quedará en el fondo del crisol.
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