—Definitivamente tengo que intentar una transformación —dijo Ehr-lang—. Mantengan muy cerrado el cordón militar, pero no se preocupen por lo que pase en lo alto. Si me atacan, no vengan a ayudarme: mis hermanos me cuidarán. Si lo venzo, no intenten amarrarlo: eso déjenselo a mis hermanos. Lo único que pido es que Vaiśravana sostenga a medio camino del cielo un espejo para que ese diablillo se refleje en él. Si intenta salir huyendo y esconderse, miren su reflejo para que no lo perdamos de vista.
Los reyes celestiales ocuparon sus puestos y Erh-lang y sus hermanos salieron a pelear. Les pidieron a sus compañeros que formaran un círculo, con los halcones amarrados y los perros con correa. Cuando llegaron a la entrada de la cueva, Erh-lang encontró a una hueste de monos en formación de dragón enrollado. En medio había un estandarte con la inscripción GRAN SABIO IGUAL A LOS CIELOS.
—¿Cómo se atreve ese maldito monstruo a decirse igual a los cielos? —gruñó Erh-lang.
—No te preocupes por eso —dijeron los hermanos—. Mejor ve ahora mismo a desafiarlo.
Cuando los monitos de la entrada al campamento vieron a Erh-lang aproximándose, se escabulleron deprisa y entraron a dar su reporte. Mono asió su garrote de metal, se puso el peto de oro, se calzó sus zapatos para pisar nubes, se echó encima la capa dorada y se precipitó a la puerta a mirar en derredor.
—¿Qué clase de capitancito eres? ¿De dónde caíste? —gritó Mono—. ¿Y cómo te atreves a llegar aquí y retarme a pelear?
—¿Qué no tienes ojos o por qué no me reconoces? —gritó Erh-lang—. Soy el sobrino del Emperador de Jade. Vengo por orden de su majestad a arrestarte, mozo rebelde. ¡Te llegó la hora!
—Recuerdo que hace algunos años la hermana del emperador se enamoró de un mortal del mundo, se hizo su consorte y tuvo con él un hijo de quien se dice que partió la montaña de los Duraznos con su hacha. ¿Eres tú? Me siento medio inclinado a decirte unas cuantas verdades, pero no lo mereces. Lamentaría pegarte, pues un golpe mío significaría tu fin. Regresa al lugar de donde viniste, muchachito, y diles a los cuatro reyes celestiales que vengan ellos.
Erh-lang estaba furioso.
—Háblame con más respeto —exclamó— y ten una probada de mi espada.
Mono esquivó el lance y, levantando rápidamente el garrote, atacó a su vez. Se embistieron trescientas veces sin llegar a una decisión. Erh-lang empleó todos sus poderes mágicos, se sacudió con fuerza y se transformó en una figura gigante de treinta mil metros de altura. Sus dos brazos, cada uno con un tridente en alto, eran como los picos que rematan el monte Hua; tenía el rostro azul y los dientes muy salidos; su pelo era escarlata y su expresión, maligna hasta lo indecible. Esa terrible aparición avanzó hacia Mono y le dio un golpe en la cabeza. Pero Mono, también echando mano de sus poderes mágicos, se convirtió en una réplica exacta de Erh-lang, salvo que él sostenía en alto un solo garrote gigante, como el pilar solitario que descuella sobre el monte K’un-lun, y con él esquivó el golpe de Erh-lang. Pero los generales de Mono estaban completamente desconcertados con la gigante aparición y las manos empezaron a temblarles tanto que ya no podían ondear sus estandartes. Sus otros oficiales eran presas del pánico y no podían usar sus espadas. Los hermanos dieron una orden y las divinidades con cabeza de planta entraron a toda prisa, soltaron a los halcones y a los perros y, arco en mano, se abalanzaron a la refriega. ¡Ay!, los cuatro generales de Mono salieron huyendo y dos mil o tres mil de las criaturas a su mando fueron capturadas. Los monos tiraron sus armas y, entre gritos, corrieron, algunos a lo alto de la montaña, otros adentro de la cueva. Era tal como cuando un gato molesta de noche a las aves perchadas y su pánico llena el cielo estrellado.
Cuando Mono vio que sus seguidores se dispersaban, el corazón le latió con fuerza, abandonó su forma gigante y salió huyendo tan rápido como sus pies se lo permitían. Erh-lang lo siguió dando grandes zancadas, gritando:
—¿A dónde vas? Ven acá en este instante y te perdonaré la vida.
Pero Mono huyó, más veloz que nunca, a su cueva, donde se topó de frente con los hermanos.
—Mono desgraciado, ¿a dónde vas con tal prisa? —dijeron.
Temblando de pies a cabeza, Mono transformó apresuradamente su garrote en una aguja de bordar y, guardándola en su pelaje, se transformó en pez y se deslizó a la corriente. Erh-lang corrió hacia la desembocadura del río y no lo vio por ningún lado.
“Vaya, este simio se transformó en pez y se escondió bajo el agua. Debo transformarme también si quiero atraparlo.”
Entonces se convirtió en cormorán y descendió una y otra vez sobre las aguas. Mono salió unos momentos a la superficie y de repente vio un ave acuática cerniéndose sobre él. Era como un papalote azul, pero su plumaje no era azul. Era como una garza, pero sin copete. Era como una grulla, pero sin las patas rojas.
“Seguro que ése es Erh-lang buscándome.”
Soltó unas cuantas burbujas y rápidamente se alejó nadando. “Ese pez que hace burbujas”, dijo Erh-lang para sus adentros, “es como una carpa, pero no tiene la cola roja; es como una tenca, pero sus escamas no tienen la misma forma; es como un pez negro, pero no tiene estrellas en la cabeza; es como una brama, pero no tiene cerdas en las branquias. ¿Por qué se largó así cuando me vio? Seguro que es Mono, que se convirtió en pez.”
Y, descendiendo en picada, abrió el pico para atraparlo. En una sacudida, Mono salió del agua, se convirtió en avutarda y se quedó de pie, completamente solo, en la orilla del río. Al ver que había llegado al punto más bajo posible de transformación, pues la avutarda es la criatura más mezquina y promiscua, que se aparea con cualquier ave que se cruce en su camino, Erh-lang no se dignó a embestirlo, sino que retomó su forma verdadera y con la honda le lanzó a Mono un perdigón que lo tiró y lo hizo rodar. Aprovechando la oportunidad, Mono rodó y rodó cuesta abajo hasta la ladera de la montaña, y cuando nadie lo veía se convirtió en un peto de ánimas. Su boca, completamente abierta, era el hueco de la puerta; hizo de sus dientes las portezuelas y de su lengua el bodhisattva guardián. Sus dos ojos eran las dos ventanas redondas. No sabía muy bien qué hacer con la cola, pero asomada detrás de él parecía un mástil. Cuando Erh-lang llegó al final de la pendiente esperaba encontrar a la avutarda con que se había tropezado, pero nada más halló un altarcito. Al mirarlo detenidamente, reparó en el “mástil” que sobresalía por atrás y se rio.
—Pero ¡si es Mono! —dijo—. Otra vez quiere jugarme una mala pasada. He visto muchos altares, pero nunca uno con un mástil detrás. No cabe duda: este animal está haciendo una de sus jugarretas. Espera que yo me acerque para después morderme. No lo conseguirá. Primero cerraré el puño y golpearé las ventanas. Después derribaré las puertas.
Cuando Mono oyó esto, se horrorizó. “Eso es demasiado”, dijo para sus adentros. “Las puertas son mis dientes y las ventanas son mis ojos. No va a ser nada agradable que me patee los dientes y me golpee los ojos.” Al decir esto dio un salto de tigre y desapareció en las alturas. Erh-lang ya empezaba a cansarse de la inútil persecución cuando llegaron sus hermanos.
—Y bien, ¿atrapaste al Gran Sabio? —preguntaron.
—Acaba de intentar eludirme al convertirse en altar —dijo Erh-lang—. Estaba por golpear sus ventanas y tirar abajo sus puertas cuando desapareció. Qué asunto tan extraño.
Todos empezaron a buscar en todas direcciones, pero fue en vano: no encontraron nada.
—Quédense aquí vigilando mientras subo a buscarlo.
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