ENTONCES EL GRAN SABIO descansó tranquilo con las huestes celestiales rodeándolo. Mientras tanto, la gran compasiva bodhisattva Kuan-yin había acudido a la fiesta por invitación de la Reina del Cielo. Llevó consigo a su principal discípulo, Hui-yen, y al llegar les asombró encontrar las salas de banquetes completamente desoladas y en desorden. Los sillones estaban rotos o hechos a un lado,y aunque había unos pocos inmortales, no habían hecho el intento de tomar sus lugares, sino que estaban de pie, dispersos en grupos bulliciosos, protestando y discutiendo. Después de saludar a la bodhisattva le contaron toda la historia de lo que había pasado.
—Si no hay banquete ni bebidas, mejor vengan todos conmigo a ver al Emperador de Jade —dijo.
En el camino se cruzaron con el Inmortal Patirrojo y otros, quienes les dijeron que se había enviado a un ejército celestial para detener al culpable, pero aún no había regresado.
—Me gustaría ver al emperador —dijo Kuan-yin—. Debo pedirte que anuncies mi llegada.
Lao Tsé estaba con el emperador, y la Reina del Cielo permanecía de guardia detrás del trono.
—¿Qué pasó con el banquete de duraznos? —preguntó Kuan-yin después de concluir el intercambio de los saludos habituales.
—Siempre ha sido muy divertido, año tras año —dijo el emperador—. Es muy decepcionante que este año todo lo haya alterado ese terrible simio. Mandé a cien mil soldados para cercarlo, pero ha pasado todo el día sin que reciba noticias y no sé si lo habrán logrado.
—Creo que deberías bajar rápidamente a la montaña de Flores y Fruta —le dijo la bodhisattva a su discípulo, Hui-yen— para investigar cómo está la situación militar. Si hay hostilidades en curso, puedes echar una mano. En todo caso, dinos exactamente cómo van las cosas.
Cuando llegó, encontró un cordón militar con muchos soldados y centinelas que vigilaban todas las salidas. La montaña estaba completamente rodeada y escapar habría sido imposible. Apenas amanecía cuando Hui-yen, que era el segundo hijo de Vaiśravana y ostentaba el título de príncipe Moksha antes de su conversión, fue conducido a la tienda de su padre.
—¿De dónde vienes, hijo mío? —preguntó Vaiśravana.
—Me enviaron para ver cómo están las cosas.
—Ayer acampamos aquí —dijo Vaiśravana— y mandé a los nueve planetas como contendientes, pero no pudieron resistir la magia de este bribón y volvieron desconcertados. Luego encabecé un ejército yo mismo y él reunió a sus seguidores. Éramos aproximadamente cien mil hombres y peleamos con él hasta el anochecer, cuando él usó un método mágico para automultiplicarse y tuvimos que batirnos en retirada. Al revisar nuestro botín de guerra, descubrimos que habíamos capturado cierta cantidad de tigres, lobos, leopardos y otros animales, pero ni un solo mono. El día de hoy no empezó la pelea.
Mientras hablaban, un mensajero entró corriendo y anunció que estaban afuera el Gran Sabio y su hueste de monos dando sus gritos de guerra. Los reyes de las cuatro direcciones, Vaiśravana y su hijo Natha acababan de acordar salir a recibirlo cuando Hui-yen dijo:
—Padre, me mandó la bodhisattva a obtener información, pero dijo que si había hostilidades en curso debía yo echar una mano. Confieso que me gustaría ir a darle un vistazo al Gran Sabio.
—Hijo mío —dijo Vaiśravana—, es imposible que hayas estudiado tantos años con la bodhisattva sin aprender alguna forma de magia. No olvides ponerla en práctica.
¡Querido príncipe! Preparando su capa bordada y blandiendo su garrote de hierro con las dos manos, acudió presuroso a la entrada del campamento gritando a voz en cuello:
—¿Quién de ustedes es el Gran Sabio Igual a los Cielos?
Mono levantó su bastón de los deseos y respondió:
—Soy yo. ¿Y quién eres tú, que irreflexivamente te atreves a preguntar por mí?
—Soy el segundo hijo de Vaiśravana, Moksha —respondió Hui-yen—. Ahora soy discípulo y defensor de la bodhisattva Kuan-yin, y me pongo frente a su trono. Mi nombre en la religión es Hui-yen.
—¿Entonces qué haces aquí? —preguntó Mono.
—Me enviaron por noticias de la batalla y, como les estás dando tantos problemas, vine en persona a detenerte.
—¿Cómo te atreves a fanfarronear así? —dijo Mono—. Mantente firme y toma una probadita del garrote de este viejo mono.
Moksha no se espantó y avanzó blandiendo su garrote de hierro. Los dos estaban de pie, frente a frente, al pie de la montaña, afuera de la verja del campamento. Fue una gran pelea. Tuvieron cincuenta o sesenta embestidas, hasta que Hui-yen tuvo los brazos y los hombros todos adoloridos y, sin poder resistir más, huyó del campo de batalla. También Mono retiró a sus tropas y les pidió que descansaran afuera de la cueva.
Moksha, aún jadeando, se acercó tambaleante al campamento de su padre.
—Es absolutamente cierto —dijo—. ¡En verdad ese Gran Sabio es el más formidable de los magos! No pude hacer nada con él y tuve que volver, dejándolo en posesión del campo.
Vaiśravana estaba asombradísimo. No se le ocurrió más remedio que escribir una solicitud para que llegara más ayuda. Le encomendó esto al demonio-rey Mahābāli y a su hijo Moksha, que enseguida atravesaron el cordón militar y se elevaron al cielo.
—¿Qué tal les va allá abajo? —preguntó Kuan-yin.
—Mi padre me dijo que en la batalla del primer día capturaron a una serie de tigres, leopardos, lobos y otros animales, pero ni un solo mono —dijo Hui-yen—. Poco después de mi llegada, la batalla se reanudó y el Gran Sabio y yo nos embestimos cincuenta o sesenta veces, pero no le gané y me vi obligado a retirarme al campamento. Entonces mi padre nos mandó al demonio-rey Mahābāli y a mí a pedir ayuda.
La bodhisattva Kuan-yin inclinó la cabeza y reflexionó.
Cuando el Emperador de Jade abrió la misiva de Vaiśravana y vio que contenía una solicitud de ayuda, exclamó riendo:
—¡Qué ridiculez! ¿Cómo voy a creer que un simple mono es tan poderoso que cien mil soldados celestiales no pueden con él? Vaiśravana dice que necesita ayuda, pero no sé qué clase de tropas espera que mande.
Antes de que el emperador terminara de hablar, Kuan-yin juntó las palmas de las manos y dijo:
—No se preocupe, su majestad. Conozco a una divinidad que seguramente podrá atrapar a este mono.
—¿A quién te refieres? —preguntó el emperador.
—Su sobrino, el mago Erh-lang —dijo—. Vive en la desembocadura del río de las Libaciones, donde recibe el incienso que se quema en su honor en el mundo de abajo. Una vez, hace mucho tiempo, venció a seis ogros. Sus hermanos están con él, así como mil deidades con cabeza de planta que poseen grandes poderes mágicos. Aunque no vendría si se lo ordenaran, una solicitud sí la atendería. Si le envía una solicitud para que mande tropas, con su ayuda podríamos llevar a cabo una captura.
Se envió al demonio-rey Mahābāli como mensajero y en menos de media hora la nube en que se transportaba llegó al templo de Erh-lang. Éste salió con sus hermanos y, después de quemar incienso, leyó la solicitud.
—Que vuelva el mensajero para anunciar que ayudaré con el máximo de mis poderes —dijo.
Así que reunió a sus hermanos y dijo:
—El Emperador de Jade acaba de pedir que vayamos a la montaña de Flores y Fruta y recibamos la rendición de un mono problemático. ¡Vayamos, pues!
Los hermanos estaban encantados y enseguida reunieron a las divinidades a su cargo. Todo el templo emprendió la marcha, con el halcón en la muñeca, el arco en la mano o el perro con la correa, llevados por un fuerte viento mágico. En un santiamén habían atravesado el océano del Este hasta llegar a la montaña de Flores y Fruta. Tras anunciar su misión, los llevaron al otro lado del cordón militar y los hicieron pasar al campamento. Preguntaron cómo estaba la situación.
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