En cuanto llegó, abrió las dos jarras e invitó a todos los de su oficina a festejar. El espíritu estrella regresó a sus propias habitaciones. Mono, que tuvo que arreglárselas solo, gozó de una libertad perfecta y de una alegría nunca antes vistas ni en el cielo ni en la Tierra.
Y si no sabes qué es lo que pasó al final, tienes que escuchar lo que se cuenta en el siguiente capítulo.
LA HISTORIA DEL REY MONO
MONO NO SABÍA nada de asuntos oficiales y fue una suerte que no tuviera que hacer nada más que marcar su nombre en una lista. Por lo demás, él y sus subordinados comían sus tres alimentos al día, dormían profundamente por la noche y no tenían ninguna preocupación: nada más que una libertad y una independencia perfectas. Cuando no pasaba nada más, salía a dar la vuelta y se hacía amigo de los demás habitantes del cielo. Tenía el cuidado de dirigirse a los miembros de la Trinidad como “venerables” y a los cuatro emperadores como “su majestad”, pero a todos los demás, planetas, mansiones lunares, espíritus de las horas y los días, los trataba como iguales. Un día paseaba hacia el este; al día siguiente caminaba hacia el oeste; nadie obstaculizaba sus idas y venidas, como nadie obstaculiza el paso de las nubes. Un buen día, en la corte, se presentó un inmortal e hizo la siguiente propuesta:
—El Gran Sabio Igual a los Cielos no tiene obligación alguna y se la pasa dando vueltas y congeniando. Todas las estrellas del cielo, superiores e inferiores, son ahora sus amigotas. De eso no puede salir nada bueno, a menos que se le encuentre algún modo de emplear el tiempo.
El Emperador de Jade mandó llamar a Mono, que llegó jubiloso y preguntó:
—¿Qué ascenso o recompensa se dispone a anunciarme su majestad?
—Ha llegado a mis oídos que no tienes nada particular que hacer, así que te daré un trabajo. Tendrás que cuidar el jardín de durazneros; quiero que ejerzas este trabajo con la mayor atención.
Mono estaba encantado de la vida e, incapaz de esperar un momento, se precipitó a asumir sus nuevas obligaciones en el jardín de durazneros. Encontró ahí a un espíritu local, que le gritó:
—Gran Sabio, ¿a dónde vas?
—A hacerme cargo del jardín de durazneros —respondió—. Su majestad me lo encomendó.
El espíritu hizo una profunda reverencia y llamó a los fuertes encargados de labrar la tierra, sacar el agua, cuidar los árboles y barrer las hojas para que le rindieran pleitesía a Mono.
—¿Cuántos árboles hay? —le preguntó Mono al espíritu local.
—Tres mil seiscientos. Del lado exterior hay mil doscientos, con flores discretas y pequeñas frutas. Maduran cada tres mil años. Quien las come se convierte en genio omnisciente; sus extremidades son fuertes y su cuerpo, ligero. En medio del jardín hay mil doscientos árboles con flores dobles y frutas dulces. Ésas maduran cada seis mil años y quien las come puede levitar a voluntad y nunca envejece. En el fondo del jardín hay mil doscientos árboles que dan frutas con manchas moradas y huesos amarillo pálido. Maduran cada nueve mil años y quien las come vive más que el cielo y la Tierra y está a la par del sol y la luna.
Mono estaba fascinado y enseguida empezó a revisar los árboles y a hacer una lista de las pérgolas y las pagodas. A partir de entonces sólo se entretenía una vez al mes, el día de luna llena, y el resto del tiempo no veía a sus amigos ni iba a ninguna parte. Un día vio que en lo alto de algunos árboles había muchos duraznos maduros y decidió comerlos antes de que nadie más tuviera oportunidad. Desafortunadamente sus vasallos lo vigilaban de cerca y, para quitárselos de encima, dijo:
—Estoy cansado. Voy a descansar un poco en esa pérgola. Espérenme afuera de las puertas.
Cuando se retiraron, se quitó el sombrero y la toga de la corte, subió un árbol alto y empezó a arrancar la fruta más grande y madura que veía. Sentado a horcajadas en una rama, se agasajó a placer y luego bajó. Se puso la toga y el sombrero y llamó a sus vasallos para que lo atendieran mientras regresaba solemnemente a su alojamiento. Después de unos cuantos días volvió a hacer lo mismo.
Una mañana, su majestad la Reina del Cielo, tras haber decidido dar un banquete de duraznos, les dijo a las hadas doncellas, la de rojo, la de azul, la de blanco, la de negro, la de morado, la de amarillo y la de verde, que cogieran sus canastas y fueran al jardín de durazneros a cosechar fruta. Encontraron a los vasallos de Mono en la puerta impidiendo el paso.
—Venimos por órdenes de su majestad a recoger duraznos para un banquete —dijeron.
—Deténganse, hermosas hadas —dijo uno de los custodios—. Las cosas han cambiado desde el año pasado. Ahora este jardín se ha encomendado al Gran Sabio Igual a los Cielos y debemos pedirle permiso antes de dejarlas pasar.
—¿Y dónde está? —preguntaron.
—Se ha sentido un poco cansado —dijo un espíritu guardián— y está tomándose una siesta en la pérgola.
—Muy bien —dijeron—. Vayan a buscarlo porque ya tenemos que ponernos a trabajar.
Aceptaron ir y decirle, aunque encontraron la pérgola vacía, salvo por el sombrero y la toga. Empezaron a buscarlo, pero no estaba por ningún lado. Lo cierto es que Mono, después de escabullirse para comer varios duraznos, se había transformado en un monito de cinco centímetros y dormía acurrucado debajo de una hoja gruesa muy en lo alto del árbol.
—Debemos cumplir con nuestras órdenes —dijeron las hadas doncellas—, sin importar si lo encuentran o no. No podemos regresar con las manos vacías.
—Tienen razón, hermosas hadas —dijo un oficial—, no debemos hacerlas esperar. Nuestro patrón estaba acostumbrado a pasear muchísimo y probablemente fue a ver a alguno de sus viejos amigos. Vayan a recoger sus duraznos y cuando vuelva se lo diremos.
Así que fueron al jardín y primero llenaron tres canastas con duraznos de los árboles de la parte más próxima del jardín y luego tres de los árboles de en medio, pero al llegar a los del fondo no encontraron más que tallos rotos. Alguien se había llevado todos los duraznos. Sin embargo, después de una larga búsqueda consiguieron hallar un durazno solitario que no estaba completamente maduro colgando en una rama que daba al sur. El hada de azul jaló la rama hacia ella, arrancó el durazno y la soltó. Era la mismísima rama donde Mono dormía en su forma diminuta. La sacudida lo despertó y, transformándose de nuevo a toda velocidad, gritó:
—¡¿De dónde vienen, monstruos, y cómo es que tienen la audacia de arrancar mis duraznos?!
Las aterrorizadas hadas doncellas cayeron de rodillas al mismo tiempo y exclamaron:
—¡Gran Sabio, no te enojes! No somos monstruos, sino siete hadas doncellas enviadas por la Reina del Cielo a recoger frutas para su banquete de duraznos. Cuando llegamos a la puerta encontramos a tus oficiales en guardia. Te buscaron por todas partes, pero sin éxito. Nos daba miedo hacer esperar a su majestad, así que, como nadie te encontraba, entramos e iniciamos la cosecha. ¡Te rogamos que nos disculpes!
Entonces Mono fue todo afabilidad.
—Levántense, hadas —pidió—. Díganme, ¿quiénes están invitados a este banquete?
—Es un banquete oficial y, desde luego, están invitadas ciertas deidades. El Buda del Cielo del Oeste estará ahí, al igual que los bodhisattvas y lo-hans. También Kuan-yin y los inmortales de las Diez Islas. Vendrán asimismo los cinco espíritus de la Estrella Polar, los emperadores de las Cuatro Direcciones, los dioses e inmortales de los mares y montañas. Todos ellos vendrán al banquete.
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