Resumiendo, los centros de poder político, militar y financiero promueven los procesos de tecnificación y virtualización, porque estos los fortalecen. Los ciudadanos, mientras tanto, se acostumbran a las cámaras de seguridad y al uso, por parte de las instituciones estatales y las empresas privadas, de la información cada vez más interrelacionada que se obtiene a través de los celulares, las tarjetas de crédito, las tarjetas de fidelidad, etcétera, ya sea para fines de vigilancia o de márquetin.
En este contexto, varios teóricos consideran que estamos frente al inicio de una nueva era que está relacionada con nuevos mecanismos de control, nuevas formas de violencia y nuevas incertidumbres. La relación entre oprimidos y opresores renueva su vigencia, aunque cambien los actores y los medios. Como vaticinó Deleuze (1991), las redes de poder delatan una intensificación y sofisticación de sus dispositivos, los cuales están irrigados por las innovaciones tecnológicas y prácticamente no dejan nada fuera de control. El trabajador disciplinado de la sociedad industrial, del que hablaba Foucault, es remplazado por el consumidor controlado: “ya no es el hombre encerrado sino el hombre endeudado” (p. 3). También Martín-Barbero (2002) advierte que “las nuevas tecnologías […] hacen fuerte a un Estado [al] que refuerzan en sus posibilidades/tentaciones de control” (p. 90).
Otros cambios fundamentales se dan con la aparición de la ingeniería y la medicina genéticas. El cuerpo se comprende como información que puede ser descifrada, manipulada o reproducida. También se tiende a considerar la conciencia del hombre como parte de esta información, como algo que reside en el cuerpo y no está relacionado con una trascendencia. La actitud de Welsch (2014) al respecto es moderada. Considera que el poshumanismo es parte natural de la evolución. Sin embargo, reconoce que estamos presenciando un cambio fundamental. Por primera vez, observa Welsch, “la humanidad es capaz de evolucionar, no solo mejorando su software cultural, sino también optimizando su hardware genético”.31 Por contraste, Fukuyama (2003), en su ensayo Our Posthuman Future, alerta sobre los riesgos de que, a futuro, una supuesta eugenesia se torne cría humana. Explica que “la cría, aunque no necesariamente tendría connotación de patrocinio estatal, siempre señalaría de manera adecuada el potencial deshumanizador de la ingeniería genética”.32
Un teórico que no se refiere explícitamente al hombre poshumano, pero que será relevante en el análisis de los textos literarios, en la medida en que plantea que las innovaciones tecnológicas conducen a cambios cualitativos en la vida y conciencia del hombre, es el autor de la teoría de la simulación, Jean Baudrillard. Ya en su obra temprana reflexiona acerca de los simulacros que aparecen relacionados con una teoría del consumo. Como el mundo del consumo es un mundo imaginario y engañoso, el signo enmascara y diluye la realidad, y comienzan a establecerse los simulacros. Sin embargo, Baudrillard desarrolla la teoría de la simulación y de la hiperrealidad, como tal, en la segunda fase de su creación, cuando habla de la “era de la simulación”, de una “semiocracia” y de un “bombardeo de signos” (1976, pp. 90-119; 1978, p. 131), y términos como simulacro o hiperrealidad se desarrollan sistemáticamente, sobre todo en sus obras L’Échange symbolique et la mort (1976) y “La precesión de los simulacros” (1978). En la era de la simulación, según el autor, el valor referencial de los signos se pierde, por lo que estos se vuelven autónomos y pueden preceder a la realidad. De esta manera, se establece la hiperrealidad que va invadiendo y, finalmente, expulsando
la realidad. Distinguir entre la realidad y la ficción ahora es imposible, porque la única realidad se compone de un sistema de signos autorreferentes; no hay una superficie que se pueda penetrar para acceder a otro plano más profundo o verdadero, porque los simulacros son lo único que queda; como copias sin original.
Como los medios son las fábricas de los simulacros, el concepto de hiperrealidad aparece estrechamente relacionado con el lenguaje de los medios en culturas posmodernas y tecnológicamente avanzadas. Estos, para Baudrillard (1978), modifican radicalmente la percepción y las experiencias de las personas, porque les ofrecen modelos tanto para interpretar la realidad como para actuar en ella. El autor francés acoge la profecía de McLuhan sobre el medio que es mensaje, cuando observa que las masas “conservan la fascinación del medio que prefieren a la exigencia crítica del mensaje” (p. 141). Se está, por lo tanto, neutralizando el mensaje en provecho del medio y del simulacro.
Crítica al discurso poshumanista
Llegados a este punto, cabe mencionar a Taylor, Short, Badmington y Herbrechter, quienes trascienden la reflexión sobre el fenómeno del poshumanismo para enfocar su función e impacto discursivos. Es decir, no se refieren al poshumanismo como tal, sino a aquellos discursos que lo presentan como perspectiva utópica.
Para Taylor (2013), la expectativa de que el colapso de las delimitaciones ontológicas entre el hombre, el animal y la tecnología nos vaya a beneficiar, delata un optimismo ilusorio que, además, sigue siendo un antropocentrismo. No le suena éticamente incluyente, sino al contrario, preocupantemente imperialista, ya que, en esta perspectiva, “el mundo se convertiría en algo que solo puede ser colonizado por nosotros mismos y nuestro afán ilimitado de posesión y poder”.33 Su propuesta apunta a un poshumanismo que no se piense como una expansión, sino al contrario, como un proceso erosivo.
Short (2005) también es escéptica, y con respecto a las visiones ciborgeanas utópicas advierte que se debe recordar quién está excluido dentro de esta definición. Se pregunta si el cíborg es “un significante primordialmente occidental, un marcador de privilegio del Primer Mundo con el que solo puede identificarse una persona con pleno acceso a los beneficios de una sociedad de información”.34 En la opinión de Short, a pesar de que en varias ocasiones los ideales humanistas se hayan traicionado para justificar, en nombre de ellos, políticas represivas y totalizantes, nos siguen siendo imprescindibles. Concluye que “reconocer un parentesco fundamental entre las personas, a través del cual reafirmamos efectivamente nuestra humanidad, puede ser algo positivo”. En este sentido, considera que “en un mundo que actualmente está siendo desgarrado por las diferencias religiosas y culturales, es posible que necesitemos más que nunca este tipo de comprensión”.35
Desde la perspectiva de Badmington (2003), los discursos poshumanistas son demasiado categóricos y desconocen aquello que permanece o se resiste. Cita a Derrida, quien en “Les Fins de l’homme” (1972) reconoce que todo pensamiento, incluida la deconstrucción, forma parte de una tradición. En este sentido, Badmington destaca que para poder hablar del poshumanismo el hombre como ente epistémico tiene que existir aún, y plantea la siguiente pregunta: “Si el ‘hombre’ está presente en ‘su’ propio funeral, ¿cómo podría entonces estar muerto?”.36
Herbrechter (2009) afirma que, en un mundo cada vez más globalizado y virtualizado, el discurso eufórico del poshumanismo se convierte en un nuevo metarrelato o discurso hegemónico, es decir, una ideología que encubre el hecho de que estamos frente a una concentración de poder económico y político sin precedentes, frente a nuevas formas de discriminación, explotación y persecución. Al igual que Badmington, observa que el significado del prefijo pos- es ambivalente, ya que oscila entre la finitud y la renovación. Agrega que el hombre pareciera no poder desaparecer del todo, porque su vigencia se manifiesta en el mismo término pos-humanismo.
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