Sin embargo, la Unión Europea, China y muchas de las principales economías permanecen fieles al Acuerdo de París , junto al uso creciente de las energías renovables y a la rentabilidad de la llamada green economy (Jamieson y Mancuso, 2017). En cambio, el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, también él con acentos negacionistas, autorizó nuevos y peligrosos proyectos de deforestación.
La Conferencia sobre el clima de Katowice en 2018, sin embargo, evidenció una notable diferencia entre los objetivos suscriptos en París (evitar el crecimiento de la temperatura que supere el umbral de 2 grados respecto de la era preindustrial) y los compromisos suscriptos voluntariamente por los gobiernos y, por lo tanto, no fueron establecidas reglas para el mercado del carbono 3después del 2020. La trayectoria actual lleva al riesgosísimo aumento de más de 3 grados. Se hizo idea y se transformó en un lugar común que la protección del medioambiente frena el crecimiento, castiga ocupaciones y empobrece a los más pobres. Para algunos discursos, esto podría corresponder a la verdad si, junto con las investigaciones sobre energías renovables, el auto eléctrico y las nuevas tecnologías sostenibles, no se incluyeran soluciones concretas para quien se convierte en víctima del abandono de las energías fósiles.
El informe del Comité Científico de la ONU (IPCC) presentado en Ginebra en 2019 se centra en la relación entre el cambio climático y la salud del suelo, mostrando que cerca de un cuarto de las emisiones de gas con efecto invernadero deriva de un mal uso del suelo, por lo cual es necesario reducir la deforestación, incrementar la reforestación y la forestación (la creación de nuevos bosques, que además, por el proceso de fotosíntesis, favorece el enfriamiento de la atmósfera) y también practicar una agricultura sostenible para consumir menos suelo, teniendo en cuenta que el consumo hídrico para el riego de campos es igual al 70 % del total del consumo humano de agua dulce. Además, propone el paso a una dieta predominantemente vegetal, o sea, conformada por una mayor cantidad de frutas y verduras, cuyo cultivo tiene bajas emisiones de carbono y una menor cantidad de carne roja, por la notable producción de metano, gas de efecto invernadero, en gran parte eructado, pero sobre todo exhalado y transferido en los excrementos, en la crianza (sobre todo en las explotaciones industriales intensivas) por causa de los procesos digestivos principalmente de los bovinos. 4El IPCC estima que del 25 al 30 % del alimento se pierde o se tira, y desde el 2010 al 2016 esto contribuyó del 8 al 10 % del total de la emisión de gases con efecto invernadero producidos por el hombre.
En diciembre de 2019, la ONU organizó en Madrid la Cop25 , conferencia que protagonizaron los representantes de cerca de 200 países, quienes debían presentar juntos los caminos elegidos para mejorar las estrategias contra el recalentamiento global a partir de 2020, decididas antes del Protocolo de Kioto y después del Acuerdo de París (2015). Las principales medidas para alcanzar el ambicioso objetivo de reducir a cero las emisiones antes del 2050 consistirían en abandonar los combustibles fósiles, facilitar los fondos para los países en vía de desarrollo, revidar el plan de transporte automovilístico, aéreo y marítimo por medio de un riguroso plan de “descarbonización” energética, incluso a través de los smart grids (redes digitales inteligentes). Lamentablemente no se alcanzó ningún acuerdo sobre las medidas prácticas a adoptar para el cumplimiento de los objetivos prefijados, lo que confirma la extendida subvalorización de los problemas.
Siguen apareciendo enfermedades que migran como viajeros sin paz desde sus originarias regiones tropicales, desde países pobres y remotos, donde son endémicas, a nuevos lugares en los que se adaptan y echan raíces como si fueran residentes en los recientes hábitats que conquistan. Ya no es necesario ir a África para contagiarse la malaria ni, por dar un ejemplo menos dramático, nadar en el océano Atlántico o Índico para encontrar coloridos peces desconocidos que atraviesan el agua junto a nuestro róbalo perdido, desconcertado por estos encuentros cercanos, como podría estar el hombre frente a una invasión de extraterrestres. (Preta, 2017).
Los humanos somos 7.000 millones de personas (de un 1.900.000 que éramos en 1900) y se dice que seremos 9.000 millones en la mitad de este siglo. A pesar de los significativos progresos de los últimos 15 años, el acceso al agua potable limpia y segura es un objetivo inalcanzable para gran parte de la población del mundo.
En el 2015, 3 personas sobre 10 (2,1 millones) no tenían acceso al agua potable y 4,5 millones de personas, igual a 6 sobre 10, no tenían servicios higiénicos seguros. Lo revela el último informe de la Unesco sobre desarrollo hídrico global en el título “Ninguno sea dejado atrás”, publicado con ocasión de la Jornada Mundial del Agua, convocada por la ONU el 22 de marzo de 2019.
Las muertes anuales por polución ambiental son de 5 a 6 millones en el mundo. Un artículo publicado en la revista The Lancet (Landrigan et al ., 2017) con la firma de la misma The Lancet Commission on Pollution and Health (un proyecto bienal que involucró a más de 40 autores de varios países del mundo) afirma que las muertes prematuras debidas al agua contaminada y al aire sucio en el 2015 han sido 9 millones. La exposición al aire, al agua y al suelo contaminado mata más personas que la obesidad, el alcohol, los accidentes viales y la desnutrición. Los niños son los más golpeados y afrontan los riesgos más altos porque son víctimas de enfermedades permanentes, discapacidades y muertes que pueden surgir también por breves exposiciones a las sustancias químicas contaminadas en el útero y en la primera infancia.
El informe de 250 científicos de 70 países, el Global Environment Outlook , presentado en la Asamblea de la ONU para el Ambiente en Nairobi en 2019 dice que un muerto prematuro sobre 4 en el mundo se debe a las decadentes condiciones ambientales de la región en la que vive. El riesgo para la población que debe abandonar la propia tierra, sujeta a una progresiva desertificación por eventos meteorológicos extremos, es hoy el 60 % mayor que hace 40 años. La Organización Internacional para la Migración (IOM) calcula que los llamados migrantes climáticos serían hoy 25,3 millones, estimando en 143 millones para el año 2050. Los refugiados ambientales, sobre todo por el aumento del nivel de los mares, causado por el descongelamiento de los hielos y por el aumento de la temperatura del agua, factores que determinan la erosión de extensos tramos costeros, son el triple de los provocados por conflictos armados y están en continuo aumento. En general, el 9% de las migraciones de los últimos 10 años han sido provocadas por motivos ambientales, por cuanto las poblaciones autóctonas dependen más directamente para su subsistencia de los equilibrios en el ecosistema y quien huye de los desastres ambientales está hoy forzado a vivir en la clandestinidad y en la pobreza y, además, a ser sostenido como el enemigo universal, lo siniestro freudiano, cuya culpa consiste en que con su sola presencia atenta contra el bienestar occidental.
El acceso al agua potable segura y a los servicios higiénicos-sanitarios ha sido reconocido como derecho humano en 2010 5pero todavía no está asegurado para todos. En el mundo aumentan los movimientos para el reconocimiento del derecho al agua como derecho humano, por el contraste con el global grabbing , el acaparamiento de las cuencas acuíferas por parte de las multinacionales y por la tutela de las comunidades autóctonas, más directamente sometidas al riesgo de contacto con redes hídricas contaminadas, que reducen las resistencias a virus y bacterias, con el consiguiente aumento de los decesos, la caída de la fertilidad masculina y femenina y daños en el desarrollo neuro-cerebral de los niños.
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