Fernando Martín Peña - Cien años de cine argentino

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Esta no es una nueva historia del cine argentino sino una interrogación de las que ya se han escrito a través de la revisión contemporánea de varios centenares de films importantes. Constituye un relato que puede leerse como una totalidad o de manera fragmentaria, y que adopta una curiosa circularidad: la forma en que se presenta el cine contemporáneo se parece curiosamente al inicial. Por su carácter original, imprevisible y heterogéneo, por una producción completamente atomizada, por la relativa facilidad de acceso a los medios de producción, el más reciente cine argentino se parece bastante al más antiguo.

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Otro pionero esencial, el italiano Federico Valle, llegó a la Argentina en 1911, instaló un laboratorio, formó técnicos en diversos rubros y al poco tiempo se transformó en una usina de films industriales, encargados por diversas entidades para su propia promoción o memoria. Sin perjuicio de intentos previos, en 1920 impuso el noticiero semanal Film Revista Valle, ideado por secciones como las publicaciones periodísticas, y pródigo en notas de color que lo volvieron popular con gran rapidez.

Aunque Glücksmann y Valle fueron los más consecuentes con la producción de noticieros cinematográficos, durante este período hubo varios otros de vida más breve, como el Noticiario argentino de Patria Film (dirigido por el actor Argentino Gómez) o el de la productora Rapid Film (de Julio Alsina), que aparentemente fue pionera en la inserción de publicidad encubierta.

Más allá de la producción regular de institucionales y noticieros, también fue frecuente la realización de documentales de todo metraje y propósito. En 1920, por ejemplo, Martínez de la Pera y Gunche presentaron un film de media hora titulado La mosca y sus peligros, que demuestra en una serie de imágenes aterradoras los muchos modos en que la mosca se las arregla para transmitir toda clase de enfermedades espantosas. Al comienzo, el insecto presenta el aspecto inofensivo que suele adoptar en los documentales científicos convencionales, pero enseguida el film comienza a utilizar técnicas de microfotografía para mostrar al monstruo en acción, contaminándolo todo y reproduciéndose de manera abyecta e incontenible. Según información de la época, el film fue parte de una serie de documentales profilácticos sobre distintos males (el cáncer, la sífilis) exhibidos durante algunos años en proyecciones matinales instructivas para niños en edad escolar, que seguramente no habrán podido olvidarlos nunca. El asesor científico de la serie era un médico apropiadamente llamado Bárbara.

Algunos importantes largometrajes documentales han sido hallados recientemente, como En los hielos de las Orcadas, de Juan Carlos Moneta para Federico Valle, estrenada en 1928 (descubierta en 2011 a partir de una investigación del historiador Andrés Levinson) o Tierra del Fuego / Terra Magallaniche del sacerdote explorador Alberto María de Agostini, filmada durante varios años, terminada en 1933 y restaurada en 2009 en Italia por el Museo de la Montaña de Turín. También sobrevivieron algunos films realizados de manera urgente sobre determinados episodios históricos cuyo tono se debate entre el periodismo y la propaganda. Es el caso de Para la historia argentina (1930), el más extenso de varios films compaginados con material de diferentes operadores profesionales durante el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, que comienza asegurando que ese día el teniente general José Félix Uriburu, “respondiendo al clamor unánime de la República, depuso con el apoyo del pueblo, del Ejército y la Armada, al Gobierno de la Nación”. No fue el único caso. En julio de 1932, apenas declarada la guerra entre Paraguay y Bolivia por el Chaco boreal, el director de fotografía y cameraman Roque Funes tomó la iniciativa de viajar a Paraguay y acompañar con su cámara al ejército de ese país durante los primeros episodios importantes del conflicto. Pocos meses más tarde regresó a Buenos Aires y declaró: “Nadie puede darse una cuenta cabal de lo que es aquello. Los combates se suceden dejando un tendal de cuerpos despedazados y un ambiente rarificado por la podredumbre de los cadáveres en rápida descomposición”.[7] En cuestión de días, Funes (que tuvo una intensa actividad en el cine argentino antes y después de esta experiencia) seleccionó el material registrado, rodó mapas y textos explicativos y compaginó un largometraje a favor del gobierno paraguayo, que tituló En el infierno del Chaco y que fue rescatado en 2008 gracias al trabajo conjunto de preservadores paraguayos y argentinos.

Dibujo animado y sátira política

Lo documental importa de modo indirecto pero relevante toda vez que Ferreyra, Torres Ríos, Cosimi y otros salieron a la ciudad y al campo a incorporarlos como materia viva de sus dramas, y adquirió un peso determinante en films como Nobleza gaucha, que administra su leve trama de ficción sobre apuntes intensamente documentales, desde la descripción de las diversas tareas camperas al comienzo, hasta el descubrimiento casi turístico de la gran ciudad.

Hay muchos ejemplos de esa impureza o hibridación deliberada pero es probable que el más extremo sea la modalidad que adoptó la técnica de la animación cuadro a cuadro en nuestro país. Mientras en el resto del mundo se utilizaba para representar fantasías más o menos orientadas al público infantil, en la Argentina se usó mayormente para trasladar al cine el humor político, de larga tradición gráfica, necesariamente adulto y tan determinado por el peso de la realidad que los pocos ejemplares existentes son incomprensibles sin las referencias del contexto político en que se produjeron.

El dibujante Quirino Cristiani lo contó así: el productor Federico Valle lo había convocado hacia 1916 para trabajar en su noticiero semanal, donde debía dibujar un chiste de actualidad para cada edición. Cristiani comenzó a realizar esos chistes en planos fijos pero pronto diseñó un sistema propio para lograr pequeñas secuencias de animación con la urgencia necesaria para cumplir los tiempos del noticiero. Adaptó una cámara para que sólo tomara un fotograma por vez, con un sistema mecánico, y la montó en forma perpendicular a una mesa de trabajo, iluminada por dos lámparas fijas. Bajo la mesa dispuso dos pedales, uno para encender y apagar las luces y otro para accionar la cámara. En lugar de utilizar acetatos o de realizar un dibujo por fotograma (como hacía su contemporáneo Winsor McCay en Estados Unidos), Cristiani trabajó con siluetas recortadas y articuladas, a las que animaba con un punzón. Los dibujos se realizaban con tinta blanca sobre fondo negro, pero lo que se proyectaba era su negativo, muy contrastado, para que el resultado final diera la ilusión de un trazo negro sobre fondo blanco, a semejanza del austero estilo visual de los dibujos animados norteamericanos que estaban comenzando a circular por entonces en todo el mundo (como la serie Mutt & Jeff).

El éxito de esas breves intervenciones animadas hizo que Valle decidiera expandir la idea a un film largo. Encargó entonces un guión satírico sobre Yrigoyen al periodista Alfonso de Laferrere, caricaturas de los diversos políticos protagonistas al popular dibujante Diógenes Taborda y la dirección al propio Cristiani, al frente de un pequeño equipo de dibujantes. Un técnico de Valle llamado Andrés Ducaud, que era arquitecto, diseñó una gigantesca maqueta de Buenos Aires así como también los efectos ópticos necesarios para que, en el clímax de la historia, Yrigoyen la destruyera con el fuego purificador que le era dado por el mismísimo Dios. El film se tituló El apóstol, se estrenó con gran éxito de público y crítica en noviembre de 1917 y fue el primer largometraje de animación de la historia del cine mundial.

Se sabe menos sobre los siguientes: en marzo de 1918 Ducaud estrenó otro largo, titulado Abajo la careta o la república de Jauja, y enseguida otro más, trasladando la caricatura gráfica a muñecos animados cuadro a cuadro: Una noche de gala en el Colón o la Carmen criolla. En fecha indeterminada de 1918 el propio Cristiani presentó otro largometraje animado propio, titulado Sin dejar rastros, que desapareció como lo indica su título: según Cristiani, fue secuestrado por orden de Yrigoyen porque aludía a un conflicto diplomático con Alemania que el mandatario no deseaba profundizar.

Cristiani siguió trabajando para los noticieros de Valle durante algún tiempo y eventualmente puso su propio estudio, no sólo para hacer animación sino también intertítulos “artísticos”, mapas didácticos para documentales, afiches y otros servicios que hoy se resumen en la expresión “diseño gráfico”. También tuvo tiempo para hacer otros films, como Fir¡poBre!nnan (abril de 1923), Comentario humorístico sobre el match Firpo-Dempsey (noviembre de 1923) y Humberto de garufa (1924), todos ellos de cortometraje. En 1931, con producción propia, Cristiani reiteró la hazaña de El apóstol al estrenar Peludópolis, otra sátira sobre Yrigoyen, que fue el primer largometraje sonoro (con discos) de la historia del cine. En el período sonoro hizo un único film infantil, pero con técnicas de animación tradicionales (El mono relojero, 1938) y luego instaló su propio laboratorio que funcionó hasta la década de 1960. Toda su obra muda se considera perdida, a excepción de unos cuantos cortos breves para el noticiero de Valle, descubiertos por el autor en el Museo del Fin del Mundo, Ushuaia, en 2009.

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