Tres.
Dos.
Uno.
¡Flash!
Listo. Las fotos estarían en un minuto.
Sara apoyó la espalda contra la pared de la cabina y suspiró. Pensó en el fotomatón que contrataron para los invitados el día de su boda con Juan, esa de la que no pudieron disfrutar porque rompió aguas en el altar. «Yo os declaro marido y mujer. Como es evidente que ya has besado a la novia antes, ¡llévatela ahora mismo al hospital! Ya os besaréis más tarde», dijo el sacerdote.
Sara sonrió al recordar aquella deliciosa locura de casarse embarazada, pero su sonrisa se tornó triste cuando una pregunta que llevaba ignorando mucho tiempo afloró con fuerza:
«Si hubiéramos esperado a que naciera Loreto, ¿nos habríamos casado?».
[1]. Michelada: bebida creada por los dioses que se prepara con cerveza, salsa picante, zumo de limón y sal. Tacos al pastor: tortilla de maíz con carne adobada aliñada con cilantro, cebolla y piña. La combinación de ambos puede tener efectos secundarios irreversibles, como alcanzar el éxtasis, ver la luz o sentir la más absoluta felicidad. (N. de la A.)
Juan cruzó la puerta de la T4 con todos los bártulos en un carro que se torcía a la derecha.
—Tenía que tocarme a mí el carro roto —murmuró.
—Eso pasa porque has cargado todo el peso en el mismo lado. Espera… —dijo Loreto, soltando por un momento la silla donde llevaba a su pequeña tocaya.
—Déjalo, Lore, da igual. Con todo lo que tenemos por delante el carro es lo de menos.
—Oye, ¿estás bien?
—No. Estoy muy preocupado por este viaje. Pienso en todo lo que Sara sufrió por culpa de Cayetana y no entiendo por qué tenemos que ir a verla.
—Pues no sé, Juan, yo no tengo hermanos, pero supongo que Sara querrá reconciliarse con ella. Antes estaban muy unidas.
—Sí, pero cuando Sara la necesitó de verdad, Cayetana la dejó sola. No ha dado señales de vida en trece años y me preocupa que, después de todo eso, con una simple llamada, consiga que crucemos medio mundo para ir a verla. Y tengo miedo, Lore, porque no quiero ver sufrir a mi mujer.
Loreto lo miró pensativa, buscando con desesperación un argumento que pudiera consolarlo, pero no lo encontró.
—Vamos, ahí está la comisaría.
—Esa es otra. Tú conoces a Sara desde que erais niñas y sabes lo organizada que es. ¿Alguna vez la has visto cometer un error tan grande como dejarse el pasaporte en casa?
—La verdad es que no pero, Juan, puede pasarle a cualquiera.
—Ya lo sé, Loreto, pero la cuestión es que le ha pasado a ella porque, desde que habló con su hermana, está como ausente. Te juro que no entiendo qué le pasa.
—Le pasa que está cansada, Juan —dijo Loreto.
—No es solo eso, Lore. Yo también estoy cansado, porque no duermo y trabajo como un animal, pero aun así me he acordado de traer el puto pasaporte —dijo Juan, ajeno al hecho de que, dentro de ese fotomatón junto al que pasaban, estaba su mujer escuchándolo todo.
Juan y las dos Loretos dieron un respingo al oír el chasquido metálico de la cortina cuando se abrió con violencia. Sara apareció tras ella, dio unos pasos al frente y se encaró a su marido. La tensión del momento era tan grande que Loreto decidió alejarse a la voz de:
—Vámonos, Mini Yo. Se avecina tormenta y tu padre tiene cara de pararrayos.
Al verse solo ante el peligro, Juan sostuvo la mirada de Sara y levantó el mentón, pero no pudo evitar el movimiento de la nuez, que subía y bajaba por la garganta como si fuera un yoyó.
—No sabía que esto fuera una competición, Juan, pero está bien, juguemos —dijo Sara—. Tú has traído tu pasaporte y a mí se me olvidó el mío. OK . Seguimos. ¿Quién compró los billetes?
—Tú —dijo él, con voz trémula.
—¿Quién hizo la maleta de Loreto?
—Tú.
—¿Quién la llevó a sacarse su primer pasaporte?
—Tú, pero…
—¿Quién fue al banco a por pesos mexicanos?
—Sara…
—¿Quién se encargó de hablar con los del seguro médico por si nos pasa algo?
—Sara, si me dejas hablar….
—No, Juan, ya has hablado bastante, pero ¿por qué en lugar de echarme en cara el único fallo que he cometido, no te preguntas por qué el pasaporte se me olvidó a mí y no a ti?
—Sara, te estás pasando. ¿Quién se queda con Loreto veinticuatro horas seguidas cuando tú estás de guardia?
Sara se cruzó de brazos, alzó una ceja y contestó:
—Tu madre.
—Mi madre solo viene un rato para que yo pueda trabajar. Te recuerdo que soy autónomo, que no tengo vacaciones y que sigo sin entender por qué tenemos que hacer este viaje.
—Chicos… —los interrumpió Abi, apareciendo de la nada.
—Pues si tanto te cuesta entenderlo, no haber venido, Juan. Yo no te lo pedí —dijo Sara.
—¿Es que querías irte sola?
—Chicos…
—No, pero habría sido todo tan sencillo que no se me habría olvidado el pasaporte.
—Chicos, parad…
—Abi, ¡cállate! —gritaron los dos a la vez.
—Es que el policía os está llamando.
Sara giró la cabeza y vio al agente Goliat haciéndole señas. Con la sangre hirviendo en sus venas, tomó las instantáneas que el fotomatón había escupido hacía un buen rato y se acercó al agente.
—Hoy está de suerte. Mi compañero ha venido temprano y ha accedido a atenderla. Pase al primer despacho, la está esperando —dijo Goliat.
—Genial, gracias.
Sara se asomó a la puerta. Un policía muy atractivo, de los que provocan ganas de cometer un delito para que te detenga, la esperaba en una mesa. A pesar de su estado de nervios, Sara intentó sonreír. Cuando tu destino está en manos de otra persona, es mejor ser simpática. Sin embargo, el agente la miró con cara de no haberse tomado aún su primer café del día.
—Siéntese —refunfuñó.
—Buenos días —dijo Sara.
—¿Qué ha ocurrido?
—Tengo un vuelo a Cancún. Embarco a las nueve y me he dejado el pasaporte en casa —dijo. El rostro del policía permaneció impasible. Era como si esperara oír algo más, por eso Sara añadió todo lo que se le fue ocurriendo—: Por favor… Gracias… Lo siento…
—¿También ha olvidado su DNI?
—No, eso no.
—Entonces muéstremelo —dijo el agente de malos modos.
Sara buscó en su cartera y le entregó el DNI. El policía le puso delante un formulario y le indicó con una mueca que lo rellenara. Sara obedeció. Estaba tan alterada que le temblaba el pulso, algo que no le había ocurrido nunca, ni siquiera el día que abrió su primer cráneo en un quirófano.
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