María José Navia (Santiago de Chile, 1982) es una escritora y lectora insaciable. Asegura que su único superpoder es leer mucho (dos libros al día) y durante 2020 estuvo recomendando a una escritora cada día en su famoso hilo de Twitter (#366escritoras). Sus estudios incluyen un máster en Humanidades y Pensamiento Social (NYU) y es doctora en Literatura y Estudios Culturales (Georgetown University). Actualmente trabaja como profesora en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autora de las novelas SANT (Incubarte, 2010) y Kintsugi (Kindberg, 2018) y de las colecciones de cuentos Instrucciones para ser feliz (Sudaquia, 2015) y Lugar (Ediciones de la Lumbre, 2017), finalista del Premio Municipal de Literatura de Santiago de Chile 2018. Algunos de sus relatos han sido traducidos al inglés, al francés y al ruso y han formado parte de antologías en Chile, España, México, Bolivia, Rusia y Estados Unidos. Con Una música futura obtuvo el Premio de Mejores Obras Literarias que entrega el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, en la categoría de cuento inédito.
Le gusta grabarse leyendo sus cuentos para poder así corregirlos «de oidas», siendo la sonoridad y la oralidad muy importante en su obra. También, junto a Gerardo Jara, dirige desde hace más de cuatro años el club de lectura de narrativa de la librería Catalonia de Santiago de Chile y coordina además el club de lectura de la Biblioteca de Humanidades de la universidad en la que trabaja.
También han hecho posible este libro
Patricia Cruz (Valdepeñas, 1985) tiene formación artística y de diseño. Cuando acaba la carrera, y ante la crisis del 2010, hace su primera exposición, 30 y pico formas de perder el tiempo dignamente , algo que define bien su trabajo de ilustradora y collagista .
Aunque se ha centrado en exposiciones y proyectos personales este tiempo, también ha tenido oportunidad de participar en diferentes fanzines y revistas en España, Reino Unido y Ecuador. Algo que despertó su interés por el diseño editorial y la ha llevado a caer en las redes de Barrett.
Título original: Una música futura © Editorial Kindberg, 2019
Primera edición: febrero de 2021
Corrección: Editorial Barrett
© del texto: María José Navia
© foto de la biografía: Sebastián Utreras
© de la ilustración de cubierta: Patricia Cruz | © foto: Carmela Cruz
© de la edición: Editorial Barrett | www.editorialbarrett.org
Comunicación y prensa: Belén García | comunicacion@editorialbarrett.org
Publicación digital: @Booqlab
ISBN: 978-84-18690-02-0
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Somos buenas personas, así que, si necesitas algo, escríbenos. No nos va a sacar de pobres prohibirte hacer unas cuantas fotocopias.
Para Sebastián, mi canción de siempre.
The future is like a listener who can put the sounds
together and respond. The future is only the past
recognizing itself at another location
FANNY HOWE
El amor es como la música,
me devuelve con las manos vacías,
con el tiempo que se enciende de golpe
fuera del paraíso.
Conozco una isla,
mis recuerdos,
y una música futura,
y la promesa.
Y voy hacia la muerte que no existe,
que se llama horizonte en mi pecho.
Siempre la eternidad a destiempo.
BLANCA VARELA
I know we’re still here, who knows for how long,
ablaze with our care, its ongoing song.
MAGGIE NELSON
[…] porque el futuro ya no es la exploración
del infinito espacio exterior sino la reducción del
espacio a ocupar en el interior de la Tierra.
RODRIGO FRESÁN
El bosque está lleno de animales. El despecho es uno de ellos.
MARÍA NEGRONI
Soy yo quien los desconecta. Quien les quita teléfonos y dispositivos. Quien los lleva a sus cabañas, aún asustados. Quien les cuenta de los horarios de la electricidad y la escasez del agua. Quien les desea buena suerte.
O quien les dice, a los pocos que preguntan por el ruido, que en esa casa que ven ahí cerca se fabrican ataúdes.
Lo digo con una sonrisa, pero nunca nadie se ríe.
Los pasajeros llegan siempre con cara de perdidos. Les cuesta despedirse de sus teléfonos y pantallas. Me ven depositarlos dentro de una caja, con una etiqueta, y estoy segura de que algo de ellos se queda allí también. De a poco los voy ubicando en sus cabañas estrechas, solo una cama, una mesita de noche, un armario de madera y el baño. Las comidas se realizan en un comedor, por grupos; tenemos también una biblioteca en la que podría haber más libros. Los pasajeros a veces dejan los suyos, cuando terminan la estadía, el tratamiento, más o menos felices. Nada muy bueno, la verdad, best sellers que se olvidan rápido, a veces incluso revistas. Ahí se quedan, sin marcas interesantes que vigilar. Hojas pegoteadas, manchadas con café. Libros tristes.
Yo vivo junto a mi hermana en la casa principal. Fue mi elección no alojarme en las cabañas, aunque todos los días me toca ir a hacer las rondas para inspeccionar que nadie se haya escondido algún aparato en los calzones. No queríamos llegar a ese nivel de paranoia, pero había casos desesperados de vez en cuando. Gente que ofrecía plata, regalos, por unos minutos de conexión. Solo revisar un correo que estaban esperando, me juraban, solo decirle algo a la familia, urgente.
Solo un rato.
La respuesta era siempre no.
Soy también yo la encargada de revisar las cabañas antes de que se realice la última limpieza. La que encuentra calcetines enredados en las sábanas, la que luego va a donar la ropa que quedó por ahí tirada. La que lleva las galletas y chocolates a la cocina. La que vacía lo que queda de los productos de belleza en el lavamanos.
Ahora guardo el último celular en la caja y acompaño a una mujer rumbo a su habitación. No me mira ni me habla, está demasiado desabrigada para este clima. Tirita. No tengo nada para ofrecerle y en las cabañas no hay calefacción. No sé qué tiene que ver el frío con todo el procedimiento.
Clara alguna vez me lo explicó, pero ya no me acuerdo.
Hace tres semanas que la acompaño en el sur. A ella y sus perros. Raúl anda en uno de sus viajes, filmando algo que luego seguro se gana muchos premios de festivales con nombres difíciles de pronunciar.
Mejor así.
Nunca me ha caído bien.
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