Colección + Otra
Dirigida por José María Álvarez,
Juan de la Peña y Kepa Matilla
PRINCIPIOS DE UNA
PSICOTERAPIA DE LA PSICOSIS
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
Prólogo de Juan de la Peña
Epílogo de Chus Gómez
Colección + Otra
Colección + Otra
Dirigida por José María Álvarez, Juan de la Peña y Kepa Matilla
Título original:
Principios de una psicoterapia de la psicosis
© José María Álvarez, 2020
© Del Prólogo: Juan de la Peña, 2020
© Del Epílogo: Chus Gómez, 2020
© De esta edición: Pensódromo SL, 2020
Diseño de cubierta: Lalo Quintana
Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions.
Editor: Henry Odell
p21@pensodromo.com
ISBN print: 978-84-121166-6-3
ISBN ebook: 978-84-121166-7-0
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Dedicado a mis amigos y compañeros del Servicio de Psiquiatría y Psicología clínica del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid. Y de todos ellos, con especial cariño y admiración, al Dr. Kepa Matilla.
«Cuesta más interpretar las interpretaciones que interpretar las cosas, y hay más libros sobre libros que sobre otro tema: no hacemos más que entreglosarnos. Todo está lleno de comentarios; de autores, hay una gran carencia».
Michel de Montaigne,
Ensayos
«La reserva necesaria para contener la pluma no es una virtud menor que la habilidad y el cuidado de escribir bien; y no hay más mérito en explicar lo que uno sabe que en callar bien lo que se ignora».
Abate Dinouart,
Arte de callar
«El manejo de la transferencia supuso todo un trabajo de rectificación dado que las errancias eran inevitables; nada de lo aprendido me servía ahora de guía y tenía que inventarme el manejo a cada paso [...]».
Chus Gómez,
«Del hablacción a la ablación»
«Algún día espero poder ayudarte a ver este mundo de otra forma que como un infierno».
Hanna Green,
Nunca te prometí un jardín de rosas
Prólogo La posibilidad de una relación
La locura es una defensa que, en ocasiones, conduce al retiro e impone una distancia. A veces la defensa es tan radical que la distancia se convierte en abismo. Un abismo defensivo, pero también un abismo de soledad y exilio. Cuando esto ocurre, cuando la locura nos arrastra hacia los sumideros de la vida, entonces es posible que sólo una mano tendida que agarre bien fuerte y tire en dirección contraria pueda conducir la locura hacia un lugar más habitable, quizá hacia un encuentro o un lugar en el que la soledad pueda ser compartida. El encuentro, el buen encuentro, tiene mucho de bálsamo. Aunque parezca una exageración, a veces el encuentro es la única sustancia a la que la locura puede agarrarse cuando los fantasmas que la oprimen amenazan con dejarla tirada en la cuneta, desamparada, humillada, indigna, condenada, perseguida, rota, mancillada.
No se trata de una ocurrencia mía. Es algo que la locura nos enseña a diario, siempre y cuando uno esté preparado y dispuesto a seguir recibiendo lecciones. No obstante, en parte, también es algo que el autor de este libro me ha ido trasmitiendo a lo largo de los años. Son cosas que le he escuchado decir a José María Álvarez en multitud de oportunidades, desde que realicé parte de mi formación como psiquiatra entre los muros del antiguo Villacián. Por eso tengo la impresión de que Principios de una psicoterapia de la psicosis es una síntesis de todas las conversaciones que vengo manteniendo con él y su obra desde hace más de tres lustros. Una síntesis elegantemente desarrollada donde la posibilidad de establecer una relación adecuada con la locura emerge como la fuerza motriz fundamental para el buen progreso de su terapia.
Los encuentros, los buenos encuentros, siempre tienen algo de imprevisto. Ni avisan ni están programados. No se anuncian en ningún letrero. No tienen fecha ni un espacio fijado. Sin embargo, cuando se dan, se hacen notar y tienen efectos. Son aquellos a los que uno siempre quiere volver después de haberlos probado; donde la soledad se alivia y las palabras no se pierden en el espacio infinito; aquellos que consiguen fijar, dando cuerpo y abrigo, lo que antes flotaba en el vacío. Los buenos encuentros son aquellos en los que las palabras son escuchadas, pero también los silencios, sin sollozos ni objeciones, sin pedir nada a cambio. Para la locura, lo esencial de esos encuentros es que sirven como remedio frente a la soledad más devastadora que impone la certeza, el mutismo y el infatigable parloteo del lenguaje interior que nos empuja a perdernos en nosotros mismos. Lo esencial de esos encuentros no ha de buscarse en el dicho, sino en el hecho de que algo pueda ser escuchado. En el hecho de que la locura llegue a sentir que ahí puede estar, expresarse, incluirse, participar, incluso mantenerse callada. Que puede venir, saludar y marcharse. Que puede estar segura de que, más adelante, cuando sea preciso, allí estaremos, allí volveremos a encontrarnos. En definitiva, lo esencial de esos encuentros reside en la oportunidad que la locura tiene de hallar en ellos la posibilidad de una relación, y nosotros de facilitársela. Aunque ésta no sea el fin de ningún tratamiento, al menos es el fundamento en el que ha de afirmarse toda aspiración terapéutica.
Permítanme que insista, el tema bien lo merece. Que la locura busque y encuentre un alivio a través de la relación no es algo banal, ni mucho menos. A veces lo es todo. A veces ese pequeño paso supone un gran avance, una primera conquista. En ocasiones, incluso, un modesto éxito. No es ninguna exageración. Es algo que ocurre con relativa frecuencia. No sólo en los consultorios. También fuera de ellos. En la amistad y en el amor. En la pluralidad de los grupos y en la intimidad de la pareja. En el anonimato de las masas y en la fascinación por ciertos mitos. Cuántas veces habremos sido testigos de la paz y el equilibrio que la locura encuentra en todas esas posibilidades de relación tan diversas. Que la locura descubra que puede tener un lugar en el Otro —un Otro que acoge su certeza sin cuestionarla, un Otro que le agarra cuando más abajo pretende tirarse, un Otro que está disponible, aunque no la entienda— a que la locura llegue a descubrir eso no es algo banal, ni mucho menos. Eso tiene una trascendencia descomunal, pues no sólo reconforta y supone un alivio, sino que a veces encierra el germen de una pequeña sociedad donde lo que antes estaba en desorden puede empezar a encontrar un mejor acomodo más allá de uno mismo, más allá de la soledad, en un trabajo compartido, entre tú y yo, entre nosotros, entre todos nosotros. Quien no entienda que ese pequeño paso para la locura ya supone un éxito, mejor que abandone el barco antes de zarpar. Porque la soledad sólo se trata en compañía, aunque ésta sea muda, hable otro idioma o no tenga nada que decir.
¡Qué valor tiene todo esto! Piensen en la práctica clínica. Escuchen bien lo que les voy a decir. José María Álvarez lo suele repetir con cierta insistencia: lo prioritario para el tratamiento de la psicosis es saber establecer una buena relación con ella. Después ya vendrán las palabras y las intervenciones. Después ya vendrán los inventos. Pero lo primero es saber ocupar el lugar que la locura nos da en la relación que establece con nosotros. Eso es primordial. Después ya llegará el momento de lo que se dice y se calla, de lo que se rescata y se desecha, de lo que hay que limitar y también de lo que conviene fomentar. Pero siempre sin perder de vista esa posición y ese lugar que la locura nos ha asignado para su tratamiento.
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