Presento el libro que José María Arnaiz acaba de escribir y, desde su título, es tan actual como sugestivo: Una nueva forma de ser Iglesia es posible y urgente.
José María tiene un buen número de publicaciones. Uno de sus últimos libros es Queridos chilenos y chilenas (Santiago de Chile, San Pablo, 2018), una recepción en clave personal y pastoral de la visita del papa Francisco a Chile. Ya aquí deja traslucir, como cristiano y sacerdote, la gran intensidad con que vive estos momentos de la Iglesia y, al igual que muchos de nosotros, confiesa su indignación a la vez que su gran amor por la Iglesia universal y chilena. Esta intensidad se traduce en una espiritualidad marcada por el discernimiento y una teología que ilumina nuevas formas de ser Iglesia y de evangelizar la sociedad actual. Por su condición de religioso marianista, la figura de María le ha servido de espejo para ver reflejado en ella el modo de ser y proceder de la nueva forma de ser Iglesia.
Ya en la década de los ochenta, un autor afirmaba que «lo que está en crisis no es el cristianismo, sino la forma de ser cristiano». Una «crisis», desde su explicación etimológica, tiene dos caras: así como es «acción que separa, escinde, divide», es también «discernimiento, juicio y decisión». La crisis nos ofrece la posibilidad de la cordura en tiempos de ruptura. Por eso ella misma está henchida de la posibilidad de suscitar caminos nuevos que superen aquellas rutas que nos deshacen como discípulos de Jesús y como pueblo de Dios.
Este libro me atrevería a catalogarlo en el género de «enseñanza profética». Este género está bien representado en varios autores cristianos contemporáneos. Pero más que en el profetismo del Antiguo Testamento hunde sus raíces en los profetas cristianos del Nuevo Testamento, bien representado en textos paulinos (1 Cor 12; 14) y en las cartas de Juan (1 Jn 4,1-6), entre otros escritos. El calificativo de «profética» a «enseñanza» hace de esta un saber con intuiciones teológicas, pastorales y humanas que plantean –a la luz de Jesús y su Evangelio– nuevas formas de ser y quehacer para el pueblo de Dios en el mundo, y particularmente en Chile, en medio de la crisis por haber perdido el rumbo en la protección de niños y adultos vulnerables.
La propuesta central del autor en estos tiempos de crisis es una Iglesia «sinodal, profética, esperanzada y esperanzadora». Por lo mismo, una Iglesia cada vez más centrada en Cristo Jesús. El auténtico encuentro con Cristo genera una Iglesia convertida a él y centrada en él. Pero no se puede vivir en Cristo sin ser signo de esperanza en las dimensiones de «pueblo de Dios esperanzado» y «esperanzador». Lo primero porque, centrado en Cristo, la Iglesia tiene la certeza de que la vida del Resucitado venció a la muerte y al pecado; lo segundo porque se construye con parámetros evangélicos tales que los miembros de dicho pueblo viven y gestionan una realidad con vocación de trascendencia, es decir, llamada a la plenitud escatológica.
La fortaleza en las crisis y el discernimiento en ellas en cuanto pueblo de Dios exigen la práctica del carisma de profecía y un caminar sinodal. Si la realidad tiene vocación escatológica, el profetismo en la Iglesia está llamado a discernir los caminos que hay que recorrer para no desdecir dicha vocación y, a la luz de esta, desvelar las fuerzas del mal con las que el pueblo de Dios vive en complicidad. La invitación de José María es a la parresía para terminar con «el invierno de la profecía». El caminar sinodal se sustenta en la idéntica condición de hijos de Dios y la igual dignidad de todos los miembros del pueblo de Dios; su consecuencia es que siempre y todos tienen algo que aportar y, por lo mismo, merecen ser escuchados y tomados en cuenta. La Iglesia es tarea comunitaria, porque es «la comunidad» de Jesucristo.
Por tanto, es urgente estrenar una «nueva hoja de ruta» a partir del encuentro con el Resucitado. En efecto, solo el encuentro con él, el testimonio y la predicación del kerigma, cuyo centro es el anuncio de la resurrección de Jesús y de su condición de Señor, provoca cambios sustanciales de vida y de las estructuras que sostienen la vida cristiana y eclesial. Esta experiencia está en la base de las primeras comunidades y explica el testimonio atrayente de sus vidas ante la gente de las urbes grecorromanas. A esto hay que agregar, como también indica José María, la atención privilegiada a los pobres y a las víctimas de abusos.
Tendrá que brotar de aquí no un cristianismo instalado, de «más de lo mismo», sino de diáspora; no uno de grandes masas, de sociedad de cristiandad, sino de convicción personal; no un cristianismo de «perfectos» que surge de la búsqueda voluntariosa de la perfección cristiana, sino de «santos», que es participación de la vida del Santo, Jesucristo. Solo así el actual presente de la Iglesia en el mundo y en Chile tendrá futuro.
La crisis nos pone ante una posibilidad maravillosa: recrear desde la Palabra de Dios nuestra identidad de pueblo de Dios y nuestro servicio como tal al mundo. Para eso hay que comprender qué dice el Espíritu a las Iglesias (Ap 2,7), para descubrir cómo hoy Dios quiere que seamos discípulos misioneros del Señor de la historia y de la vida.
+ SANTIAGO SILVA RETAMALES
presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
exsecretario general del CELAM
«Otro Chile es posible» es el nombre de una Fundación en la que me toca participar y que me ha dejado con un esquema mental que quiero aplicar a esta reflexión que lleva por título: Una forma nueva de ser Iglesia es posible y urgente. Título que nace de una fuerte convicción: no existe aquello que no se puede cambiar ni ninguna muerte que no se pueda transformar en vida.
Esa nueva forma de ser Iglesia corresponde básicamente a una Iglesia sinodal, profética, esperanzadora y convertida a Jesucristo. En estas páginas querría ser capaz de ofrecer elementos y pistas de reflexión, herramientas y sugerencias para motivar la puesta en marcha de un proceso que lleve significativamente a la renovación de una Iglesia que sea cada vez más evangélica y evangelizadora.
Una Iglesia que fije los ojos en Jesús y en su Evangelio con la convicción de que tiene que hacerse cargo de los pobres. Los cambios que ello supone son de «vino» y de «odres», y ambos tienen que ser nuevos, distintos, y facilitar una cercanía al pueblo de Dios. Esta real conversión eclesial no es de un remiendo, sino una novedad bien revolucionaria tanto en su mensaje como en su actuación. Se trata de vivir de manera distinta, de resistirnos a que todo siga igual, de rechazar seguir haciendo todo como siempre. No queremos una Iglesia hecha de componendas y de arreglos y con una vida superficial, ya que está claro que así no infunde alegría ni dinamismo en nuestros corazones, porque está sumergida en una profunda crisis.
Elaborar la propuesta de esa Iglesia que se transforma para responder a su misión es una tarea que se inició con su nacimiento. Tiene una historia, y de ella vamos a hablar. Para K. Rahner, esa actividad, como expresó al terminar el Concilio Vaticano II, fue siempre para el pueblo de Dios un deber y una oportunidad; y sigue siéndolo. Como vamos a ver más adelante, estos tiempos son los de una profunda e inédita crisis de fe y en la que es urgente identificar y poner nombre a los grandes cambios religiosos, culturales, sociales, tecnológicos, económicos y políticos, a las llamadas de nuevas estructuras de autoridad y participación en las decisiones y a los movimientos relacionados con la globalización, la distribución de recursos y el medio ambiente. En una palabra, la Iglesia precisa estrenar una nueva «hoja de ruta».
Читать дальше