Bernardo Olivera - Espiritualidad y Mística Popular
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Mientras esto tiene lugar, el pueblo se auto-evangeliza siendo fiel y expresando su fe de manera tal que la comunica a nuevas generaciones. Y, con frecuencia, en muchos fieles la espiritualidad popular se convierte en mística popular o entrada experiencial en el Misterio de Dios en Cristo. Porque Dios vive también en la ciudad, pues vive en el corazón de cada bautizado.
5. Francisco, Evangelii gaudium 68.
6. Documento de Aparecida 509-514.
1
ESPIRITUALIDAD
La palabra “espiritualidad” tiene una historia más bien compleja, esto explica que el término denote una gran variedad de vivencias humanas y que las definiciones más conocidas no coincidan entre sí.
El término proviene del francés spiritualité, el cual, deriva a su vez del latín spiritualitas-is. Detrás de esta terminología encontramos el verbo latino spirare (soplar, aspirar, respirar) y el sustantivo spiritus, el cual traduce al griego pneuma y al hebreo ruah. En sentido amplio y general, la espiritualidad designa la relación interior del hombre con Dios, relación posibilitada por el Espíritu.
No faltan hoy día cristianos secularizados que intentan quitarle a la fe (teologal) todo lo sobrenatural y teológico, reemplazando estas dimensiones con una hermenéutica crítica y científica de la fe bíblica. Se llega así a concebir la espiritualidad como una experiencia subjetiva, en la que la fe verdadera es una construcción humana y la experiencia, una realidad psicológica, natural y útil. ¡Nos encontramos muy lejos de nuestra concepción de la espiritualidad cristiana!
La espiritualidad cristiana consiste en vivir en el Espíritu de Cristo o, desde otra perspectiva, vivir de fe obrando por el amor. Y esto significa vivir como hijos y hermanos, como hijos del Padre y hermanos unos de otros. Para esto es necesario creer y obrar en consecuencia. En otras palabras:
La espiritualidad cristiana es
una vida filial y fraterna en el Espíritu,
por Cristo y hacia el Padre.
Vida acogida con fe,
obrada en el amor
y anticipada por la esperanza.
Por su misma naturaleza, esta vida, casi sobra decirlo, es eclesial; no hay duda sobre esto. La Iglesia es una comunidad de fe, esperanza y caridad, reunida en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (7) La Palabra de Dios y los Sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía o Cena del Señor, son los medios que alimentan y hacen posible esta vida.
La divina Revelación nos enseña también que la Virgen María es Madre del Verbo encarnado, Jesucristo; y por eso mismo es también Madre de su místico cuerpo, que somos nosotros, su Iglesia. Ella, la Mujer Nueva, llena del Espíritu que la hace fecunda, es Madre nuestra en el orden de la gracia, Madre de nuestra vida en Dios. Claro está que María, en cuanto redimida, aunque en forma inmaculada, es también miembro de la Iglesia. En ella, la Iglesia encuentra toda su perfección evangélica; ella es modelo pleno y acabado de vida en el Espíritu de Cristo. Por esto, ella es creyente, seguidora y discípula de su Hijo, Jesús.
Todo esto es común, aunque con variados matices, a las diferentes Iglesias cristianas, tanto reformadas como evangélicas, ortodoxas y católica. Además, en el seno de una misma Iglesia, la espiritualidad se diversifica. Consideremos, por ejemplo, la forma de vivir la fe común, que es diferente para los laicos, para el clero y para los religiosos dentro de nuestra Iglesia católica. Para complicarlo todavía más, estas espiritualidades pueden recibir por otros factores (personas inspiradas, cosmovisión, cultura, situación eclesial y, sobre todo, la Divina Providencia) diferentes énfasis que dan lugar a distintas modalidades de vivir la fe y, en consecuencia, distintos tipos de espiritualidad. Finalmente, las distintas culturas no son ajenas tampoco a las causas de la diversidad de espiritualidades.
Vida teologal
En su sentido más amplio, la gracia divina es todo don de Dios ordenado a la nueva vida conferida en Jesucristo. Considerada en su causa, la gracia es la benevolencia divina fundada en la insondable Vida Trinitaria, que quiere comunicarse y hacernos partícipes de su Misterio. Si se considera la miseria e indigencia del hombre a quien se dirige dicha comunicación, la gracia se puede denominar misericordia.
Desde el punto de vista de sus efectos, la gracia es el don derivado de la benevolencia de Dios; este puede ser:
Externo: constituyendo una realidad objetiva y presente en la historia, a saber: la Sagrada Escritura, la Iglesia y los sacramentos. Se trata de dones que acompañan la Alianza y la Encarnación; mediante ellos somos conducidos al conocimiento y amor de Dios.
Interno: es recibido en el acto de la justificación y puede ser:
Gracia gratis data o carismas.
Gracia actual: siempre transitoria, ilumina la mente y robustece la voluntad.
Gracia gratum faciens, santificante o habitual, llamada también de las virtudes y dones. De por sí es permanente y transforma el alma y las facultades. Es el principio de la vida espiritual.
Pero Dios no solo nos llena y eleva con sus dones sino que Él se dona a sí mismo. Y esto se cumple por la venida y morada de las tres Personas divinas en nuestras almas: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). Y esta presencia de Dios en nosotros, llamada presencia de inhabitación, se atribuye al Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5, 5).
La gracia habitual o santificante es el principio interno permanente de la vida espiritual. Ella nos transforma interiormente, nos hace partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1. 4) y nos permite entablar una relación interpersonal con Dios, quien nos acepta en su amistad. El don de la gracia trae aparejada una exigencia, una invitación a un nuevo modo de vida, que es concretamente:
Vivir de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1, 10-14).
Con la gracia santificante recibimos unos principios permanentes de actividad espiritual. Las virtudes teologales, fundadas en la gracia, son los principios dinámicos del encuentro personal con Dios. Reconociendo los límites de todo gráfico, podemos presentarlas así:
Revelación divina y respuesta teologal | |
Dios se revela | Nosotros respondemos |
Con Palabra de Verdad, testimoniada por los hechos salvíficos. | Escuchando y viendo con el oído y los ojos de la fe, la cual nos permite asentir al Verdadero. |
Motivado por el Amor. | Adhiriéndonos, por la fuerza de la caridad, al que es Bueno. |
Prometiendo su Plenitud. | Deseando y confiando, por medio de la esperanza, alcanzar nuestra Felicidad suprema. |
Si la gracia es el inicio de la vida eterna, las virtudes teologales son el movimiento hacia Dios. Y pueden distinguirse entre sí según diferentes aspectos de dicho movimiento:
Con la fe emprendemos el camino. En la vida eterna, la fe será sustituida por la visión, meta de la peregrinación.
Con la esperanza, nuestra intención y nuestro deseo se dirigen hacia la posesión de Dios. Ella será sustituida luego por la comprehensión.
Mediante la caridad ya se posee a Dios, y se efectúa la unión con Él. En el cielo se convertirá en fruición.
Las virtudes teologales existen compenetradas entre sí. Esta inclusión se funda en la unidad del movimiento hacia Dios y en la función integradora de la caridad, la cual es: vínculo de perfección (Col 3, 14) y forma de las virtudes, pues las orienta hacia el Fin sobrenatural. (8) Como la caridad es, además, principio de la relación interpersonal con Dios, la fe y la esperanza se personalizan en la medida de la intensidad del amor.
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