No está en nuestros planes esbozar siquiera una confrontación entre religión islámica y religión cristiana, que en principio y por fuerza histórica es la religión de Occidente. Tal propósito tendría por condición aislar primero el elemento propiamente religioso de la civilización islámica, pues la hegemonía absoluta que aquel ejerce sobre esta convierte en amalgama inextricable la unión con los otros elementos que forman la cultura de la nación musulmana. Por cierto, es este monopolio de la religión lo que, en nuestra consideración, impide los cambios estructurales que necesitan los países musulmanes para modernizarse, como Estados y como naciones. De cualquier manera, no nos detendremos en comparaciones de una religión con otra, concediendo de antemano que la historia de la religión cristiana registra prácticamente todas las flaquezas, los errores, desvaríos, desmanes que pueden ser reprochados a la religión islámica. La sola diferencia real es que el cristianismo evolucionó, 8y seguirá evolucionando, porque cuenta con un gen de gran envergadura y del cual está privado el ADN del islam: el espíritu crítico, la libertad de pensamiento (gracias a lo cual, para empezar, nos es fácil comprender que sea la Iglesia, institución humana, y no Dios, la responsable de aquellos desvíos). Aclaramos que el gen del que hablamos le fue incrustado al alma cristiana desde afuera: es propiamente fruto del roce con la filosofía, la cual es de esencia racional, de sensibilidad intransigentemente racionalista. Importa precisar que para que el encuentro con la racionalidad crítica fuese fecundo era necesario que el cristianismo tuviera alguna predisposición a la libertad de pensamiento. Y, efectivamente, recibió de su fundador dicha preparación: Cristo habiendo dado a entender en palabras y acciones que solo si la fe es libre es verdadera.
Tampoco perseguimos como fin evaluar la civilización islámica comparándola con la civilización occidental, no obstante que seguido ofreceremos la última como referencia, pero solo para que el contraste con esta realce lo distintivo de aquella. Y a propósito de Occidente, también concedemos desde ahora que necesita cambios y grandes reformas, y los habrá porque, como ha sido siempre, existen corrientes de opinión, a las que nos sumamos, que lo critican con razón y a las cuales debe su evolución. Pero, por conveniencia metodológica, descartamos la idea de entreverar en este discurso crítico del islam análisis formales que atiendan problemas de otras civilizaciones. Cuando, a pesar de todo, establezcamos parangones con el cristianismo o la civilización occidental, no se buscará directamente defender una religión ni una civilización contra otra, sino más bien subrayar por contraste lo específicamente islámico. En cuanto al judaísmo, solo nos permitiremos alguna alusión, si fuera necesario para aclaraciones históricas, por ser la tercera religión monoteísta –de hecho la primera en el orden histórico–.
¿Cuenta el islam con recursos humanos o circunstanciales que pueden hacerlo evolucionar? ¿Podrá el espíritu crítico surgir e implantarse en las nuevas generaciones, por ejemplo, al contacto con la modernidad, en su estancia en países occidentales? Tal como nosotros lo concebimos y tal como la inmensa mayoría de los musulmanes, expatriados o no, la resienten, a esa capacidad de examinar libremente su religión no podría dársele otro nombre más que occidentalización. Ese libre examen o crítica significaría necesariamente liberar la conciencia de la tutela religiosa, y eso para los musulmanes radicalistas ya es “desislamizarse”. Y si tal “desislamización” termina en occidentalización, para ellos ya no tiene nombre, porque sería más grave que la apostasía: el mayor pecado en el islam. El gran escollo que se yergue como obstáculo para el cambio requerido es el pavor de una pérdida de identidad. Pero imaginando que la ley de la evolución, impulso incontenible de la vida, llegara a triunfar, ¿qué probabilidades hay de una respuesta positiva a preguntas como las siguientes?: ¿desembocará dicha evolución en una genuina libertad de construir cada quien su vida a su guisa, con instituciones que la protejan contra el Diktat de una religión, de una moral, de una tradición?, ¿tomará el rumbo del ideal de igualdad, principalmente entre hombres y mujeres?, ¿concluirá en la desaparición de la tan incrustada misoginia, que va más allá de la desigualdad de género?, ¿acabará por comprender y convencerse de que las leyes bajo las cuales debe vivir la sociedad deben ser las que ella misma quiera darse y no las supuestamente dictadas por Dios? Responder a estas preguntas es pronosticar el futuro del islam. A muchos parecerá muy dudoso que la respuesta pueda ser positiva, porque equivaldría a vaciar el islam de su alma: sería tanto como obtener la deshidratación del agua. Pero sabemos que hay movimientos reformistas en varios países islámicos, con los cuales no podemos menos que simpatizar. Si el islam carece aún del tipo de gen que permitió al cristianismo abrirse al espíritu crítico y evolucionar, nada impide que pueda adquirirlo: las mutaciones más insospechadas no dejan de ser posibles. Ojalá pueda nuestro escepticismo recibir un mentís de su parte.
Como dintel de nuestro estudio, y a guisa de acercamiento definitorio del concepto de islamismo, proponemos el siguiente testimonio. Al salir de una cárcel en Francia, el 11 de diciembre de 2018, un islamista declaró ante las cámaras de TV5: “Estoy dispuesto a dar mi vida para demostrar que los que dicen que el islam es compatible con la democracia se equivocan”. Las palabras sorprenden por parecer inoportunas. Se esperarían otros comentarios de alguien que recobra su libertad, y no un enunciado teórico que tiene visos de querer interpelar a correligionarios mal instruidos. En realidad, se trata de un grito de fe islamista que enuncia sus dos verdades más importantes: 1) en el dominio social, solo el gobierno de Dios es legítimo, nunca el de los hombres, o sea que las leyes de los hombres no valen nada frente a la Ley de Dios, la sharía , y 2) en el dominio privado, solo el pensamiento oficial, emanado del Corán, tiene validez; de ninguna manera el pensamiento libre de los individuos. Si el islamista ve en la democracia el mayor de los males que un musulmán debe evitar, es porque este régimen político es antagónico del teocrático, el único que el Corán aprueba, y porque la democracia está comprometida con la libertad, con la de pensamiento en primer lugar. En esas dos convicciones se detalla lo esencial de la sumisión a Dios, que el islamista abraza como vocación y destino. Precisamos que todos los musulmanes comparten la misma vocación (como nadie ignora, islam significa “sumisión a Dios”). Lo propio del islamista es el apasionamiento de su compromiso religioso: descarta todo espíritu crítico que pudiera poner en entredicho la verdad de lo que cree y prefiere morir antes de dejar que la duda altere su fe. Desde una perspectiva apenas distinta, podemos decir que el islamista, por extremista, es “panteicista”, porque quiere meter a Dios en todo. Diferentemente del panteísta, que piensa que todo es Dios, nombramos “panteicista” al que no concibe que algo pueda tener legitimidad y ser bueno si no es ordenado por Dios. Su lema podría ser: “Todo bajo el patrocinio de Dios, nada que pueda depender solo del hombre”.
Y para dar una idea de los extremos a que puede llegar la radicalidad islamista, aludiremos al episodio de la condenación a muerte de Asia Bibi, en 2010, una pakistaní cristiana acusada de haber bebido agua de un pozo reservado a los musulmanes y de haber dicho, queriendo justificarse, que el Profeta mismo no se lo habría reprochado. El juicio fue promovido por un partido político (Tehreek-e-Labbaik) abocado a castigar la blasfemia y todo otro insulto al islam, el Corán o a Mahoma. El abogado que la defendió y un exgobernador del Pendjab que intercedió por ella fueron asesinados. Y cuando, en 2018, la justicia pakistaní la absolvió, después de haber sido condenada por segunda ocasión por el mismo crimen, cientos de manifestantes y el citado partido político reclamaron idéntico castigo para los jueces complacientes. En noviembre de 2018, Asia Bibi continuaba impedida de salir del país, en espera de una revisión de su juicio, solicitada por un imam.
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