El islam es una civilización importante, con épocas florecientes y legados de mucho peso en la historia de la humanidad. Pero el estudio de dicha realidad no está en nuestro orden del día. Nuestra intención no es hacer una evaluación de la civilización islámica contraponiendo defectos y cualidades. Pretendemos explorar sus bases y rastrear sus fundamentos para hacer luz sobre sus debilidades y hacer ver la urgencia de un verdadero aggiornamento , lo que en nuestra época lleva el nombre de modernización.
Es sabido que las sociedades islámicas forman un caleidoscopio de muy amplio espectro y no hay entre ellas nada que las uniformice lo suficiente para mostrar en su conjunto una cara única analizable. Cualquier juicio que pueda hacerse de la realidad islámica puede convenir a unas y a otras no. Además, como en todas las sociedades, las ideas, las creencias y sus prácticas difieren tanto de un individuo al otro que pudiera parecer imposible cualquier estudio sociológico. Esta dificultad es lúcidamente asumida por las ciencias sociales, sin que ello frene sus planes de estudio y comprensión de grupos humanos: en el retrato no estarán fotografiados todos los individuos, pero sí es posible obtener que este represente los tipos de personalidad del grupo, sus modos de vida y las fuerzas profundas que los animan y hacen a todos solidarios de una misma familia.
Conformándonos con esta restricción, no daremos sino una importancia marginal a las diferencias entre las muy numerosas facciones del conglomerado islámico, a sabiendas de que, más allá de ellas, una misma fe las une, y que su irrestricta devoción al Corán y a la Sunna (el otro libro sagrado del islam) los presenta a toda mirada inquisidora como un solo bloque. Ateniéndonos a esta advertencia, desoiremos como impertinente la voz que pretende exculpar las fallas del islam, oponiendo que no todos los musulmanes son así o asá. Esta evidencia quedará fuera de foco porque no tenemos en la mira a personas, sino a un sistema ideológico. La diversidad del “planeta islam” es tan abundante que ningún juicio que desee ser preciso y exacto puede abrazarlo en su totalidad. Por tanto, se impone esta advertencia liminar: aunque nuestro propósito es escanear la comunidad musulmana como conjunto, y el islam en cuanto religión, civilización y cultura, lo haremos enfocando las tendencias más marcadas que constituyen su entramado genérico, y no las realizaciones históricas y sus diferencias. Y, entre todas ellas, la tendencia que constituye propiamente el tema de nuestro estudio es la del radicalismo . Estando ubicua, diseminada en el organismo islámico tomado como totalidad, mencionaremos permanentemente al islam en general, pero cada vez la acusación no le incumbirá sino en cuanto portador de esta tendencia. El concepto mismo de realidad islámica tendencial incluye una necesaria relativización en la aplicación de cuanto diremos de grupos y poblaciones musulmanes particulares. Pero en la medida en que todas las manifestaciones islámicas se reclaman del Corán, la unidad ideológica que el libro sagrado funda las hace a todas solidarias, como lo asume la idea de Umma, o comunidad islámica integral. Al grupo social islámico que diga: “Nosotros somos diferentes”, se le redargüirá diciendo: “Sí, pero hasta cierto punto, nada más”, porque mientras la fe matricial sea la misma, no se tendrá derecho a disociarse de quienes la practican con bemoles distintos.
Insistimos que privilegiaremos en este estudio la reflexión sobre la idea islámica, más que el análisis de su realidad . No cabe duda de que las dos son inseparables y la realidad es exactamente realización de la idea. Pero enfocándonos más a la ideología del islamismo, evitaremos caer en el anecdotario y la casuística, que forman el paisaje periodístico de todos conocido, y conseguiremos más fácilmente descubrir el alma del islam, trasfondo y base de una realidad menos clara para el común de la gente. Sin embargo, como nuestro objetivo es poder tocar la realidad misma e incidir en ella, no faltarán en este escrito alusiones a hechos y acontecimientos, sobre todo de actualidad, que evitarán una desconexión entre las ideas que criticamos y la realidad a la que aquellas dan vida y existencia tangibles. Cualquier juicio sobre una colectividad cuyo solo denominador común es la ideología concierne a las ideas que reúnen a los individuos, más que a los sujetos que la integran. En efecto, las ideas son de una pieza; en cambio, la adhesión a ellas admite matices. La uniformidad de un grupo ideologizado está del lado de la ideología y no del lado de quienes la profesan. La ideología musulmana exige espíritu de ortodoxia. Es esta exigencia lo que confiere homogeneidad a la comunidad, no obstante sus múltiples divergencias, y por ella la connivencia entre sus miembros impera sobre sus oposiciones. Esto basta para que, a su propósito, puedan ser viables juicios y valoraciones de conjunto, sin tener que repetir cada vez que la aplicación de estos es relativa para cada subgrupo.
Si, como a contrapunto de las intenciones que estamos declarando, el tono de nuestro discurso no hace relucir el espíritu de neutralidad de las investigaciones académicas, es porque el tema del que tratamos no es “objetivable”, o sea, no se deja aprehender con la frialdad con la que se maneja un objeto para su estudio de laboratorio. Para decirlo de una vez, la presencia del islam en Occidente es amenazante –y lo será mientras sus tendencias radicalistas no sean controladas–. Ello despierta e incita a promover reflejos de defensa más que a construir teorías para explicarlo. Y, sin embargo, queremos comprometer y hacer patente nuestra voluntad de objetividad, tanto como ello es posible en las circunstancias dramáticas que el islamismo ha infligido en estos tiempos a todo el mundo, a los países musulmanes mismos y a Occidente. Voluntad de objetividad quiere decir de hecho escrupulosidad racional. Lo que hará valer nuestro discurso son las razones con las que construiremos nuestra argumentación. Sabemos que el insulto y la diatriba nunca han podido tener valor de argumento, y lo que nosotros pretendemos es argumentar , en el sentido fuerte de la etimología del verbo, cuyas raíces, tanto griega argyros como latina argentum , significan plata. O sea, pretendemos hacer brillar como plata lo que nos parece opaco en el alma del islam, deseamos volverla visible, gracias a ese brillo, a la mirada de los occidentales que “temen” sin saber identificar el foco de la amenaza y a los musulmanes que se preguntan por qué en Occidente hay tanto recelo contra ellos. Nos desagrada la idea de que nuestras aseveraciones puedan lastimar a las personas, pero para remediarlo no podemos resignarnos a usar los registros descafeinados del eufemismo, que por tantos miramientos en el tratamiento de un sujeto terminan siempre banalizándolo. El respeto del que queremos usar no debe paralizar nuestra libertad de palabra, ni la corrección política debe frenar nuestro impulso de veracidad.
Confesamos que, en nuestro fuero interno, desearíamos que el islam tenga larga vida, porque consideramos que hay en él una importante reserva mundial de espiritualidad. Pero lo que a final de cuentas se impone a nuestra percepción es un exceso de religiosidad que monopoliza la existencia e invade la vida hasta asfixiarla. Es esta percepción –que, cuando abren bien los ojos, la mayoría de los occidentales comparten– la que confiere validez al temor de toda posible islamización de Occidente. La negación de la materia a nombre del espíritu, el reniego de uno de los dos elementos constitutivos de la esencia humana no puede desembocar sino en neurastenia, porque su amputación es imposible. El hombre, 7como decía Blaise Pascal, no es ángel ni bestia; y quien juega demasiado a parecer ángel termina pareciéndose a la bestia. Por no ser ángeles, a los humanos pesa demasiado la imitación del modo de existencia de estos entes intangibles. Quizá sea en este sentido que habría que interpretar la grave palabra de Ernest Renan en su libro La vida de Jesús : “El islam: la cadena más pesada que la humanidad ha tenido que soportar”. Si Occidente acusa actualmente un déficit de religiosidad, al menos se constata que sus condiciones de civilización se prestan para que los individuos puedan tender hacia un equilibrio entre necesidades materiales y necesidades espirituales. Y si la balanza se inclina del lado del materialismo porque así lo quiere el individuo, más vale pensar que al menos tiene la llave de la libertad que abre la puerta para ir al otro lado; más vale esto, repetimos, y no saber que la puerta que conduce a otras partes está sellada cuando la balanza está demasiado inclinada del lado de la espiritualidad.
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