Entre la amenaza de islamización de Occidente y la esperanza de occidentalización (o modernización) del islam, pareciera no haber término medio. Si en esta obra tomamos partido por la defensa de la occidentalidad, que deseamos proteger contra el peligro de islamización, es porque esta representa un riesgo de desaparición de nuestra civilización. En cuanto está constituida por el islam radical, tal amenaza no significa solamente un proyecto de investir la cultura occidental para cambiarle ciertos aspectos que la vuelvan compatible con la cultura islámica, sino que se propone reemplazarla. La modernización del islam, en cambio, se realizaría integrando modificaciones, pero sin hacerle perder su alma. Eso es lo que persigue el movimiento islámico que pretende hacer evolucionar el islam, que aspira a su modernización. Quisiéramos vivamente unirnos a las aspiraciones “revolucionarias” de esa fracción del islam ilustrado y le rogamos acepte leer todos los análisis de este libro en el sentido de la misma ambición de revolución. Pero se comprenderá que, mientras no se produzca la mutación tan ardientemente deseada, la prudencia nos dicta medidas precautorias. Porque, entre la esperanza de un hipotético cambio favorable a Occidente y la presencia real de signos amenazadores, la sabiduría aconseja optar por la circunspección.
El propósito de este libro es el estudio, con espíritu crítico, de las principales ideas que constituyen los fundamentos del islam. A la sombra de Kant, damos aquí al vocablo “crítica” la acepción amplia, pero filosófica, de libre examen. 3Se emprende un estudio de esta calidad cuando se buscan sin trabas los fundamentos de una realidad o idea. Solo la realidad y las ideas fundadas son serias, y únicamente las bien fundadas son verdaderas. La observación y reflexión libres, sin filtros, censuras ni prejuicios, y sin otras inercias mentales, son el medio adecuado para sacar a luz los fundamentos buscados, si los hay, o para dejar ver que en su lugar solo hay vacío.
Nuestro propósito es estudiar críticamente el islam en su deriva radicalista. 4Y de lo primero que somos conscientes es de que el islam no está naturalmente abierto a la crítica y de que el islamismo cultiva el rechazo visceral del libre examen. La fobia islamista a la crítica es una característica que pone de relieve las condenaciones de quienes, en los mismos países musulmanes, la han intentado: del indio Salman Rushdie al saudí Raif Badaowi, para citar solo dos ejemplos. Aparte de casos como estos, el apego “simbiótico” al Corán, actitud ampliamente compartida en el mundo musulmán, acoraza al islam en todo lo ordinario contra cualquier veleidad de crítica. Este inmenso detalle es doblemente provocador porque (1) la idea o realidad que gasta fuerzas en sustraerse a la crítica es, por ese solo hecho, sospechosa y (2) esa sospecha conduce al examinador a imaginar debilidades o ausencia pura de fundamentación: la duda aparece entonces como un motor que orienta la investigación. Esta doble condición confiere a la mirada una inclinación apta para detectar fallas, lo negativo en el objeto de estudio, dejando lo positivo fuera del área de exploración y dándolo por un hecho de interés secundario para el investigador.
Nuestros análisis pondrán mayor énfasis en la raíz doctrinal del extremismo que en la descripción de su realidad histórica. Para ser más precisos, analizaremos con particular atención el material doctrinario-ideológico, aunque siempre en función de sus concreciones históricas, deteniéndonos en las de la inmigración islámica en países occidentales. Aunque nuestra mirada sobrevolará el islam como un todo integrado, son sus facetas afectadas por el radicalismo las que escudriñaremos, y son solo las fuerzas malignas de la radicalización lo que nuestra crítica pretende atacar. Nuestro proyecto se sitúa en la huella de estudios conocidos que denuncian el daño que el islamismo causa al islam o que lo diagnostican como su enfermedad. Dado que el mal no está circunscripto, sino que se encuentra diseminado en todo el cuerpo, los análisis de nuestro proyecto se focalizarán tanto en elementos del organismo como en el compuesto global. Considerado en cuanto religión como en cuanto civilización, el islam es un organismo vivo que acusa problemas de crecimiento. Al igual que todas las religiones y civilizaciones, el islam ha sufrido crisis por desafíos de las épocas que ha atravesado, pero su capacidad de enfrentarlos ha sido frenada por fuerzas contrarias a las que determinan la evolución de todo ser viviente. Son esos factores de inadaptabilidad los que deseamos investigar y son ellos a los que consideramos “vectores de radicalismo”. Para expresarlo en términos más concretos, dado que el andamiaje de una civilización está constituido por una ideología, o un ideario, lo que examinaremos principalmente son las ideas, los conceptos e, indirectamente, las mentalidades y sensibilidades que forman el alma musulmana, pero deteniéndonos en los que están habitados por gérmenes de radicalidad. Nuestro trabajo debería verse como una exploración de las inercias que atan el pensamiento islámico con su pasado arcaico e inclinan su conciencia en esa dirección. La noción de radicalismo tal como la empleamos en este estudio tiene el sentido de su etimología, “raíz”, y significa la voluntad de retornar a sus raíces y anclarse en ese tiempo originario. Y también tiene el sentido de extremismo y rigorismo, pero rigorismo no por un anhelo de rectitud moral, sino por rigidez, por una obsesión de cumplir escrupulosamente la letra de la ley.
La explicación anterior justifica que en muchas ocasiones tengamos que dirigir la crítica de forma expresa al islam mismo, pero será siempre en cuanto doctrina y cuerpo social afectado por el extremismo. No es posible analizar el radicalismo como fenómeno aparte, como entidad sustantiva, porque es solo un modo, el modo de interpretar a la letra ideas que sirven de guía a la existencia. Como estas ideas forman parte de la doctrina del islam y son materia de interpretación, nuestra crítica apunta en último término hacia ellas. Son ideas o conceptos islámicos de Dios, de hombre, de mujer, de sumisión, entre otros; lo que constituye el material doctrinario que induce diferentes interpretaciones a partir de su formulación en el Corán. 5Si la interpretación radicalista es viable, solo lo es porque algo en la idea misma alienta este sentido y ese significado, entre otros posibles: no existen ortodoxias y heterodoxias sino a propósito de una doxa , una idea, y es esta la que hay que analizar, tanto si se quiere entender la rectitud del mensaje como comprender su desvío.
La resistencia al análisis crítico del islam no viene solo del lado de los mahometanos. También se encuentra en una fracción importante de la población de países occidentales que cuentan con inmigración islámica. Aquí se manifiesta bajo etiquetas de generosidad de anfitrión, de corrección política y de astucia partidista. La primera provoca reacciones de “cortesía de avenencia” con quienes vienen de fuera. La segunda produce timidez y temor de ser mal juzgado por la propia sociedad. Y la tercera no quiere ver problemas, solo es sensible a las ventajas resultantes del hecho de estar congraciados con los neorresidentes, sea para ganar su voto (el caso de los políticos) o para ganar su simpatía. Las tres reunidas dan por resultado un discurso condescendiente, alcanforado y obsequioso (en francés coloquial se diría aplaventriste –servil–) 6que únicamente logra extenderse como cortina de humo para sustraer al debate público los problemas de fondo de la inmigración islámica. Los mismos musulmanes ganarían en aceptación e integración si sus diferencias fueran discutidas, cuando siendo acalladas solo generan sospechas de que nada de lo que los distingue pueda ser aceptable por la comunidad local. Como siempre, el miedo a la verdad paraliza y no deja avanzar, cierra el paso a arbitrajes inteligentes y da pábulo a juicios someros. Si todo lo islámico debe ser aceptado en bloque por formar una cultura equivalente a la nuestra, ¿por qué no aceptaríamos que sus reglas de vida sustituyan a las nuestras hasta borrar toda diferencia, o por qué los musulmanes no podrían adoptar en bloque nuestros valores? Si esa doble hipótesis es pura utopía, entonces se impone que, para convivir, al menos los valores de unos deban parecer respetables para los otros y viceversa. No hay otra forma de convivencia que pueda ser realmente viable. Porque es un absurdo esperar que sea posible que dos grupos con valores opuestos tengan relaciones durablemente armoniosas, de mutua comprensión. Sería tanto como pensar que dos proposiciones que se contradicen puedan ser ambas verdaderas: tal posibilidad repugna al principio lógico de la no contradicción.
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