1 ...8 9 10 12 13 14 ...18 Aunque nuestro objetivo es presentar el islam y no compararlo con el cristianismo, no nos ahorraremos las ocasiones de contrastar las dos religiones, pero solo para hacer resaltar la diferencia de la que aquí nos proponemos analizar. Pero ahora que estamos iniciando su estudio, antes de cerrar este apartado queremos exponer brevemente un dogma que ambas religiones comparten y es atacado por la irreligiosidad ambiente: el dogma de la creación. La creencia en Dios como creador del cosmos es el proemio de toda fe en el “Dios único y verdadero”. Este es un dogma conexo al de la unicidad de Dios, su colofón, podría decirse desde una perspectiva práctica. Los ateos también lo perciben así, tanto que piensan probar que Dios no existe cuando creen poder explicar por la sola ciencia los orígenes del universo. Queremos desactivar aquí la crítica contra el creacionismo esbozando un argumento a su favor, no para restar pertinencia a las explicaciones de la ciencia, sino para demostrar la perfecta compatibilidad de estas con la que propone la fe. La disquisición que sigue ha de leerse en el contexto de la necesaria congruencia que la fe debe buscar con la razón, según el principio lógico de la imposible contradicción entre dos verdades: la razón manifiesta en la verdad científica impone a toda pretendida verdad de fe que no caiga en contradicción con ella, sin lo cual perdería por lógica su derecho a la veracidad. Como contribución en este punto a la crítica emprendida, se hará visible indirectamente la diferencia de posición entre la ideología cristiana en su apertura a la ciencia y la posición islamista cerrada a todo racionalismo.
Uno de los argumentos que más frecuentemente esgrime el ateísmo moderno para sostenerse lejos de toda creencia es la supuesta oposición entre fe y razón, manifiesta según él en la teoría de la creación para explicar la formación del universo. El problema se plantea en cuanto incógnita a dos tiempos: el primer brote de la primera partícula del cosmos y la aparición del ser humano como remate de la evolución de la cadena de los seres vivientes representan los dos momentos cruciales que necesitan una explicación. Las tres grandes religiones monoteístas se acogen a la misma respuesta, que además sirve de fundamento a su fe: Dios creó el universo, y en él la vida y el ser humano. No se puede ser creyente si no se acepta esta respuesta, pues Dios dejaría de ser el ser supremo si no fuera el Creador. Ahora bien, la ciencia propone une respuesta “laica”, supuestamente sin tener la necesidad de recurrir a la “hipótesis Dios”, como lo expresó Pierre-Simon Laplace. Es tal supuesto lo que interrogaremos brevemente, porque a nuestro parecer está fundado en un malentendido. En efecto, es entender mal la explicación teológica reduciéndola a la didáctica de la fábula bíblica, según la cual Dios creó el cielo, la Tierra y el universo entero y al fin creó al hombre y luego a la mujer. Sin duda, el imaginario colectivo de los creyentes no puede desprenderse del relato del Génesis y cree en su contenido literal, sin sospechar siquiera de que se trata de una descripción puramente imaginativa para presentar el indescriptible proceso de la creación, el misterioso poder del Fiat (el “hágase”) de Dios. En este contexto de ignorancia piadosa, la investigación científica descuella como plena lucidez que busca la verdad, a la vez que hace aparecer la posición de la fe como beodez pura e incurable idiotismo. El malentendido se esfuma tan luego como se aclara la diferencia entre el despliegue de inteligencia y poder necesarios para dar existencia al universo, y la leyenda que narra un mito fabricado para imprimir accesibilidad a dicho arcano. Pensar que fueron necesarios el poder y la inteligencia de un Dios para forjar el universo, sacándolo de la nada que debió precederlo, es adherir racionalmente al dogma de la creación. Creer en el relato del génesis que cuenta los pasos que Dios siguió para hacer aparecer en el espacio una por una las cosas que pueblan el cosmos, hasta la creación de Adán y al final de Eva sacada de una de sus costillas, es ilusionarse con la poesía del gran acontecimiento de la creación.
No puede negarse que una mayoría de creyentes, cristianos y musulmanes, reducen al relato bíblico (y coránico) la tesis de la creación, prestando así el flanco a una crítica fácil de parte de los ateos. La fe cristiana empero no está peleada con la ciencia, al contrario, es completamente conciliable con ella. Urge neutralizar el equívoco, que alcanza a los musulmanes, por mantener el relato bíblico-coránico como sola explicación de la creación, pero no conviene al cristianismo, el cual deja abierta la posibilidad de una interpretación totalmente científica del dogma de la creación. Sin entrar en mayores detalles, establezcamos la perfecta compatibilidad entre el creacionismo y todas las teorías que pretenden ofrecernos una explicación científica de la aparición del cosmos. Nuestra posición de la susodicha compatibilidad tiene a su favor el supuesto lógico (desarrollado magistralmente por Leibniz en su teoría sobre “el mejor de los mundos posibles”) de la manera más inteligente que Dios debió haber empleado para crear el universo. Imposible suponer que Dios hubiera procedido de forma aleatoria, aventurándose en improvisaciones azarosas. Por consiguiente, en lugar de producir “artesanalmente” cosa por cosa, Dios debió haber concebido “científicamente” una fórmula para que el Tiempo se encargara de traer a la existencia cada una de ellas según un orden determinado por Él, orden impuesto como lógica evolutiva de la creación. La idea de una expansión progresiva del universo –idea que desarrollan varias hipótesis, como la de “la expansión del universo a partir del átomo primitivo”, del profesor Georges Lemaître, de Lovaina– compite ventajosamente con la tesis de un Fiat instantáneo y sugiere como más adecuado un Fiat de liberación prolongada, como se dice en la jerga farmacéutica actual, es decir un Fiat-fórmula que contiene el algoritmo del universo para su desarrollo programático . El modo de producción que usa el saber científico, diferente del que emplea el artesano, no procede de otra manera: el verdadero momento de creación es aquel en el que se inventa el concepto, la fórmula que guiará el trabajo de la realización técnica.
Pensar que Dios realizó el universo infundiendo al ser originario de la primera molécula un código que contendría el programa según el cual se desplegaría el cosmos entero es una idea que está en perfecta conformidad con el concepto de naturaleza ( physis y dynamis griegas) que manejan la filosofía y la ciencia, tanto como la teología cristiana. Lo que tenían en mente los griegos cuando hablaban de physis y dynamis es lo que los romanos precisaron como natura naturans , es decir como naturaleza activa o fuerza creativa, verdadera causa eficiente de la natura naturata o cosmos. Jacques Monod nos recuerda que la primera ley de la naturaleza es la objetividad: “La piedra angular del método científico es el postulado de la objetividad de la naturaleza. Es decir, el rechazo sistemático de considerar que una interpretación de los fenómenos expresada en términos de causas finales, en términos de «proyecto», pueda conducir a un conocimiento «verdadero»”. 3Entre la hipótesis de que Dios “pensó” el universo y la hipótesis de un origen debido al solo azar, la elección más acorde con la razón, o sea la más científica, es aquella y no la última, por paradójico que pueda parecer a primera vista. En efecto, como Monod lo demostró muy bien, lo más probable es que la aparición de la vida haya sido un acontecimiento de una sola vez y que, por consiguiente, es infinitamente mayor la probabilidad de que tal cosa nunca hubiera sucedido. Lo que representa el azar es entonces la pequeñísima probabilidad de que hubiera algo y no nada, o sea, la improbabilidad de lo que al fin llegó siendo una realidad. En tal perspectiva, la hipótesis de que sea más bien la necesidad lo que causó que hubiese vida tiene más peso racional, aunque para explicar en último término esa necesidad haya que recurrir a Dios, pues solo Él podía tomar una decisión con fuerza de ley para que así fuera. Esto significa que es una posición más científica la que apela a Dios para resolver el enigma del origen del universo, que la que, con tal de negar la existencia de Dios, remite al puro azar el hecho de la existencia del cosmos. Leamos la argumentación del premio Nobel de biología que citamos:
Читать дальше