Solos, nada. ¡Ni siquiera Brasil podrá solo! Y, si así no lo entiende, Brasil sufrirá la suerte que le cupo a la China imperial cuando se enfrentó durante la segunda ola globalizante a las potencias colonialistas europeas. El camino solitario al Primer Mundo conduce a los oscuros sótanos del “cuarto”. La Argentina obnubilada del menemismo pagó caro esa ingenua ilusión. Caro pagarán, también, aquellos que intentan hoy, en soledad, vivir de las migajas del gran señor del norte. Juntos, sin embargo, sin vanos intentos por parte del más grande por conseguir una hegemonía regional relativa, todavía tienen una oportunidad. Las puertas de la historia todavía no se han cerrado. Los procesos históricos son largos. El tren ya ha comenzado a moverse pero todavía hay una oportunidad de treparse al último vagón. Sólo deben comprender que necesitan “poder para poder ser” y que sólo pueden “ser” si “son” juntos. Deben comprender que las políticas de “autonomía nacional” tienen que dejar paso a una nueva política de “autonomía continental”. Que si el molino de viento dio la sociedad con el señor feudal y una Europa dividida en condados, marcas y principados con ausencia de un poder central capaz de dirigir el conjunto; y el molino accionado por el vapor, la sociedad con el capitalista y una Europa dividida en Estados nación, la revolución tecnológica lleva a la constitución de los Estados continentales. Estados continentales que, por lo demás, serán los únicos “protagonistas de la historia” por venir.
Si, como creemos, todavía existe una oportunidad para América del Sur de subirse al último tren de la historia esta oportunidad pasa, pura y exclusivamente, por la búsqueda, y el logro, de la unidad continental. Existe, sin embargo, un dilema: ¿cómo alcanzar concretamente la unidad de América del Sur? De igual modo como la alianza franco-germana fue la condición sine qua non de la unidad europea, la alianza argentino-brasileña es el único camino real para alcanzar la unidad de América del Sur. Hoy, esa alianza está en funcionamiento dentro del marco del Mercosur pero, más allá de los discursos, está enferma y esa enfermedad –si no se diagnostica correctamente y se cura rápidamente– puede ser fatalmente disolutiva.
El talón de Aquiles del Mercosur
En los últimos tiempos hemos asistido a una serie de absurdas “guerras”: la de las “heladeras”, la de los “lavarropas”, la de los “zapatos”... entre los dos socios principales del Mercosur. Rencillas que generaron una ola de críticas tanto en Brasil como en la Argentina hacia el proceso de integración mercosurista. Críticas que debilitan, en el imaginario colectivo, la idea misma de la integración entre ambas naciones y que generan “minicrisis” que intentan ser subsanadas, siempre, por un abrazo fraternal entre los dos cancilleres y una declaración conjunta afirmando que los problemas del Mercosur se solucionan con más Mercosur.[28] Sin embargo, no conviene tomar a la ligera estas repetidas crisis que sufre el proceso de integración.
Las recurrentes crisis del Mercosur se deben a que está enfermo. Las crisis son simples manifestaciones de una especie de “síndrome de inmunodeficiencia ideológica” que infectó, paulatinamente, a las elites intelectuales y dirigentes de la región a partir de la década del 80 y provocó la “vulnerabilidad ideológica externa”,[29] la más peligrosa y grave de las vulnerabilidades posibles porque, al condicionar el proceso de la formación de la visión del mundo condiciona, por lo tanto, la orientación estratégica de la política económica, de la política externa y la filosofía misma del proceso de integración mercosurista. Al condicionar el pensamiento, se condiciona también la acción y los gobiernos de la región terminan, por ende, actuando ya no de acuerdo con sus propios intereses sino conforme a los intereses externos que se expresaron, clara y nítidamente, en el llamado “Consenso de Washington”. El Mercosur fue infectado, a través de la dominación cultural que brillantemente describiera Zbigniew Brzezinski en El gran tablero mundial,[30] por el virus del fundamentalismo liberal. Hoy, los gobiernos de Luiz Inácio “Lula” da Silva y Néstor Kirchner tratan, tibiamente, de abandonar los presupuestos ideológicos del neoliberalismo, pero el Mercosur sigue operando en la lógica del neoliberalismo que lleva a confundir integración con libre circulación de mercancías. Concebido a partir de la lógica fundamentalista neoliberal, se convierte en una simple área de libre comercio, en una primera etapa de la conformación de una zona de libre comercio desde Alaska a Tierra del Fuego, en la antesala del alca. Operando el proceso de integración según la lógica del fundamentalismo liberal, la industria brasileña destruirá a la argentina, superviviente al colapso de la convertibilidad, y luego Brasil, privado de su principal aliado estratégico, quedará aislado y sin posibilidad de resistir las presiones para su incorporación al alca. Así, la industria brasileña será a su vez destruida por la estadounidense. Con suerte, sobrevivirán en Brasil las industrias contaminantes, que los países ricos de América del Norte no quieran tener en su territorio, ni cerca de él. Pero dentro de esa lógica la industria brasileña seguirá el destino de la industria argentina. Será sólo una cuestión de tiempo.
Para que este panorama apocalíptico no se concrete, el Mercosur requiere de una política industrial común, basada en una planificación industrial indicativa como la tuvo la Europa de posguerra, que creó la Comunidad Económica del Carbón y del Acero. Europa no dejó librada al simple juego de la oferta y la demanda la producción de acero. El Mercosur no debe dejar librada la suerte de todos los sectores industriales a la supuesta “mano mágica” del mercado, que “todo lo arregla”. Como lo ha repetido incesantemente Helio Jaguaribe, mediante una política de consenso se debe determinar qué sectores serán apartados del libre mercado absoluto para ser planificados indicativamente en el marco de un “neoproteccionismo”, que significa un proteccionismo a plazo extremadamente corto y de forma extremadamente selectiva. No se trata de llevar la idea de autarquía a nivel mercosurista o sudamericano sino de determinar qué sectores productivos del sistema mercosurista –mediante una política apropiada para su desarrollo– podrían adquirir, en plazos relativamente cortos –de diez a quince años– competitividad internacional y transformar esos sectores en sectores de interés colectivo de todos los países que conformen el área de integración. El Mercosur es un área satisfactoria tal como existe hoy para la aplicación de este proteccionismo moderno –aunque el continentalismo sudamericano sería el área ideal–, y conforma un espacio lo suficientemente extenso para poder sostenerlo y para que no tenga, desde el principio, características de rápida obsolescencia.
En el marco de ese “neoproteccionismo” y mediante una planificación al estilo francés, es decir indicativa, se debe construir una política conjunta de programación industrial-tecnológica que reserve, para cada uno de los países, áreas específicas de competencia que les proporcionen ventajas significativas y creen en los otros partícipes “nichos” de absorción de la producción de cada uno de los países. Esto significa que la Argentina y Brasil deben pactar que ciertas industrias van a estar de este lado de la frontera y ciertas otras, del otro lado. Política que podrá ser ejecutada, entre otras medidas, mediante la orientación del crédito y la aplicación de estímulos fiscales. La Argentina y Brasil deben concebir una política industrial comunitaria, aprender a pensar en el bien común del Mercosur entendido como un todo. Se debe avanzar hacia una industria integrada que permita competir en terceros mercados. Se deben integrar las cadenas productivas para competir hacia afuera. Definir un código de conducta común frente a la inversión extranjera. Homogeneizar los incentivos fiscales. No se puede dejar de reconocer, si se realiza un análisis objetivo del proceso de integración mercosurista, que los diferentes incentivos fiscales concedidos por algunos estados brasileños para atraer industrias han provocado que numerosas empresas de capital argentino dejen de producir en su país para pasar a hacerlo en Brasil, lo que ha agravado el proceso de desindustrialización en la Argentina y contribuido al peligroso aumento del desempleo y, por consiguiente, de la inestabilidad social y política.[31] Es evidente que el Mercosur necesita un proyecto concreto que promueva la integración de los sectores productivos para que dejen de competir entre ellos. Lo que se ha hecho hasta ahora en ese campo no es suficiente. La experiencia integracionista en el plano de la industria automotriz está lejos de ser considerada satisfactoria para la Argentina. Las cifras son contundentes y hablan por sí solas. En 1998, la Argentina tenía el 14 por ciento del mercado brasileño de autos, hoy representa apenas el 2 por ciento. Hace seis años Brasil ocupaba el 30 por ciento del mercado argentino, hoy posee el 60 por ciento.
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