Es por eso entendible la atención prestada por quienes trabajamos con la interdisciplinariedad crítica, a todas aquellas epistemes que coexisten de manera conflictiva en las fronteras de los múltiples sistemas, lugares donde legalidades con diverso grado de legitimidad se entrecruzan, en tanto partes de un orden global cuyos impulsores promueven una mayor desregulación y reducción del Estado. Por último, y retomando la propuesta de Dussel, se necesita poner en marcha una estrategia de “crecimiento y creatividad de una renovada cultura no solo descolonizada sino novedosa” ( Dussel, 2015). Con esta propuesta, se refuerza la posibilidad de tener diversas ontologías enraizadas en lo local en un contexto donde es posible
vincular y relacionar campos de la vida y establecer conexiones entre lo ontológico (la decisión de existir en tanto autoafirmación), teleológico (las metas transgeneracionales que animan las existencias negadas), epistemológico (los métodos y las formas de pensar que han hecho posible tales existencias) y accional (las capacidades de actuar y decidir que hacen posible las existencias) ( Juncosa, 2014, pp. 24-25).
En esta parte del capítulo, es posible afirmar que la metodología transdisciplinar no absolutiza sobre la base de principios universalizados desde relaciones de poder históricamente constituidas, sino que propone incorporar las diversas y complejas visiones con las cuales se construyen realidades, las cuales, y de manera obvia, nunca perderán su particularidad. Es tal la fuerza de esta argumentación, que distintos estudiosos latinoamericanos del sistema internacional, claramente identificados con los principios de las ciencias nomotéticas contenidos en la disciplina relaciones internacionales, llegaron a considerar que los conocimientos producidos en su interior
son el resultado de un tiempo y un espacio social y político determinado. La interpretación del mundo que expresa un paradigma se hace desde un punto de vista definible en términos de nación, clase social, poder ascendente o declinante. Esto es válido tanto para aquellas formulaciones originadas en el “Norte”, como para aquellas construidas en el “Sur”. La predominancia de una determinada visión del mundo, de un paradigma e, incluso, de una “escuela” o “tradición de pensamiento” expresa solo eso y, en ningún caso, el dominio de la verdad ( Bernal, 2006).
Aquí se debe mencionar la cercanía con lo que proponen los seguidores de las ciencias de la complejidad, puesto que aceptan la posibilidad de las emergencias y las irrupciones en todo tipo de procesos, desde los sociales hasta los biológicos. Con los obvios matices que deben tener en su interior, cosa similar se propone desde lo transdisciplinar crítico con el principio de la heterarquía. En este último se plantea que toda forma de conocimiento en su proceso de constitución como tal, mantiene el principio de la incertidumbre y su historicidad, además de trascender los límites disciplinares. El filósofo colombiano Carlos Maldonado ha considerado que las emergencias e irrupciones rompen las jerarquías en el conocimiento, e implican no solo lo “inter, trans y multidisciplinariedad; sino, mejor aún, [generan] el cruce mismo, el diálogo, la cooperación entre enfoques, métodos, lenguajes y disciplinas distintas” (2015, p. 40).
Siguiendo los argumentos esgrimidos por el economista argentino e historiador de las relaciones internacionales, Mario Rapaport (2014), los estudios internacionales adelantados en América Latina, han mantenido la particular, y por ello valiosa característica, de indagar por el sistema internacional o sistema-mundo recurriendo a lo interdisciplinario. Se puede afirmar que en sus primeros momentos, durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, la profesionalización disciplinar en el continente se vio desalentada, ya sea por las recurrentes limitaciones presupuestales más las debilidades institucionales de tipo público o privado, las cuales invariablemente afectaron a los centros de educación superior o de investigación. Todo esto quizá fue más producto de la indeseada voluntad de los gobiernos latinoamericanos, al constatar la escasa capacidad de sus Estados para influir en los temas y problemas de alcance global.
En todo caso, es posible asegurar que desde sus inicios y con la escasa institucionalización que habían logrado, los estudios internacionales en América Latina tuvieron un fundamento interdisciplinar. Por el momento en que se dieron, los casos más notables han sido el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México y el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. Así lo hizo notar de manera temprana, el cientista político chileno Heraldo Muñoz (1980). Lo mencionado ha resultado positivo para el desarrollo de los estudios internacionales latinoamericanos, en tanto aporte a la formación de un tipo de conocimiento al que ya he considerado como situado. En tal sentido, desde los primeros trabajos en la década del sesenta hasta los muy actuales, la mayor parte de estos estudios han tenido la confluencia de:
la diplomacia, la economía, la geografía, la demografía, las ciencias políticas y sociales, el estudio de las instituciones, el análisis comparado y, en la medida en que existen mediciones cuantitativas, estadísticas y documentación numérica, dentro de contextos históricos, que evolucionan en el corto y el largo plazo. Entre otras cosas, la ventaja del trabajo pluridisciplinario reside en la facultad de cruzar las teorías de esas distintas disciplinas ( Rapaport, 2014).
Teniendo esto en cuenta, y si aceptamos que los estudios poscoloniales se mueven en los espacios metodológicos promovidos por lo transdisciplinar crítico, reconociendo los invalorables aportes de diversos movimientos y teorías como los feminismos decoloniales y ambientalistas, el movimiento de los comunes y sus prácticas políticas, por ejemplo las que están enmarcadas en el bien vivir y el co-cuidado, entonces tendríamos que todas nos indican la situacionalidad en el conocer, leer, interpretar. En consecuencia, las teorías críticas producidas en años recientes han logrado:
señalar la imposibilidad de un conocimiento no-situado: [puesto que] centran sus investigaciones tanto en el sujeto cognoscente realmente existente –y por lo tanto en su sexo, su clase y su «raza»– como en los lugares y situaciones en donde se realiza la producción de conocimiento –y por lo tanto en sus relaciones, instituciones y estructuras sociales–. […] han logrado evidenciar que detrás de la presunta no-situacionalidad y no-corporeidad del conocimiento científico suele esconderse no la mirada de Dios, sino del hombre blanco, occidental y colonizador. [Lo cual] ha socavado las bases sobre las que suelen sostenerse la objetividad y universalidad del conocimiento científico: [este siempre es], un conocimiento producido por sujetos dentro y desde ciertos lugares ( Pimmer, 2017, p. 279).
2. LA COLONIALIDAD DEL PODER Y LOS ESTUDIOS INTERNACIONALES LATINOAMERICANOS
En este proceso de renovación teórico/metodológico de los estudios internacionales adelantados en la región, hay una teoría que ha sido objeto de especial atención por parte de investigadores ubicados en distintos lugares del continente. La teoría de la colonialidad del poder, elaborada por el sociólogo peruano Aníbal Quijano en la última década del siglo pasado, ha llegado a ocupar un lugar preponderante en la controversia sobre la organización y funcionamiento del sistema-mundo, pues, así como anima discusiones en distintos medios intelectuales y académicos, también influye en el accionar de diversos movimientos sociales alrededor del continente. Incluso orienta la elaboración de la política exterior de un Estado en América Latina, tal como lo demuestra Graziano Palamara, al estudiar el caso del Estado plurinacional boliviano en el capítulo sexto de este libro, titulado “La relación Estado-sociedad: una variable para la inserción internacional. El caso de las agendas de Chile y Bolivia”.
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