Pachi Marino - Historias de Hostel

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Normalmente quien tiene la oportunidad de visitar un hostel por primera vez, suele asombrarse de lo que sucede en estos sitios. Infinidad de idiomas, culturas y orígenes, suelen entrelazarse para crear un mundo aparte. Una vez adentro, se genera una burbuja que es atravesada por la buena onda. Lo pude vivir en carne propia, ya que tuve la oportunidad de cofundar el primer hospedaje de estas características de la ciudad de La Plata en el año 2008. Miren si habrá sido así, que a veces me iba hasta el centro a hacer algún trámite, y debido al ritmo acelerado con el que se vive, me daban ganas de volver corriendo a mi espacio de trabajo. Sentía que era un reducto que me protegía. No tengo certezas, pero tampoco dudas, de que los Hostels hacen bien.
Este libro es un compendio de anécdotas curiosas, divertidas y emocionantes, de las tantas que se pueden vivir en un albergue de este tipo. Fotos, dibujos, curiosidades, metidas de pata, tips para emprendedores y alguna que otra perla extraída del libro de visitas, complementan la estructura de esta ópera prima sobre una década vivida gracias a Frankville.
Subite a la Kombi, compartamos viaje y vayamos al Hostel. La vamos a pasar bien.

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Cami y Dieguinho, terminaron de conformar un plantel variado. Había para todos los gustos, como debe ser en un hostel.

Llegando a fines de agosto, la cosa iba tomando color. La cocina y algunos baños ya estaban terminados. Y las habitaciones del fondo, que no requerían demasiados arreglos, estaban casi listas. Fue allí donde hizo su primera aparición Marie Luce, una francesa que había venido a hacer intercambio a la UNLP. Mientras mi madre barría la vereda, ella pasaba por allí buscando hospedaje. Ese fue el primer contacto con la “huésped número 1”. Obviamente ni la obra, ni la habilitación estaban en vistas de ser resueltas en lo inmediato, pero ni lerda ni perezosa, mi madre la invitó a conocer el sitio. Con Popi estábamos dentro de la casa, como en muchas ocasiones, yo sosteniéndole la escalera para que él hiciera todo ese trabajo, en el que yo soy un cero a la izquierda, y él un perfeccionista obsesivo. Esa era la complementariedad que requería esta sociedad. Repentinamente se dio un ingreso simbólicamente triunfal. Fue como un pequeño shock de alegría. Contrastaba totalmente con aquellos pálidos momentos de espera en la municipalidad. Una extranjera, que hablaba otro idioma, como aquella persona de silueta borrosa, que circundaba en mi imaginario de la inauguración oficial. Una posible huésped, que reunía las características de las personas que suelen frecuentar un hostel. Y en La Plata, esa ciudad a la “que no viene nadie”. Cruzamos miradas con Popi y creo que él sintió exactamente lo mismo. Creo que es muy difícil que alguien trate tan bien a una persona como lo hicimos desde ese trío en ese momento. Me gustaría leer los protocolos de trato de la reina Elizabeth o de alguno de esos chabones de Mónaco. ¡Bah! En verdad, no me interesa. Pero dudo de que la amabilidad genuina que le brindamos a Marie Luce durante esos días, esa gente la haya recibido alguna vez. Finalmente le preparamos una de las habitaciones del fondo, y pese a no contar con todas las comodidades, le ofrecimos un precio simbólico, por el que decidió quedarse. ¡Gol!... o But , como se dice en francés.

Marie Luce la huésped número 1 y su amiga en la gestación de Frankville - фото 8

Marie Luce, la “huésped número 1” y su amiga, en la gestación de Frankville.

Lejos estuvo el Marie Luce affaire de convertirse en una inauguración. El hostel estaba recién en un 50% terminado. Faltaba llegar mobiliario de todo tipo, entre ellos lo imprescindible, los colchones y las camas. Por eso seguimos adelante, como si aquel hecho fuera un poco de combustible, que nos permitía seguir adelante con más ganas que nunca. Igualmente la bandera a cuadros estaba lejos y ni se veía.

Unas semanas después, aparecieron en la puerta unos chicos que tenían pinta de estudiantes. Tal como lo sospeché, eran del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas, casa de estudios en la que estaba, y donde aún hoy mismo continúo dando un seminario para emprendedores. Obviamente en los pasillos, yo no dejaba de contar que estábamos por abrir el primer hostel de La Plata. Ese rumor se esparció más rápido que nuestras posibilidades de apertura. Y consecuencia de ello fue que se acercaron buscando alojamiento para un grupo de cordobeses, que iban a llegar a principios de octubre por el Congreso Nacional de Económicas. No nos animamos a darles una respuesta positiva, pero con la experiencia Marie Luce, tampoco les dijimos que no. Les preguntamos cuánta gente pretendían que recibamos, y dijeron: “Todas las que puedan. No encontramos lugar”. Sonaba a mucho. Sin camas ni colchones a la vista, me animé a hacer un cálculo y decirles que podíamos alojar unas veinticinco personas, para esas dos noches. Pero que no era algo seguro. Les pedí por favor que me vuelvan a llamar, unos días antes del arribo de este contingente, porque seguramente iba a tener más claro el panorama. Me agradecieron y se fueron con esa premisa.

Los días transcurrían. La obra y los trámites seguían avanzando. Ya se empezaban a ver las paredes pintadas y a varios ambientes listos como para ser equipados. Pero faltaba, parecía eterno. Y el día a día nos llevaba puestos. Estábamos muy enfocados en dejar todo en condiciones, como para hacer esa gran apertura, empatando con el día en el que estimábamos nos iban a dar el certificado de habilitación. Y la verdad es que ya a esa altura no nos sobraba nada. El presupuesto nos miraba de lejos y se mataba de risa. Otro tema en el cual tuvimos que usar mucho la creatividad. Ahora veo cómo ponen boliches que gastan fortunas en estudios de decoración. Las compras estaban orientadas al mobiliario esencial para ocupar las habitaciones, ya que para la ambientación de espacios comunes utilizamos todas cosas nuestras y de donaciones de amistades y familiares. En lo respectivo a la cocina, desde la vajilla hasta las mesas y las sillas vinieron de lo de mi tío Pablo, quien debe estar feliz en algún lado por su gran aporte. Y la decoración estaba relacionada con recuerdos de nuestros viajes, lo que luego tomó una dinámica impensada, con muchos regalos de los huéspedes. En cuanto a la obra, tuvimos que recorrer mucho para conseguir buenos precios. Por eso me iba hasta las afueras de la ciudad, a una fábrica de pintura, donde tenían lo que necesitábamos, a valores más accesibles. Y fue un viernes, recuerdo que unos minutos antes de entrar a la pinturería, me entró ese llamado. Yo no suelo atender números que no conozco, pero en ese momento tuve la delicadeza de hacerlo. Del otro lado sonaba la voz de un pibe, de unos recientes veintes, con un ligero acento que no conseguía detectar, pero se escuchaba a un argentino de pura cepa:

—Hola, Pachi, soy Cristian.

—Hola, Cristian, ¿cómo estás?

—Confirmado lo de hoy, eh…

Tengo esa maldita costumbre de no querer hacerme cargo de no saber con quién estoy hablando o saludando, y le sigo la corriente a la otra persona, como si fuese una amistad de toda la vida. Me cuesta preguntar “¿Quién sos? No me acuerdo”. Y sí, lo sigo haciendo…

—Ah, Cristian, ¿cómo andás? Recordame un poco porque estoy a pleno, pero si te dije que sí con algo seguro va a ser así.

—Las veinticinco personas que vienen de Córdoba para el Congreso. Llegan hoy a las seis de la tarde.

Baldazo inesperado. Ahí recordé quién era Cristian, su ligero acento, su cara de bonachón, ¡y su irresponsabilidad al no avisarme con ciertos días de anticipación! Se hizo un silencio, mientras creo que mi mente continuaba procesando.

—Ah, ¡listo, Cristian! Mandalos nomás. A esa hora los vamos a estar esperando.

Se cerró la conversación y me entregué al silencio. Fueron segundos en los que estuve sin reaccionar, intentando bucear información que me permita encarar una solución para dar una respuesta. Cualquier idea me sonaba apresurada. No ingresé a la pinturería, di un par de vueltas en círculo en la vereda, y lo llamé a Popi...

—Popi, ¿llegaron los colchones, no?

—Sí. Están todos apilados adelante con las bolsas puestas.

—Buenísimo. Porque hablé recién con el flaco, y al final vienen los cordobeses de la facultad.—

—¿Cuándo vienen?

—Hoy a las seis de la tarde. Son veinticinco personas.

—¡¿Hoy?! Pero tenemos que arreglar un montón de cosas. Ni siquiera están armadas todas esas camas. ¿Cómo hacemos?

—No sé... Vamos a tener que pedir ayuda.

No eran tiempos de WhatsApp, ni siquiera de Facebook, con lo cual si pedíamos ayuda teníamos que apelar al cuasiextinto SMS de forma individual. Yo tenía que ir a retirar muchas cosas con el auto, tareas obligatorias que tenía que hacer sí o sí ese día porque, caso contrario, perdíamos de avanzar el fin de semana. Confiaba entonces en que Popi, y quienes anduvieran revoloteando por ahí, lo pudieran solucionar. Ya estábamos jugados y era hora de nuestra primera prueba de fuego, posta.

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