Ya en abril, los propietarios estaban dispuestos a negociar, pero… justo se estaban yendo de vacaciones por veinte días, y me quedé esperando la respuesta para cuando volvieran. La pasé mal durante ese lapso, porque me carcomía la ansiedad. Aunque internamente creía que el resultado iba a ser positivo, fueron días terribles. Estaba subido a una montaña rusa anímica.
Llegó el día en el que los dueños regresaron y, luego de un par de reuniones de negociación, llegamos a un acuerdo. En los primeros días de mayo, me hicieron entrega de las llaves y firmamos contrato de alquiler. ¡Finalmente teníamos aquel lugar tan ansiado! Ahí sí que fue una locura. Nos volvimos locos. Relocos.
II. Inauguración
Luego de pasar meses buscando el sitio ideal para abrir el hostel, negociaciones con vacaciones de los propietarios de por medio, y demás dimes y diretes, llegó un momento clave en el que dije “ya no hay vuelta atrás”. Eso sucedió cuando finalmente entraron los albañiles a la casona de 46 entre 10 y 11. Nuestro amigo Gonzalo Pori Rositto era el arquitecto a cargo de la refacción, quien en ese entonces nos ayudaba a imaginar lo lindo que iba a quedar ese espacio. Románticamente, circulábamos por la propiedad recorriendo cada rincón, visualizando él con su mirada profesional, y yo con mi perspectiva de viajero, la forma de optimizar cada reducto. Extrapolando anécdotas que habíamos vivido juntos en hostels de otros lugares, pensando que iban a acontecer acá también, como si fuese todo lo mismo. Y no, no es todo lo mismo. Cada lugar vive su propia historia, y les puedo asegurar que así lo van a vivir en estos relatos. Más allá de eso, Pori hizo una excelente tarea y pensó muy bien cómo aprovechar cada metro cuadrado. Con lo que la experiencia viajera había sido útil.
En fin, no les conté aún cuando se dio esta situación de espabilo, donde entendí que ya estaba metido de lleno en esta aventura. Fue en aquel momento donde el bueno de Pori, llave en mano, un gran día les decretó a los albañiles que tiren abajo dos habitaciones y tres (sí, tres) cielorrasos, para hacer una cocina más espaciosa y acorde con la gente que se podría llegar a albergar. Ese espectáculo de mazazos y derrumbes lo viví como si fuera un antes y un después. Lo romántico y la ideación se transformaban en algo muy real. Algo horrible, porque eran un cúmulo de materiales y polvillos varios. Pero tan verdadero que se podía tocar. Y cada golpazo daba una señal y me retumbaba en la sien, haciéndome entender que ya no quedaba otra que mirar para adelante. Aquellos comentarios poco alentadores, que me hacían dudar de si era posible o no la concreción de este emprendimiento, ya eran parte de la historia. Era el turno de demostrarnos a nosotros mismos que lo podíamos llevar adelante, pese a que nunca habíamos laburado de esto, y tampoco habíamos estudiado hotelería o algo relacionado con la atención al público. Aunque confiábamos en nuestra forma de ser y en nuestros gustos personales. Por eso mismo no íbamos a claudicar. Fue en ese momento, luego de sufrir esos sacudones al machimbre, y ver una montañita de escombros polvorientos, donde me dije en voz baja, y con alguna intención de darme aliento: “Ya no hay vuelta atrás”.
Independientemente de aquel evento, nunca supe a ciencia cierta cuándo iba a ser ese momento tan esperado de apertura. Lo visualizaba en mis sueños. Una inauguración a toda orquesta, con aquella gente querida, que había apoyado esta loca idea de poner un hostel en una ciudad que no era turística. Un hito lleno de música, color y algún que otro extranjero hablando un idioma inusual, dando vueltas por ahí, eran suficientes para darle el marco imaginado. Una posible línea de llegada la marcaba el hecho de obtener la habilitación municipal. Era el empujón oficial para decirnos: “Listo, podemos abrir”.
La obra se iba desarrollando a paso firme, pero con esa dosis de lentitud que parece somatizar la ansiedad. El momento de inicio fue la última semana de mayo, y había mucho por hacer. La pensión que funcionaba previamente había dejado la casa prácticamente inhabitable.
Fachada e interior de la propiedad - Mayo de 2008
Popi y Pachi en plena obra.
Los meses y los avances transcurrían, desde lo edilicio y desde lo administrativo. El trámite de habilitación era toda una odisea, por el hecho de ser el primer hostel de la ciudad. Recuerdo haber ido a la municipalidad para comenzarlo, y que entre empleados se miraban como diciendo: “¿Qué quiere hacer este?”. Obviamente no fue comprendido en primeras nupcias, ya que me rechazaron la primera solicitud, debido a que la vereda no tenía las medidas necesarias para hacer “carga y descarga”. Ahí reaccioné y percibí que habían entendido que yo quería habilitar un hotel. Y no hice más que cargarme de paciencia para afrontar la que se venía. Creo que podría escribir una historia aparte respecto a toda esa burocracia, pero no quiero aburrir, como me aburrió a mí todo ese proceso, largo y languideciente.
Era una carrera pareja la de “obra versus habilitación”. Con esa sensación que siempre genera una refacción, donde de repente te levantan tres paredes en dos días, y parece que pronto se termina todo, pero que te cambia rotundamente cuando después tardan dos semanas en recortar y poner zócalos. ¡Impredecible! A todo esto, Popi ya había llegado, y con él pudimos avanzar mucho en otros detalles de la puesta en marcha, como en compras, proveedores y otras cuestiones de ambientación. Además, otro de los temas que abordamos fue el de la conformación del equipo. Debido a mi reciente trabajo como responsable de Recursos Humanos, tenía la experiencia y las herramientas para hacer un trabajo adecuado de reclutamiento y selección. Definí perfiles y comencé la búsqueda. Luego de varias entrevistas, quedaron seleccionadas para cumplir las primeras tareas de recepción dos chicas, con estilos muy diferentes, que complementaban perfecto a la hora de lo que se pretendía del espacio. Un lugar diverso.
Lucía, con su corte de pelo que por momentos le tapaba un ojo, tenía un look indie que hacía juego con su experiencia previa en la banda de rock con la que había llegado a tocar en mega recitales. Hincha de Gimnasia, recién llegaba de un viaje de introspección, de meses recorriendo Europa, y con apenas veintitrés años recién celebrados e intenciones de estudiar turismo, cumplía con los requisitos apuntados. Además tenía una onda totalmente diferente a la que estábamos acostumbrados en nuestro entorno cercano, y eso me pareció saludable para tener diferentes perspectivas, en un ámbito en el que íbamos a recibir una varieté social interesante. Como bien describió Jon Olascoaga, con su “sonrisa infinitesimal”, no destacaba por su simpatía, pero poseía un panorama y una capacidad de lectura de cómo tratar a las personas que quienes terminaban entrando en confianza con ella podían establecer amistades entrañables.
Ronit fue la siguiente seleccionada. Su nombre, tan original, ya la hacía diferente. Apasionada por los viajes, simpática y elegante, su mera presencia nunca pasaba inadvertida. Con 20 años recién cumplidos, ya había transcurrido los primeros cuatrimestres de la licenciatura en Turismo. Modestia aparte, fue oficialmente la primera pasante de la carrera que podía desempeñar sus prácticas en La Plata, el resto de las pasantías se desarrollaban todas fuera de la ciudad. Claro, no había muchos emprendimientos relacionados con el turismo. Así fue el comienzo de la carrera ascendente de Ro, que aún hoy siendo muy joven, se convirtió en directora de la carrera de Turismo en la Universidad Católica de La Plata. ¿Qué tal?
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