A Cami, por su acompañamiento y colaboración durante toda esta aventura.
A Lorena Bernal Martínez y Nelson, que iluminaron con buenos momentos y lo seguirán haciendo desde donde estén, y a todos los huéspedes que pasaron por Frankville, que hicieron que nuestras vidas sean mejores.
Colaboración en Ideame:
Federico VT, Mariano Hasperué, Nicolás Villarreal, Rafael Villalba, Constanza Hasperué, Gastón Ángel Varesi, Fachio, Juancastromdp, Matías Poggio, JuanE, Sebastián Varesi, Fer, Martin Esteban Gutiérrez, Bautista Coronado, Fernando Galván, Julián Chomicki, Raulo, Rosario Hasperué, Alex Brujita, Maira Aguilera, Erika Giménez, Benicio, César, Manu, Fran Maciel, Julieta Peralta, Agustina Chirino, Tomi Esposito, Naty, Felipe Tau, Cecilia b, Agustín Büchert, Sil, Fede, Tincho FM, Nico Perazzo, Joaco Hasperué, Bernet, Toli, Santiago Pastor, Santiago Cravero Igarza, rocioberge, champre, Juan Manuel Vázquez, María José, Jako84, María Agustina del Papa, Inda, Leandro Besga, Agustin Mendoza Peña, Morgane, Nico, Sebastián Sardi, Estelle, Santiago Salgado, Juan Manuel Gaimaro, andie, Fermín Baztarrica Urtubey, Parra, mgabiba, Damián Grimberg, Jérémy Louis, Ariel van der Wildt, Ansoniquete, Thibaut Derégnaucourt, Agustina Olivieri, Pori, Gero, Ulises, Alan Yusim, Quentin Courtier, Manuel Cruz, Mónica, Pala, Gajo, Martin López Armengol, Ronit, La Casa de PAUL, Nico, Ariel Sobrado, Valeria Jara, Águila y DaniVasquez.
I. La “locura” de abrir un hostel en La Plata
Siempre me gustó viajar. Cuando era chiquito y me preguntaban “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”. Yo respondía: “Viajante”.
Me sabía los nombres de las capitales. Eso era parte del entretenimiento en alguna que otra reunión familiar…
—A ver, Pachi, ¿la capital de Bulgaria?
—Sofía.
—¡Muy bieeen!
Aplauso, medalla y beso.
Mi globo terráqueo marca Garrido, ya despintado por el sol, aún conserva la posibilidad de seguir girando, aunque yo, al pasar el tiempo, me fui dando cuenta de que no era viajar lo que más me gustaba. Irme de viaje era el mejor medio para llegar a lo que realmente entendí que me fascina: el intercambio cultural.
Me encanta saber cómo se manejan en otras culturas. Sus comidas, sus costumbres, sus formas de vivir. Obviamente que viajando uno puede interiorizarse y vivir de lleno estas experiencias, pero el viaje, por el viaje en sí, no es lo que me completa. Prefiero mil veces recorrer un pueblo mágico mexicano que estar un día internado en un complejo hotelero en el Caribe.
Por otro lado, el momento previo a la apertura de Frankville se me presentó durante una encrucijada emocional y existencialista. A fines de mis veinte y casi tocando los treinta, me encontraba trabajando en una empresa constructora como responsable de Recursos Humanos. Sin ser brillante, cumplía con mis labores. Tanto era así que no fue tan sencilla mi desvinculación, porque querían que me quedara. Sin embargo, yo sentía que ya era suficiente. Tenía que cambiar, y trabajar de algo que realmente me gustara.
Ni en la década de los noventa ni a principios de 2000, estaba de moda esto de “emprender” como ahora. Sinceramente, mientras cursaba la licenciatura en Administración en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) se hablaba muy poco del tema. Lo aspiracional, dentro de mi entorno, apuntaba a conseguir trabajo y escalar posiciones en grandes empresas multinacionales, en lo posible, ubicadas en la ciudad de Buenos Aires, lo que ofrecía un mayor estatus. En esos tiempos, vestirse de saco y corbata era parte de esa coyuntura. Y a mí no me gustaba. Hoy, por suerte, y a excepción de algunas profesiones puntuales, que todo el mundo vaya a trabajar con dicho atuendo es inimaginable. Y yo, por formar parte de un rebaño, también me dedicaba a buscar empleos con esas características. Aunque la verdad, no me hallaba.
Un día paseando por una tienda, encontré un libro que se basaba en historias de personas que habían triunfado con sus ideas de negocios. Se titulaba Cómo hacer de una idea una empresa exitosa , y era una compilación de entrevistas realizadas por un periodista llamado Carlos Álvarez Insúa. Me llamó la atención, no tanto por su título, y menos por su diseño de tapa en la que rebasaban dólares. Me interesé en algunas de las historias de ciertas marcas que allí aparecían y lo compré. Recuerdo haberme quedado maravillado con la historia de los hermanos que fundaron Reef. Los chabones, unos surfistas de Mar del Plata, habían inventado unas sandalias playeras. De repente, un día se fueron a California y desde allí lograron insertar en el mercado aquel calzado bien argento. Sobre la base de ese producto armaron una empresa del carajo, con alcance a nivel mundial. Lo que más me atrajo de esa historia no fue lo bien que les había ido en los Estados Unidos, ni que habían sido una empresa globalmente conocida. Ni siquiera sus famosos concursos, hoy tan cuestionados. En el medio del texto, había una foto de uno de ellos, en su oficina de San Diego, apoyando las “patas” en su escritorio, vestido de sandalias y bermudas. Lucía una sonrisa de par en par. Inmediatamente me dije: “¡Eso quiero yo!”. No en sentido literal, pero por ahí iba la cosa. Esa foto era toda una metáfora. Encontrar en esa época que un ejecutivo no salga de traje en un reportaje tenía otro significado. Perdón por la palabra, pero se cagaba en lo establecido.
Los parámetros de éxito mayormente difundidos están en función de acumulación de riquezas y no de acumulación de alegrías, buenos momentos y futuros recuerdos.
A mi me gustan las startups y también esos proyectos de escala pequeña, que son rentables y que sus integrantes los prefieren por gustos personales, sea porque lo realizan en lugares con paisajes hermosos o cerca de su familia y amistades. En definitiva, lo que les permite es tener un estilo de vida. Y para no minimizar a estos últimos, se me ocurrió el término startlikes , y así englobar a todos los emprendimientos administrados por personas que disfrutan de donde están y de lo que hacen, independientemente de su tamaño. Lo más probable es que un proyecto pequeño no aparezca en esos libros como los dueños de Reef, pero seguramente deben tener más cosas en común con ellos que con otras de las personas entrevistadas en aquella publicación. No los conozco a los tipos, pero mi lectura de esa foto era que el loco estaba disfrutando de su laburo, algo que a mí no me estaba sucediendo. Entonces cambié el chip y apunté mis cañones para que eso me pase a mí.
Ojo, no quiero que esto se interprete como un mensaje del tipo: “todos pueden trabajar de lo que les gusta”, “todos pueden ser su propio jefe” y “nada es imposible, piénsalo fuerte y lo lograrás”. Lamentablemente no todas las personas tienen las mismas oportunidades de base, y muchas trabajan de lo que pueden. En mi caso, me encontraba en una posición en la que había conseguido un título universitario, tenía dónde vivir y qué comer, estaba soltero y sin hijos, y eso me permitía arriesgarme a buscar otros horizontes. También es cierto que cambiar de aires ponía en riesgo mi aceptable realidad, ya que dejar un empleo estable con ciertas chances de proyección tenía un costo de oportunidad que se iba a ver afectado claramente por lo económico, con todo lo que eso significaba para la “teleaudiencia”. Convencido de que el dinero iba a ser consecuencia de hacer un buen trabajo, y que lo que dejase de ganar hasta construir un negocio sustentable iba a ser compensado por un sinfín de sensaciones que mejorarían mi día a día, me incliné por llevar a la realidad una idea. Y fue la mejor decisión que pude haber tomado. Fue realmente un hito existencial, el momento en que pude tomar la palanca de las vías del ferrocarril y desviar las cosas para el lado que me hicieron bien. Me preguntaban en cuánto tiempo iba a recuperar la inversión. ¿Sabés qué? Pese a mi formación, ni lo había pensado. En el momento en que abrimos recuperé la inversión, porque conseguí lo más importante, una forma de vivir como yo quería.
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