La palabra vocación tiene su etimología en el latín, sobre la idea de un llamado, aquel que se atribuye al sentimiento que tienen las personas por desarrollar un camino o una carrera profesional. Hay gente que tempranamente recibe ese llamado y trabaja haciendo lo que le gusta desde muy pequeña. Estoy dentro del grupo de los que no lo encontramos tan fácil. Pero fui consciente y me esforcé en hallar esa vocación, porque si no la vida me pasaba por arriba.
¿Se acuerdan de que yo quería ser viajante?
Bueno, me puse a buscar algo por ahí. Renuncié a mi trabajo porque ya no me gustaba. Listo, ¿y ahora, sin ingresos mensuales, cómo hago para viajar? ¡Ya sé! Viajemos dentro de nuestra propia ciudad y que nos paguen por ello, abramos un hostel. Parece sencillo, pero ni se imaginan lo que me costó llegar hasta ese punto.
De un cúmulo de situaciones terminó floreciendo esta hermosa idea. En principio, por viajes que hice con amigos. Hubo dos bastante significativos. Uno a Uruguay en 2005 y otro al Mundial de Fútbol de Alemania en 2006. Vivir esas experiencias con gente de cualquier parte del mundo fue increíble. Un aprendizaje y disfrute constantes.
Y aquí por primera vez voy a mencionar a Popi, gran protagonista de esta historia. Amigo de la infancia. Compartimos salita en el jardín de infantes del San Luis, y desde allí nació esta hermandad, que en 2008 derivó en una sociedad comercial.
Por ese entonces Popi estaba también en búsqueda de nuevos rumbos. Con la chance de obtener la ciudadanía europea, se había ido a vivir a Barcelona y trabajaba administrando un chiringuito de su familia en la playa. Pero a él le pegaban las ganas de volver. Su fanatismo por Estudiantes de La Plata no lo iba a encontrar tanto tiempo afuera y menos en esa época, que fue la del segundo esplendor del club a nivel internacional.
Compartimos el viaje al Mundial de Alemania, y mientras pasábamos de un hostel a otro, le contaba que ese mismo año me había tocado hacer un trabajo para la facultad que trataba de una investigación de mercado sobre la oferta hotelera de la ciudad de La Plata. Analizando eso me había llamado la atención que la capacidad hotelera estaba ocupada en un promedio de más del 75%, cuando la ciudad no era considerada turística. Si bien los motivos por los cuales los visitantes pernoctaban no estaban relacionados principalmente con dichos fines, La Plata es la capital de la provincia más grande del país y tiene infinidad de motivos por las cuales puede ser visitada, con lo cual había una cierta perspectiva de negocios interesante para abordar. Y hostels no había ninguno. Claramente son públicos diferentes al de los hoteleros, pero probablemente había gente que se quedaba en hoteles porque no había hostels. Y empezamos a maquinar: “ Sabés lo bueno que estaría…“. Volví de ese viaje con la idea impregnada en mi mente.
Lo que quedó del año me sirvió para reflexionar. Mientras continuase trabajando en la constructora, entendí que iba a ser imposible llevar adelante un proyecto de las características de un hostel. Necesitaba tiempo, a priori para hacer una buena investigación de mercado y luego para ejecutar todas las actividades relacionadas con una posible apertura. Para ello, tenía que tomar una decisión drástica y así fue como presenté la renuncia. Aunque me terminé yendo cuatro meses después, ya que una de mis funciones era la de dar la bienvenida al personal nuevo, a quienes les ofrecía un hermoso speech en el que exhibía con mucho ánimo expectativas claras de crecimiento. Una salida intempestiva podía dañar aquel mensaje, del cual yo estaba convencido:
— Dale… ¿A qué otra empresa te vas a laburar?
—A ninguna. Quiero poner un hostel.
Para despejar la incredulidad, quise asegurarme de que todos entiendan que era una decisión absolutamente personal. Fue por ello por lo que preferí quedarme un tiempo más, trabajando en función de concluir lo que había empezado, garantizando de esta manera el desarrollo normal de la operatividad de la empresa. Era también una forma de agradecerle a Gustavo, quien en ese entonces había confiado en mi persona para semejante responsabilidad.
Entendí que lo primero que tenía que hacer, una vez que tuviera tiempo, era elaborar de manera casera e individual una investigación de mercado. Entonces encaré para Rosario y Córdoba, a fin de ver cómo era la situación de los hostels en dos ciudades que, si bien presentan otras características desde el turismo, son localidades con una dinámica muy similar a la de La Plata. Universidad, juventud, deportes y vida nocturna son algunas de ellas.
Me fui a Rosario, con el dato de que en la ciudad había cuatro hostels en ese entonces. Y cuando llegué, descubrí que había doce. Ese fue el primer shock. “¿Acá en Rosario hay doce hostels y en La Plata ninguno?”. Ya de movida, comencé a interactuar con gente a la que le preguntaba los motivos de su visita:
“Vine a visitar a unas amigas que conocí en Brasil”.
En La Plata, también hay chicas que se van de vacaciones a Brasil. Check .
“Vine a hacer un curso”.
La Plata, ciudad universitaria. Check .
“Vinimos a un campeonato de ajedrez”.
Check.
“Vine a visitar a mi hermano que estudia acá”.
En La Plata hay muchos hermanos que estudian allá. Re contra check .
“¡Hay que abrir ya mismo!”, pensé. Pero había que mantener la paciencia, seguir recolectando información y luego analizarla como correspondía.
Me tocó una inmensa habitación con cuatro cuchetas. Solo la compartía con Darío, un porteño, en ese entonces muy pibe, que se presentó y me preguntó de dónde venía y qué planes tenía, inmediatamente después de saludarme. Sin titubear, le respondí que quería abrir un hostel en La Plata y había ido a conocer el mercado de Rosario. A lo que él agregó:
—Yo hago con mis hermanos esta revista para viajeros que se llama 054 . —Sacó una de la mochila y me la entregó—. Mañana tengo que salir a recorrer todos los hostels de Rosario para venderles publicidad. ¿Querés venir conmigo?
—¡Pero por supuesto!
Hasta hoy Darío sigue siendo un amigo, con quien hemos crecido a la par, a fuerza de tropezones y alegrías. Obviamente, con el hostel en marcha fuimos patrocinadores de su revista 054 . Uno de esos sueños mínimos cumplidos, que formaban parte de aquellas charlas rosarinas... “Imaginate cuando el hostel de La Plata esté en una de estas páginas”.
Mientras más información iba recabando, más ganas tenía de volver y encarar ese bendito emprendimiento. Yo le iba mandando la bitácora de todo lo que iba ocurriendo a Popi, quien aún seguía en Barcelona. Ya casi al final del recorrido, le mandé un correo electrónico, con una redacción horrenda, que en uno de sus fragmentos decía:
En ese viaje también sentí que ya me estaba poniendo el traje de hostelero. Estando en La Cumbre, Córdoba, en un momento donde vuelvo al hostel de hacer unas compras, encuentro a una alemana, llorando en la puerta con su equipaje. Le habían robado la notebook. Me dijo que quería hacer la denuncia, para que el seguro le reintegre el dinero, y así comprar otra. Me dispuse a ayudar y busqué dónde quedaba la comisaría local. Yo estaba en auto, así que le ofrecí llevarla a hacer la denuncia correspondiente. No quiero ser malo porque nos atendieron muy amablemente, pero no bien pisé la comisaría, me sentí parte una de las tantas pelis de viajes en el tiempo, en la que, tocando algo por accidente, me había trasladado automáticamente a 1950. Entre que la chica no hablaba español, que había que esperar a no sé quién, y el instrumental vetusto, la lentitud se hacía desesperante. A todo esto, la alemana debía haber pensado que iba a ser una denuncia exprés, como la que podría hacer en, no sé, Monchengladbach. Y en el transcurrir, no se percató de que en algunas decenas de minutos se iba su ómnibus con destino a Retiro, con inmediato trasbordo a Ezeiza para volverse en avión a tierras teutonas. Cuando me lo comunicó, consiguió alterarme a mí también. Fue como una invitación a la acción. Activé todo lo posible para decirle al personal que se apure, que a la turista se le iba el micro y no iba a poder volver a su país. La pasividad era asombrosa, y mis intentos, un fracaso.
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