Para algunos autores la creación de un doble es una verdadera liberación, un gran acto de libertad […] Es la posibilidad de vivir otra vida […] de corregir el pasado […] de castigarse a uno mismo por todo lo malo que piensa que ha hecho […] El mecanismo duplicativo la mayoría de las veces se impone al narrador. Otras veces, acaso la mayoría, el narrador sabe que su destino es inventar otros protagonistas que son hipóstasis de sí mismo (2012, p. 270).
Como se ve, el doble se asocia, de esta forma, con la libertad. El doble, en últimas una creación, tiene su origen en la insatisfacción, en el tedio y en el arrepentimiento. Si el personaje estuviera satisfecho con su vida actual –además de que la ficción en la que se inscribe carecería de conflicto, y ese personaje, en consecuencia, estaría simplemente mal construido– no tendría necesidad de esa “otra vida” con condiciones en extremo diferentes a las de su vida actual. O dicho con ejemplos: si el doble de «Una flor amarilla», de Julio Cortázar, no representara para el doble modelo una forma de corrección del pasado, su existencia carecería de sentido. Y lo mismo ocurre en «Borges y yo», donde el doble del primer Borges representa para este el regreso al pasado, el encuentro consigo mismo y la reflexión sobre su vida.
En esta línea, una idea similar es aquella sobre la que trata el artículo «Identidad y alteridad. Una aproximación filosófica al problema del doble» (2012), de Remedios Ávila Crespo, publicado en Daimon. Revista Internacional de filosofía. En este texto, la autora recoge la tradición filosófica platónica y aristotélica en torno a la “otredad”, en primera instancia, y posteriormente relaciona estos acercamientos al tema de la “otredad” con los planteamientos sobre el “siniestro”6, de Freud:
El mundo sensible tendría una doble referencia: por una parte, la referencia al modelo –la identidad de la idea– respecto del cual ha de definirse por imitación; por otra, la referencia al simulacro –lo perverso, lo “siniestro”– contra el que hay que luchar para no ser confundido por él (y hasta por él). Una y otra referencias, el modelo y el simulacro, se relacionan entre sí como lo bueno y lo malo, como “lo bello y lo siniestro” […] y también como sus dobles: el doble (modelo) y el doble (monstruoso) respectivamente (Ávila Crespo, 2000, p. 11).
De acuerdo con esta postura, el doble no solo es el «doble siniestro». La existencia del doble exige, aunque suene un tanto redundante, la existencia de dos idénticos, que son, sin embargo, distantes apenas por una característica muy marcada. El doble opuesto al original, opuesto al modelo, se construye con base en la imitación de este último. Mas esta imitación no se completa. No es un simple calco. Altera, por el contrario, uno de los rasgos fundamentales del personaje: la visión de mundo. No necesariamente el opuesto al modelo es el “monstruoso”. Cuanto importa en la relación de dobles es la oposición: el doble que imita al “modelo” se distancia de este. El doble “monstruoso” representa lo que no representa el modelo. Realiza, en últimas, las acciones a las cuales el modelo no se atreve. Vive la vida, en fin, que el modelo no vive, sin que importe el hecho de que en ocasiones pugnen entre sí por la defensa de su identidad.
Aquella pugna es estudiada también por Otto Rank (1884-1939), compañero de estudio de Freud. Rank propone, además del hecho de que en ocasiones los dobles pugnen entre sí, como en el caso de «William Wilson», de Poe, o de El retrato de Dorian Gray, de Wilde, el hecho de que el segundo doble es, a pesar de los rasgos evidentes de semejanza con su modelo, la “antítesis de su prototipo en lo que se refiere a rasgos de carácter” (1982, p. 63). En tal forma, el doble “siniestro” se diferencia del doble prototipo, o del doble “modelo”, en rasgos de carácter evidente. Si el doble modelo, por ejemplo, es tímido y asustadizo, el doble “siniestro” es aventurero y arrojado. El segundo doble es, pues, un engendro de la subjetividad del doble prototipo, nacido de una carencia o de una necesidad, y de nada vale que el prototipo olvide su responsabilidad sobre tal engendro y al final pugne contra él. Es el caso de Dorian Gray, quien al final se enfrenta contra el doble del retrato, aunque tal engendro obedece a su propia responsabilidad, a su narcisismo y a sus deseos de juventud eterna, otros de los rasgos característicos de un buen número de dobles literarios, conforme los planteamientos de Rank.
Los dobles “modelos” y los dobles “siniestros”
Ya en este punto de la reflexión surge la pregunta que se vislumbra en páginas precedentes: ¿cómo está presente el doble en los cuentos de Pedro Gómez Valderrama? Intentemos, pues, darle respuesta. En «¡Tierra!», primer cuento de El retablo de maese Pedro, la relación de dobles se presenta entre los personajes Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana. Este cuento relata el arribo a América por parte de los españoles, es decir, el arribo de las carabelas comandadas por Colón al territorio llamado por ellos “Nuevo Mundo”. Y focaliza su atención en el grito del gaviero Rodrigo de Triana una vez que avista tierra. El primer llamado al lector sobre la figura del doble, el primer extrañamiento propio de esta tradición, sin embargo, no se presenta durante la narración de tales hechos, sino en el epígrafe: “Un marinero que el Diario llama Rodrigo de Triana, pero cuyo verdadero nombre parece haber sido Juan Rodríguez Bermejo” (de Madariaga, citado por Gómez Valderrama, 2016, p. 9).
Desde entonces se genera el extrañamiento del doble, pues una vez el lector comienza la lectura del cuento, descubre que en una de las carabelas se mueven dos personajes: Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana. De forma que, si bien este es un único personaje histórico, se duplica en la ficción literaria de Gómez Valderrama. Mientras Rodrigo de Triana, el modelo, se encuentra en la gavia al cumplimiento de su labor, el avistamiento de tierra y el posterior aviso a su tripulación, su doble “siniestro”, Juan Rodríguez Bermejo, se masturba en una litera mientras piensa en las prostitutas que dejó en Europa antes de embarcarse.
Por otra parte, el cuento «El maestro de la soledad» confronta, a manera de ensayo7, diferentes hipótesis en torno a la figura de Robinson Crusoe, el célebre personaje de la obra homónima del inglés Daniel Defoe (1660-1731). En el cuento se propone, en primera instancia, a Crusoe como la antítesis del “buen salvaje”, o como un personaje liberado de las ataduras carnales. Pero justo después se propone también que tales inhibiciones no son del todo ciertas, pues Crusoe, conforme a esta hipótesis, o experimenta atracción homosexual hacia su compañero Viernes, o se entrega a los placeres con unas mujeres que pueblan la isla. Y de tales experiencias, Crusoe engendra un hijo, quien crece e imita al único modelo posible en la isla: su padre; de forma que se convierte en una copia casi exacta de sus características, salvo porque cuenta con menos años de vida, y, por lo tanto, con más resistencia para la vida de náufrago.
Así mismo, leemos en el cuento «En algún lugar de las indias», de La procesión de los ardientes, la recreación de un supuesto viaje que hace don Miguel de Cervantes a Cartagena de Indias. Viaje que tiene su correlato en la realidad, pues se cree que Cervantes planea un viaje frustrado a las Indias, movido, primero, por los desfalcos que sufre como alcabalero, y segundo, a la manera de su personaje más célebre, movido por el deseo de aventura. Lo particular es cómo, en el cuento, el escritor no es Cervantes, sino un hidalgo llamado don Alonso Quijano, quien posee las características del Cervantes de la realidad. Quien emprende un viaje es, precisamente, el personaje llamado don Miguel de Cervantes, quien al final del cuento se encuentra con su amigo, el escritor Alonso Quijano, y se sorprende de cómo este ha urdido una novela en la que aquel, Cervantes, viaja a las Indias en pos de aventura. La relación de dobles, como ya resulta evidente, se cifra entre estos dos personajes y su respectivo encuentro.
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