Oye, he estado pensando en los detalles de la boda, creo que deberíamos reducir el número de invitados. ¿De qué estás hablando? Pese a que no podía olvidar a Suzanne, la boda se había hundido pronto en mi memoria y me costó trabajo recordarla. Claro Ella no sabía que no hubo boda, para Ella no había pasado un día después del accidente, no hubo accidente. Pues no tenemos demasiado dinero y creo que sería mejor abonar un poco más a la hipoteca en vez de hacer una gran fiesta, siguió diciendo sin darse cuenta de mi confusión.
Cuando vio que volvía a divagar oprimió mi mano con más fuerza y pude ver un par de lágrimas en sus ojos. ¿Ya no te quieres casar conmigo? Su inseguridad era un tema constante de nuestras discusiones, aun días después de que le pedí que nos casáramos me preguntaba si en realidad me gustaba, a mí me exasperaba. Poco a poco iba recuperando los pequeños detalles de su personalidad, de nuestra relación, que había olvidado, absorbido por la idea de no perderla, y si quería continuar con ese juego debía hacerlo más rápido o Ella se daría cuenta de que nada de eso estaba pasando en realidad. Por supuesto que me quiero casar contigo, le dije apresuradamente, sólo que... ¡Qué! Nada. Siempre dices eso, nada, ¿qué me ocultas?
No tengo el valor para revelarle que no es real, y en verdad la extraño tanto que no quiero que lo sepa justo ahora que actúa tan como Ella, tanto que me cuesta razonar con claridad. Quizá Ella sí es real y yo sólo tuve un mal sueño, la peor de las pesadillas de la que ahora despierto. Pero su cuerpo destrozado en la morgue y el velorio y el montículo de tierra sobre el ataúd fueron reales. Debería despertar y dejar de soñar de una buena vez…
Cuando el sueño está por terminar, Ella toma mi rostro entre sus manos y me obliga a mirarla. Está ahí, frente a mí, más nítida y real que nunca, ese rostro que yo conozco tan bien. ¿Te pasa algo? Estás muy pálido, sus ojos están preocupados y su voz es cariñosa, perdón por tocar el tema de la boda así, tan de repente, es sólo que… ya sabes, nunca estoy segura de que esto sea verdad, de que al fin vayamos a casarnos, hay veces en que todo me parece que son imaginaciones mías. Yo no pude decirle nada, la acerco hacia mí y la abrazo con fuerza, puedo escucharla suspirar. Por sobre mi hombro ve los boletos que tengo en mi escritorio. Las entradas para el concierto al que nunca fuimos, el concierto al que ella no llegó. Claro, Ella no sabía eso.
¡El concierto! Grita al tiempo que se aparta de mí, lo había olvidado. Mira su reloj y se levanta de la silla, alisándose las arrugas de la blusa. Si nos damos prisa podemos llegar a tiempo.
Las cosas habían llegado demasiado lejos, debía decírselo, dejar que se desvaneciera, que se perdiera de nuevo en mis recuerdos… pero su imagen era tan real que sería como perderla una vez más y no podía quitar la felicidad a sus ojos, estaba tan emocionada, tan contenta, quería ir al concierto, yo nunca había podido negarle nada y en ese momento me pareció que lo único que de verdad quería era existir...
¡Vamos! Levántate de una buena vez, no tenemos mucho tiempo. Suzanne, yo… tengo algo que decirte, le hablo sin convicción, no muy seguro de lo que estoy haciendo. Me lo dirás en el camino, ahora lo único que debes hacer es levantarte y cambiarte de camisa, ésa es demasiado fúnebre. Vuelve a tomarme de la mano y esta vez tira de mí con fuerza. Si llegamos tarde no te lo voy a perdonar, ponte de pie, ¿qué te pasa? ¿Por qué actúas tan raro? ¡Vayámonos, por favor! Sé bueno ¿sí? Suzanne, la verdad es que tú… tú, mientras volvías de la playa con tus amigas, el auto, un camión… Un beso detuvo las atropelladas palabras que salían de mi boca, sus labios cálidos eran tal como los recordaba, su aliento, eso no podía ser una ilusión, sin lugar a dudas lo otro era un sueño, no esto, esto debía de estar ocurriendo de verdad, ese beso no era una imaginación mía y ella tampoco. La decisión estaba tomada, cualquier otra posible realidad, sin ella, tenía por fuerza que ser una ficción imposible.
Me puse de pie, tomé una camisa clara del clóset y me cambié rápidamente, Suzanne me esperaba con ansias en la sala. Al salir cerré la puerta con llave. Ella me llevaba a paso rápido por las poco iluminadas calles mientras yo la mantenía firmemente asida por la cintura, con la certeza de que no se desvanecería en el aire…
a
Eva sin manzana
Alfredo Cortés
Los detalles no aparecieron en la nota policíaca ni nadie reclamó el cuerpo. Sólo escuetas líneas náufragas en el mar convulso de asaltos, suicidios y crímenes pasionales; crímenes de esos que tanto excitan y alimentan el morbo de los lectores domesticados que leen sin leer y que, con imperceptibles parpadeos, omiten puntos y comas, engullendo golosamente párrafos sin respirar.
Un «nn» femenino más a la fosa común, dijo el forense garabateando mecánicamente la hoja de servicio.
* * *
El largo y silbante bostezo se amortiguó entre los pliegues de la sábana. Eva pestañeó repetidamente con pereza. Desechó la idea de tragarse un sedante, sólo se hundiría en un sopor estúpido que le impediría soñar. Optó por contar ovejas para convocar al sueño y dormir; pero sólo números danzaban en cuanto cerraba los ojos. Sonrió divertida, la noche anterior tampoco pudo contar ovejas, apareciendo en su lugar ladrillos; ahora números, ¿en qué pensaría la siguiente vez? Pensando en números y ladrillos se quedó profundamente dormida. Empezó a soñar.
* * *
La yugular mostraba un corte perfecto, simétrico, tan exacto que haría palidecer de envidia al mejor cirujano. No había en el cuerpo rastros de violencia innecesaria, estaba limpio, ni siquiera los senos abundantes y redondos o las piernas largas y blancas mostraban un mínimo rasguño o un ligero hematoma. Estaba limpia, tal vez el o los asesinos eran conocidos de la víctima y existía confianza entre ellos, concluirían los investigadores más tarde; sólo una sonrisa obtusa y congelada florecía en los labios amoratados. Lástima de cuerpo, tan buena que estaba, dijo el camillero, cubriendo el bello rostro mortecino con una manta percudida.
* * *
Estoy desnuda y eso hasta un ciego lo notaría, pensó Eva al sentir la fresca humedad de la brisa chocar en su cuerpo y endurecerle los pezones. La fría sensación del césped mojado provocaba cosquillas en las plantas de los pies y sentía el barro pegarse entre los dedos, pero caminaba sin dificultad, hasta podría decirse que disfrutaba de pasear entre el fango y las briznas verdes que se pegaban en los empeines. Le sedujo la idea de metaforizar la palabra libertad y se dijo que sería ella misma, caminando desnuda en ese parque inmenso y silencioso —¿era un parque?—, al menos tenía la apariencia de serlo, no parecía otra cosa; además no le importaba, era un sueño y nada más. ¿Es de noche o de día?, se preguntó hurgando en las entrañas de ese tiempo difuso, era esa hora en que la luz se vuelve estéril, en que se difumina la noche con el día, cuando el silencio es abrumador y todas las cosas y las luces y los animales y los rostros y todo se confunde, se mezclan entre sí, y quien lo vive y quien lo siente experimenta en los sentidos un aturdimiento angelicalmente demoníaco.
* * *
Encontraron el cuerpo tirado bocabajo en un solar, junto a un montón de basura descompuesta y periódicos amarillentos, duros y quebradizos. No lo encontró el clásico borrachín que, tambaleante regresa a casa después de una noche de ron barato y putas aún más baratas, pensando todavía en medio de los sopores de la embriaguez en las excusas con que librará la ira de la esposa tradicionalmente gorda y piernas varicosas. No, quien lo halló fue una beata madrugadora a misa de siete que sintió la irrefrenable necesidad de evacuar y corrió al baldío a desahogar el vientre, cagándose en los calzones apenas los bajaba cuando descubrió el bulto inerme junto a ella. La rezadora matinal juró que la muerta la veía con reproche, teniendo apenas tiempo de exclamar un «¡virgen santa!» y salir huyendo.
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