María Laura Gambero - Salvar un corazón

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¿Es posible SANAR las heridas de un pasado todavía presente? Gimena tiene un espíritu libre y, aunque lleva consigo sus propias tristezas, lucha para que nada la detenga. Amenazas, traiciones y ecos del pasado le harán trampa en su camino al amor.
¿Podrá el perdón tender un puente hacia el futuro?

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Mirko se sentó en la cama y miró de reojo a la mujer de rubia cabellera ondulada que dormía desparramada a su lado. Cuidando de no despertarla, se puso de pie y se dirigió al cuarto de baño. Necesitaba comunicarse con Claudia Garrido e informarle que finalmente había logrado colocar los dispositivos de escucha. La casa de Antonella Mansi y Alejandro de la Cruz estaba completamente monitoreada.

Sentado en el retrete, consultó la hora. Garrido solía levantarse alrededor de las seis y media. “¿Despierta?”, escribió Mirko con una sonrisa malévola en sus labios. “Ya estoy en posición. Finalmente, logré que accediera a traerme a su cama. Estoy dentro –del apartamento, no de ella–. De la Cruz está en MIA y regresará el viernes por la noche en un vuelo privado. No me dijo para qué viajó, pero lo averiguaré. Ya instalé todo. Los ambientes que suelen frecuentar están cubiertos. En media hora también deberían empezar a funcionar los dispositivos. Estate atenta a las imágenes y los sonidos”.

La respuesta de Garrido no tardó en llegar. Bajó la vista y sonrió al leer. “No pienso quedarme a escuchar cómo te diviertes. Luego la escucharé a ella. Camilo ya tiene sus órdenes. Ocúpate de que no vaya a la editorial hasta el mediodía. Nos vemos luego”.

En algún punto lo divertía alterarla, provocarle celos con Antonella, mucho más si tenía en cuenta que era ella quien lo había puesto en manos de la editora. La fiscal se había convertido en su amante mucho antes que Mansi y, por un tiempo, había logrado despertar mucho más que su interés; algo que nunca le diría a ella, por supuesto. Claudia Garrido disfrutaba tanto del buen sexo como del estímulo que unas buenas líneas podían otorgar. Juntos habían compartido encuentros memorables que por varias horas los transportó a otras dimensiones. Pero todo tenía su precio y él lo estaba pagando con creces pues, sin previo aviso, Garrido comenzó a mostrarse excesivamente posesiva, algo violenta y obsesiva con él.

“Bien. Esta tarde también la tengo ocupada; Antonella arregló una sesión de fotos con cuatro modelos nuevas de la Agencia De la Cruz. Luego te indicaré sus nombres y características. Creo que tengo algo. Ya te contaré más”, respondió Mirko.

Tenía que ponerse en movimiento y para ello necesitaba un refuerzo. Se apresuró a buscar en la bata la bolsita que había escondido la noche anterior. Rápidamente, preparó las dos líneas y, segundos más tarde, se regocijó al sentir el efecto que se esparcía por su cuerpo.

Se frotó la nariz buscando eliminar cualquier resto de droga y entreabrió la puerta; no escuchó un solo ruido. De nuevo en la habitación, se movió con sigilo; primero fue hasta su abrigo y buscó un pequeño tubo metálico y una bolsita de donde extrajo un botón negro diminuto. Divisó el celular de Antonella sobre la mesa de noche; fue hasta allí, lo tomó y se ocupó de instalar el pequeño dispositivo.

Giró y se acercó a la cama donde ella dormía parcialmente cubierta por la sábana. Activó el dispositivo y le tomó varias fotografías para enviárselas al número que Ibáñez le había indicado. Luego las borró para que Antonella nunca se enterase de lo ocurrido. Buscó su propio teléfono y escribió: “Todo listo. Me ocuparé de que no llegue hasta pasado el mediodía”.

CAPÍTULO 3 Q ué me pongo qué me pongo qué me pongo La pregunta - фото 13

CAPÍTULO 3

¿Q ué me pongo?, ¿qué me pongo?, ¿qué me pongo? La pregunta rebotaba en su mente provocándole ansiedad y una sensación de vértigo que la alteraba. El asunto de elegir su vestuario le generaba tanta tensión que hasta se le cortaba la respiración. Vestirse debería ser algo natural. Lo era para todo el mundo, menos para ella.

–¿Qué mierda me pongo? –estalló, ofuscada, cuando ya no soportó la presión que ese hecho insignificante le generaba.

A Gimena la contrariaba tener que destinar tantos minutos a algo que para ella era una pérdida de tiempo. La fastidiaba verse en la obligación de concentrarse para decidir si lucía de negro, de blanco, de azul o de amarillo. Pero, esa mañana, quería verse bien a los ojos de toda la editorial, ese era el único motivo por el cual estaba dedicando tanto tiempo a seleccionar el vestuario.

En Madrid, su gran amiga Belén le había enseñado un par de tips para salir del aprieto y así sentirse segura; pero no estaba funcionando esa mañana. Pantalón negro, camisa blanca, el abrigo que gustes, recordó las palabras de su amiga. Botas, las que desees; siempre en la tonalidad del pantalón o el abrigo; por supuesto, botas con tacón, para que tus piernas se vean mucho más largas y delgadas.

Odiaba sentirse tan insegura en ese campo. Desde que tenía recuerdos, todos criticaban su forma de vestir. No lo entendía, no podía comprender que la gente prestara tanta atención a algo que para ella era completamente secundario. Tomó una camisa blanca y el pantalón ajustado de terciopelo negro. Por último, se calzó las botas de caña media con elegante tacón y puntera de croco. Se miró al espejo y se vio tan insulsa, tan falta de colores, que tuvo ganas de llorar. Accesorios, Gimena. Accesorios. Eso le hubiese dicho Belén. Pensar en su amiga madrileña y recordar sus consejos la tranquilizaba.

Llevada por un impulso, miró su reloj y calculó la diferencia horaria con Madrid; debía ser media tarde en España. En un arranque desesperado, tomó una fotografía de su imagen en el espejo y se la envió a su amiga preguntándole si tenía alguna sugerencia.

“Eres de no creer, Gimena. Ponte las cadenas doradas que coloqué con los accesorios. También el abrigo bordó de cuero que te sienta de maravillas, junto con la chalina de seda de Hermes que te obsequió Étienne para tu último cumpleaños. Luego te maquillas. Rocíate con Miss Dior, que te hará sentir Natalie Portman y, quién te dice, tengas la suerte de cruzarte con Thor en Buenos Aires. Envíame una foto cuando estés lista”, le respondió.

Gimena acató cada uno de los puntos que Belén le había indicado y, una hora más tarde, dejaba el apartamento sintiéndose segura y a gusto con su apariencia. Todo gracias a su amiga, que terminó asesorándola a la distancia. Sonrió al pensar en Thor. Definitivamente, ella no tenía nada de Portman, ni siquiera la planta de Perfecto asesino.

Gracias a una segunda nota que Raúl le había dejado en la mesa de noche, descubrió que las sorpresas no habían terminado. Un monumento tendría que hacerle a Raúl Olazábal , pensó Gimena. Su querido amigo no solo le había ofrecido su apartamento para que ella se instalara, sino que, conociéndola, había llenado el refrigerador de delicias que no necesitaban mucha elaboración y, como última genialidad, le había conseguido un hermoso y coqueto Fiat 500 de color rojo. Gimena no lo podía creer y, antes de subirse, tomó una fotografía para enviársela a Raúl. “Te adoro, amigo”, escribió. “Me encanta. Gracias, gracias, gracias” . Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando la respuesta ingresó a su celular. “Procura no matarte en el tráfico de Buenos Aires. Disfrútalo mucho, preciosa”.

La Editorial Blooming funcionaba en la segunda planta de un edificio ubicado en la calle Chacabuco casi esquina México, en pleno vecindario de San Telmo. Tal como le había sucedido cuando se presentó en las oficinas de la editorial en Madrid, estaba nerviosa, la tensaba no saber con qué podría encontrarse. No obstante, salvando las distancias, en esta ocasión Gimena se presentaba en calidad de enviada de España, lo cual le agregaba un plus interesante.

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