María Laura Gambero - Salvar un corazón

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¿Es posible SANAR las heridas de un pasado todavía presente? Gimena tiene un espíritu libre y, aunque lleva consigo sus propias tristezas, lucha para que nada la detenga. Amenazas, traiciones y ecos del pasado le harán trampa en su camino al amor.
¿Podrá el perdón tender un puente hacia el futuro?

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Su mente trabajaba a toda velocidad, pero la imagen de él consumiendo no lo estaba ayudando. Aunque el deseo se despertó, en todo momento fue consciente de que la propuesta bien podía ser una trampa. Alzó la vista y miró a la mujer que lo estudiaba a la distancia.

–No voy a aceptar sin saber de qué se trata –balbuceó Mirko algo desconcertado.

–Milosevic, usted no está en condiciones de hacer ningún tipo de reclamo –dijo la fiscal poniéndose de pie y, bordeando la mesa, se le acercó–. Lo que sí puedo asegurarle es que, de aceptar, alguien de mi equipo se ocupará de gestionar la autorización para que empiece a salir en libertad condicional. Tal vez se pueda apelar al sistema dos por uno. Después de todo, lo sentenciaron a once años y lleva casi seis encerrado.

La mujer reunió todos los documentos en silencio, claramente dando por terminada la entrevista.

–Piénselo. Analice bien lo que le dije –sugirió–. Le doy una semana para que considere minuciosamente lo que conversamos –insistió. Una nueva pausa logró poner un poco de suspenso a su discurso–. Lo digo en serio. Si se decide, puedo ocuparme de que el juez de ejecución agilice su salida. Al aceptar mi propuesta le quedaran menos de seis meses de encierro, Mirko, y cumpliría su condena en libertad condicional. Yo, en su lugar, comenzaría a pensar en el futuro. Nos vemos en siete días, Milosevic.

La fiscal no le había mentido esa vez. Tan solo una semana más tarde volvió con una propuesta formal en la que se veía tanto el sello de la Fiscalía como la firma de un juez. Eso lo tranquilizó un poco. Tras un ida y vuelta de palabras, y ante la condición de que trabajaría bajo las órdenes directas de la fiscal, Mirko terminó firmando. Luego hablarían de los años pendientes de condena.

Seis meses más tarde, llegó la notificación de que le habían otorgado el beneficio de la libertad condicional. Su vida parecía estar encauzándose, eso fue lo que pensó al contemplar consternado el papel firmado por el juez Máximo Ramírez Orión. Saldría, finalmente pondría un pie fuera de ese agujero. Le costaba creer que fuera cierto.

Llevaba grabado en su mente el instante en que cruzó el portal pensando que todo sería más sencillo desde ese momento en adelante. El sol lo encandiló al poner un pie fuera del penal, y cerró los ojos disfrutando de la sensación. Lo primero que vio al abrirlos fue a la fiscal Garrido conversando a pocos metros del estacionamiento con un hombre a quien no conocía.

Sin mucha explicación lo subieron a un vehículo y lo trasladaron a la Ciudad de Buenos Aires para instalarlo en una vivienda céntrica. En la casa de tránsito, como Garrido la llamó, encontraron a un hombre bajo, de hombros anchos y mirada dura y penetrante, que la fiscal presentó como Gonzalo Ibáñez, un colaborador suyo que también formaba parte de la misión.

Mirko apenas lo saludó y bajó la vista hacia las tres fotografías que Ibáñez colocaba sobre la mesa. En todas se veía a un individuo de mediana edad al cual Mirko nunca había visto. En la primera, el hombre caminaba por la calle hablando por celular. Era atractivo, de cabello oscuro y tupido, tez trigueña y rostro cuadrado de rasgos duros. En la segunda fotografía se lo veía conduciendo un BMW negro último modelo. En la última, en una pasarela rodeado de bellas y jóvenes mujeres.

–¿Quién es? –preguntó Mirko, intrigado–. Sinceramente no lo conozco.

–Ya sé que no lo conoces. Tampoco él te conoce –le aclaró Garrido–. Ese es uno de los motivos por los cuales fuiste elegido.

–Su nombre es Alejandro de la Cruz –informó Ibáñez con sequedad–. Aunque es hijo de argentinos, nació en Perú y vivió la mayor parte de su vida en Miami, donde se relacionó muy bien y logró abrir una agencia de modelos. Hace ya tres años que se instaló en Buenos Aires.

–De la Cruz es el principal accionista de una agencia de modelos que tiene su casa matriz en Miami y dos subsidiarias, una en Buenos Aires y la otra en la provincia de Misiones –prosiguió la mujer, ahora adueñándose de la conversación en una clara actitud de superioridad que divirtió a Mirko–. Estamos tras la desaparición de estas tres chicas –agregó colocando frente a él la fotografía de cada una de ellas–. Sabemos que pasaron por esa agencia. Pero todas las investigaciones llegan a punto muerto porque las tres chicas, muchos meses antes de sus desapariciones, habían rescindido sus contratos.

Ibáñez volvió a hablar de De la Cruz, mientras la fiscal colocaba otras fotografías sobre la mesa para avanzar en la información que debían suministrarle. Mirko concentró entonces su atención en las imágenes de una atractiva rubia de voluminosos senos y figura curvilínea.

–En dos meses comenzarás a trabajar para esta mujer. Su nombre es Antonella Mansi, es la esposa de De la Cruz.

Mirko alzó la vista y clavó su mirada azulada en los ojos de la fiscal. Una vez más, notó en la pupila de la letrada el solapado interés que ella intentaba doblegar. Sonrió vanidoso y, ya más seguro, se atrevió a preguntar:

–¿Qué quieren que haga con esa mujer? –trataba de entender–. ¿Quieren que la seduzca para molestar al esposo?

–No, hombre, no sea básico –protestó Ibáñez. Miró a Garrido–. No va a servir. Te lo dije.

–Es la directora de una revista de moda. Creemos que ella es la principal pantalla para las operaciones de su esposo –informó la fiscal–. Tengo entendido que sabes manejar una cámara. Hasta donde sé, te defendías tomando fotografías para Candado y, por lo que averigüé, en tus años de encierro leíste bastante sobre el tema.

Mirko asintió preguntándose si sabrían qué tipo de fotografías tomaba. Seguramente.

–En unas semanas esa mujer necesitará un fotógrafo –prosiguió Ibáñez sin abandonar el tono áspero–. Alguien deslizará su currículum con una recomendación, y lo llamarán. Para entonces, deberá estar preparado.

–¿Y qué se supone que haré mientras tanto?

–Mientras tanto te quedarás aquí –retomó Garrido, que había seguido la conversación en silencio–. Hasta que el momento de entrar en acción llegue, estudiarás toda esta carpeta. Aquí está toda la información que necesitas; teléfonos, procedimientos y el modo en el que necesitamos que te desenvuelvas.

Se hizo un silencio. Mirko tomó la carpeta y hojeó su contenido.

–Hay algo que aún no te he dicho –deslizó Garrido sabiendo el impacto que tendría la información que estaba a punto de suministrar–. Tu viejo amigo Candado está involucrado en toda esta operación. También a él lo queremos atrapar. Supongo que sigues pensando en vengarte del maldito desgraciado que te mandó a prisión.

La propuesta de Garrido le había cambiado la vida, y Mirko era muy consciente de que a ella le debía su libertad y la posibilidad de tener un futuro. Hacía ya más de un año que lo había contactado; habían pasado casi siete meses desde que logró ingresar en la Editorial Blooming, y poco más de cuatro que había conseguido despertar el interés de su directora. Tal como originalmente la fiscal le informó, Antonella Mansi era la cabeza de la editorial que manejaba dos revistas puntuales; una de moda, que acaparaba más del 85% del presupuesto y generaba buenos dividendos y alto grado de popularidad; y otra de carácter cultural, que cubría semestralmente los eventos más destacados de la ciudad.

Por un tiempo, Mirko creyó estar alcanzando cierta estabilidad y que bastaba con informar todo lo que sucedía en la editorial. Pero, entonces, llegaron nuevas órdenes: seducir a Antonella Mansi e intentar llegar a los lugares de mayor intimidad, para colocar dispositivos de escucha.

Luego de haber logrado que lo aceptara en el plantel de fotógrafos de la sección moda, no le había costado mucho seducirla y que ella lo aceptase, primero en su despacho y poco a poco en su cama. La mujer, con sus cuarenta y tantos, se había sentido más que halagada porque un hombre como él se interesase por ella. No obstante, por el momento, además de cansancio, no era mucho lo que Mirko había logrado reunir, pero sí podía asegurar que esa mujer escondía algo turbio y que estaban bajo la pista correcta.

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