En el texto se ha insertado en cada capítulo una “dibucarta”; son textos cuyas letras van configurando un dibujo y que fui incluyendo en el blog en el que íbamos contando nuestro viaje. Se deben leer de izquierda a derecha y en los textos circulares siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Cuando el texto se interrumpe lo hace con puntos suspensivos (dos o tres) debiendo continuar la lectura donde se repita ese número de puntos suspensivos. Para los que no consigan culminar el ejercicio de lectura, en un anexo al final del libro está la transcripción de todas ellas.
Esperamos que tras la lectura del libro muchos navegantes de fin de semana se aventuren a abrir los horizontes de sus pequeños veleros. La aventura y la felicidad están garantizadas.
Los largos preparativos
Una vuelta a España a vela no se improvisa. Los preparativos son largos y, a menudo, sobre todo en el aspecto legal y administrativo, tediosos. Podemos dividir este capítulo en la preparación del barco, los temas administrativos de la navegación y la resolución de la situación laboral durante la ausencia.
A la preparación del barco no se le puede poner una fecha concreta. Es un largo proceso en el que se juntan mejoras hechas para nuestras navegaciones anteriores, con modificaciones específicas para este viaje, como el cambio de zona de navegación. Por eso las abordaremos todas juntas.
En primer lugar, el Tonic 23 adolece de una fragilidad estructural en la fijación de los obenques, reconocida en todas las revistas náuticas que han analizado el barco, sobre todo entorno a los años ochenta cuando más se vendió. En lugar de anclarse en la cuaderna que coincide con su entrada en el casco, están anclados con un simple herraje y dos tornillos pasantes que atraviesan la cubierta. Los esfuerzos que aguantan los obenques generan una tracción hacia arriba que, en algunos casos, pueden deslaminar la cubierta o agrietarla. Para evitarlo reforzamos la parte interior de la cubierta con chapas de acero inoxidable hechas a la medida que, a su vez, son atravesadas por los tornillos pasantes del herraje de los obenques. Por ahora ha sido suficiente. Otros propietarios han añadido un cadenote que han fijado en la cuaderna, solución que personalmente reservamos por si el refuerzo anterior no fuera suficiente, lo que por ahora no ha sucedido.
Para las guardias al timón, en caso de mal tiempo o navegación nocturna, instalamos una silla de guardia (reutilizada de una bici ciclostática) sujeta en la escalera del tambucho. Permite, navegando con timón automático, controlar el rumbo desde el interior de la cabina observando el mar a través de los cristales de proa de la cabina. Posteriormente nos dimos cuenta que con lluvia no era utilizable, pues las gotas en el exterior o la condensación en el interior entorpecían la visibilidad a través de la ventana de proa. Pero en navegación nocturna o con mal tiempo en ausencia de lluvia mantuvo toda su utilidad.
Para conservar ordenadas las cartas de navegación hicimos un soporte vertical de metacrilato frente a la mesa de cartas, apoyado en el mamparo que separa el baño de la cabina. Además de mantener las cartas de papel ordenadas, permitía su consulta y la realización de cálculos elementales sin sacarlas a la mesa, ganando en comodidad. También lo utilizamos para tener siempre a la vista documentos de uso muy habitual, como el pronóstico meteorológico del día o en el canal de Midi, el esquema de las señales visuales, balizamiento, señales sonoras, etc., reglamentarias en la navegación por el mismo.
Si cocinar en un barco siempre es difícil, en uno pequeño y navegando con escora roza el límite de lo imposible. En varias navegaciones hemos tenido que calentar el agua del café de rodillas frente a la cocina, pues de pie era imposible. Para mejorar la comodidad hicimos una cincha antiescoras anclada en el mamparo de la cocina y el borde del fregadero. Aparte de permitir cocinar mientras se navega, descubrimos que la postura que se adoptaba (con el cuerpo echado hacia atrás y, por tanto, no en línea recta sobre el suelo) te hacía bajar la cabeza unos centímetros y se cabía mejor que cocinando de pie. Fue una comodidad adicional no buscada pero muy agradecida. También resultó más cómodo el uso del fregadero. Como medida de seguridad, cerca de la cocina siempre tenemos una manta antillamas por si ocurre un incendio, y muy cerca el extintor.
Aunque la cocinita del barco tiene suspensión cardan, con las olas y los pantocazos la olla se caía. Por eso la sujetamos con muelles al camping-gas, lo que resolvió el problema. No obstante, durante el viaje descubrimos que el fuego del camping-gas era insuficiente para que la olla alcanzase su presión de trabajo, por lo que finalmente todo el viaje la tuvimos que usar como una simple cazuela. Por otra parte, a medida que se vaciaba el gas, la olla llena terminaba pesando más que la bombona con lo que el cardan no funcionaba. Por eso hubo que suplementar la tracción hacia abajo sobre la bombona del gas, lo que hicimos con un pulpo.
En el aspecto energético, el Corto Maltés solo necesita alimentar una luz de navegación (la mínima reglamentaria, blanca todo horizonte en el palo), un GPS portátil, un plotter, la radio VHF y un piloto automático de caña. Para este viaje añadimos una batería de 70 A a la anterior de 35 (que, por cierto, tuvimos que cambiar a mitad del viaje) y para cargarlas instalamos un panel solar semirrígido de 35 W en la tapa del tambucho. En general, ha sido suficiente durante todo el viaje y ha sobrado en las zonas de mucha insolación como Andalucía. Solo al principio del viaje, finales de mayo y el mes de junio por Galicia y Portugal, en que hizo un tiempo casi invernal, algunos días tuvimos que renunciar al timón automático para reservar las baterías para el plotter, que considerábamos prioritario. El resto del viaje dio incluso para cargar los teléfonos móviles, reproductores de música, etc., desde las baterías.
En los barcos pequeños uno de los problemas es el espacio de estiba. En nuestro caso, los compartimentos situados debajo de las camas y asientos de la cabina estaban ocupados con la ropa, velas, libros de navegación, pirotecnia, chalecos, anclas y cadenas de repuesto, etc., y solo quedó para la comida el espacio bajo la cocinita y uno de los pañoles bajo la cama de popa. Para las frutas y verduras que, en cualquier otro lugar se golpean con el movimiento del barco y se pudren enseguida, instalamos una pequeña hamaca bajo el techo de la cabina a proa. Es una solución típica de los barcos de travesía. A pesar de la ilusión que teníamos en ella, en los primeros pantocazos del viaje comprobamos que la fruta se machacaba con el mamparo del pozo de las anclas, se deterioraba más que en cualquier otro sitio y salpicaba con sus trocitos toda la cama de proa. Por tanto no la utilizamos más para ese cometido, y el resto del viaje fue el lugar de estiba de los cables eléctricos, regleta y alargadera, ya que habitualmente los hacíamos llegar al pantalán a través del ventanuco de proa. Probablemente el error fue instalarla perpendicular al eje proa-popa en lugar de paralela al mismo, pero con los anclajes disponibles no había otra posibilidad.
El Corto Maltés disponía de un motor Honda de 4 tiempos y 8 CV con una antigüedad de casi 15 años que, poco antes del viaje, decidimos sustituir. La longitud del recorrido previsto y, sobre todo, los 700 kilómetros del canal de Midi que había que hacer a motor, nos decidieron por la seguridad de llevar un motor nuevo. Optamos por un Selva de 8 CV, 4 tiempos y monocilíndrico. El principal argumento fue su escaso peso (27 kg frente a 45 kg de los de la competencia) lo que facilitaría su manejo, por ejemplo para sacarlo si la hélice cogiera una bolsa de plástico, problema cada vez más habitual por la cantidad de basura plástica que hay en el mar, o para cualquier reparación y mantenimiento. Además, el tamaño reducido de su carcasa, que permitiría algo de giro dentro del pozo y, tal vez, corregir un poco la tendencia del anterior a caer a babor en marcha atrás. Hay que tener en cuenta que en los años 80, cuando se diseñó el Tonic 23, los motores eran de 2 tiempos, con una estructura mucho más ligera y compacta que permitía su giro dentro del pozo. Posteriormente la normativa ha excluido del mercado los motores de 2 tiempos, siendo los de 4 mucho más voluminosos haciéndolos prácticamente rígidos y anquilosados dentro del pozo, lo que ha generado el problema mencionado de caer a babor en marcha atrás al no actuar el chorro de la hélice sobre el timón y no poder inclinar el giro del fueraborda en el sentido favorable. Un problema añadido de los fuerabordas actuales de 4 tiempos es que cada fabricante tiene sus propias medidas (dos motores de la misma potencia pueden tener una carcasa y una estructura muy diferentes) con lo que te arriesgas a que no quepa en el pozo y haya que reformar su estructura de fibra. Por suerte el Selva cupo perfectamente y hasta conserva unos grados de movilidad, lo que permite corregir en parte la tendencia mencionada. El único problema es que, al ser monocilíndrico, al ralentí tiene muchas vibraciones lo que tiende a aflojar las palomillas de fijación y otra tornillería, que debe revisarse concienzudamente, y que es más ruidoso. No obstante, para la mayoría de nuestras navegaciones este problema es despreciable, pues la mayor parte del tiempo lo llevamos apagado (en la vuelta a España, el 90% del tiempo).
Читать дальше