Guerra por las ideas en América Latina, 1959-1973
Presencia soviética en Cuba y Chile
Rafael Pedemonte
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
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Registro de propiedad intelectual Nº 6084
ISBN libro impreso: 978-956-357-258-2
ISBN libro digital: 978-956-357-259-9
Coordinador colección Historia: Daniel Palma Alvarado
Dirección editorial: Alejandra Stevenson Valdés
Editora ejecutiva: Beatriz García-Huidobro
Diseño de la colección y diagramación interior: Francisca Toral
Imagen de portada: Alamy: El líder soviético Nikita Khrushchev junto al líder cubano Fidel Castro en Moscú, Rusia.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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Dedicado a mi familia, mi tribu de nueve,
por el camino recorrido, el amor y la inspiración.
ÍNDICE
Agradecimientos
Introducción Cultura y América Latina: nuevos paradigmas para un análisis descentrado de la Guerra Fría
Capítulo I América Latina ingresa en la Guerra Fría
Capítulo II Los nuevos socios latinoamericanos de la URSS: una primera etapa de acercamiento con Cuba y Chile
Capítulo III Un difícil camino hacia el fortalecimiento de las relaciones entre aliados ideológicos (1966-1973)
Capítulo IV El “dispositivo del acercamiento”: una vasta red institucional para las relaciones culturales
Capítulo V Taladrando la “cortina de hierro”: una acelerada evolución de los desplazamientos humanos
Capítulo VI Los intercambios artísticos: recepción y distribución de productos culturales en tiempos del acercamiento URSS-América Latina
Capítulo VII Cultura e imaginarios: representaciones sociales en América Latina en torno a lo soviético
Conclusión Hacia una historia global y conectada de la Guerra Fría latinoamericana
Bibliografía
AGRADECIMIENTOS
Comienzo esta sección excusándome. Sé que a lo largo de los casi ocho años consagrados a la elaboración del presente trabajo me he beneficiado del respaldo y de la ayuda de un conjunto mayor de personas de las que mi memoria y distracción me permiten mencionar aquí. Inicié, sin grandes expectativas, mis estudios de historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile donde, si en algún momento se me cruzó por la mente la posibilidad de seguir encaminando mis pasos por la senda de la disciplina histórica, esta esperanza fue gatillada por mi desprendido colega y mejor amigo, Gabriel Cid. Sin sus constantes exhortaciones, sin su fe sobredimensionada en mi trabajo, no estaría escribiendo hoy estas cuantas líneas. Las conversaciones con mis entrañables amigos Carlos Willatt y William San Martín, compañeros de tertulias en las que corría el vino y brotaban las mejores ideas, fueron una fuente fecunda de inspiración intelectual y existencial. Siempre en Chile, pude gozar de las estimulantes incitaciones de extraordinarios/as maestros/as, interlocutores y colegas (Manuel Gárate, Carlos Huneeus, Alfonso Salgado, Bárbara Silva, Diego Hurtado, Sebastián Hurtado, Pablo Whipple, Rafael Sagredo, Alejandro San Francisco, Camilo Alarcón, Lily Balloffet, Rolando Álvarez), así como de amiga/os inolvidables: Olivier Delaire, Felipe Rodríguez, Valentina Ruiz, Guillermo Ulloa.
Tendré siempre una deuda especial con Marcos Fernández, primer profesor en haber confiado en mí cuando recién empezaba a rozarme la mente la idea de aventurarme en el mundo de la investigación. El mayor estímulo intelectual que tuve en esos años ya lejanos provino sin lugar a dudas de la recordada profesora Olga Ulianova, mujer maravillosa además de señera historiadora quien, con generosidad inimitable, me impulsó a seguir excavando el terreno pedregoso de la historia de la Guerra Fría y de la Unión Soviética.
Una vez instalado en Bélgica aprendí a conocer a mi “segunda familia”, así como a quienes devendrían en mis mejores amigas/os y confidentes. Con emoción en el alma agradezco a todas/os ellos/as por haberme hecho sentir en casa a pesar de la abrumadora distancia que me separaba de mi tierra natal: François Lavis, Evelyne Dumonceau, Hadrien Lavis, Michel Lavis, Florent Verfaillie, Sébastien de Lichtervelde, Pierre Boueyrie. Mi primo Frédéric Lavis pasó horas haciéndome descubrir los meandros más insospechados de la cultura inabarcable de este país pequeño –incluido el flujo inextinguible de sus cervezas traicioneras– y releyendo atentamente y bajo una mirada crítica las primeras pinceladas de este libro allá por el año 2016.
En París, no podría haber atravesado con éxito esos cinco años de ilusiones, deslumbramientos, pero también desesperanzas y confusión, sin la fidelidad a toda prueba de quienes soportaron mis humores cambiantes, periodos de hermetismo y obsesiones irrefrenables: Nils Graber, Elena Ussoltseva, María Domínguez, Victor Barbat, Lars Halvorsen, Kaja Jenssen, Olivier Lebrun, Giancarlo Tursi, Celia Hecq, Sylvain Duffraise, Sophie Monzikoff y Stéphane Patin. Eugenia Palieraki, cuya inteligencia misteriosa y desbordante ejerció como un aguijón invaluable para mis reflexiones en ciernes, no solo se transformó en esos años en una amiga como pocas, sino que siempre reservó en su mente ocupada un espacio para mí cuando precisé su ayuda sin condiciones. Imposible dejar de mencionar a mis dos directores de tesis, Marie-Pierre Rey y Alfredo Riquelme, quienes leyeron los bocetos inciertos de este libro y contribuyeron extraordinariamente a mejorar sus imperfecciones. Sin el respaldo permanente y las relecturas minuciosas de quienes tuve la suerte de tener como directores de doctorado, habría sido mucho más arduo llevar a cabo este trabajo. Las lectura con ojo crítico y constructivo de los demás miembros del jurado de mi tesis, Annick Lempérière, Alvar de la Llosa y Manuel Gárate, resultaron esenciales para la posterior reelaboración de mi trabajo. Tanto sus agudas miradas como sus estimulantes incitaciones me impulsaron a evaluar una futura publicación. Fue en Francia que emprendí mi primera estadía en Cuba, isla de gente maravillosa a la que mis cuatro viajes me han dado la suerte infinita de conocer: Jorge Fornet, de la Casa de las Américas, Myrtha Díaz, de los Archivos del Minrex, Servando Valdés, Belkis Quesada y Conchita Allende del Instituto de Historia, mis amigas/os Beatriz, Luis Armando, Yoss, Dania, Laura, mi querida Bertica y su familia de gente buena.
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