—Agradecer, no sé. Pero tiene que recuperar esas putas casas. ¿Las va a dejar perder? De qué va a vivir. Si tuviera la propiedad de Estados Unidos creo que no dudaría en montarse en un avión e irse para allá, y más teniéndote cerca. Pero como Ken resultó mezquino.
—Sobre eso prefiero pensar que ocurrió algo que tal vez ni sabremos –contesta José Luis sin dejar de fijarse en el trabajo del lustrabotas.
—Y hay que sacar a Flor de allá.
—¿Le pasaría algo?
—Ojalá que no, pero todo puede esperarse en ese barrio. Lo que se vive allá es un infierno.
—O sea, hay que hacer la vuelta ya.
Julián abandona la página del diario para ver la cara de quien habla tan decidido, pero se topa con las infaltables, pequeñas y oscurísimas gafas de sol de José Luis que impiden verle los ojos. Regresa a su periódico proponiendo ir el sábado.
—Ya me comprometí con Tica para el día de campo –responde José Luis–. Vamos mañana.
—No puedo faltar más al trabajo. Hoy me declaré en calamidad doméstica, ayer tuve compensatorio y necesito una tarde para acompañar a Lorena a la ecografía.
—Pero si tú eres tu patrón. Que se encargue el socio.
—¡Valiente socio! Ya descubrí que hace negocios por su cuenta dentro del mismo negocio.
—Confróntalo.
—Se mantiene armado y es explosivo. Estoy pensando cerrar. No tiene sentido haber terminado una carrera con tanto esfuerzo para perseguir maridos infieles. El trabajo en la Fiscalía puede ser más gratificante. Y es más estable un empleo con el Estado.
—¡Otra vez en conflicto con el trabajo! Parece que no aprendiste de la experiencia en el almacén.
—Donde no quería trabajar y menos con Rubén de jefe, pero como mamá insistió…
—Agradécele. Tuviste lo que necesitabas para volver a la universidad.
—Por lo mismo, porque terminé la universidad, puedo aspirar a algo mejor que resolver casos de mujeres celosas. Qué güevonada. Les hemos hecho promoción a otros servicios pero es lo que más sale. Y ese no era el perfil que pensé para la agencia.
—Trabajo es trabajo.
—No, pero qué clientes más difíciles. Si el marido resulta bisexual, les cuesta aceptarlo, aun viendo las fotos. Para ellas sería preferible que hubiera otra mujer. Y eso afecta el pago.
—¿No haces un contrato antes?
—De nada sirve cuando no les da la gana de pagar. El otro día una señora me exigió devolverle el anticipo. Que el caso no estaba bien investigado, dijo, y que las fotos eran un montaje. ¡Atrevida! Por eso voy a aplicar a la Fiscalía. Y si paso, cierro eso.
—Piénsalo. ¿Lorena no podría administrar el negocio? Dices que es la mejor investigadora.
—Quiere cuidar el bebé en casa. Estoy de acuerdo y ya le dije que la mantengo. Por eso también debo volverme asalariado. No tengo capital.
—Algo te quedará si liquidan la agencia.
—Deudas y la cartera por cobrar… Lorena es lo mejor que me queda. –Julián descarga el periódico en las rodillas y voltea a ver a su hermano–. Tremenda investigadora. Solo tenía un curso en la Policía y otro en la Fiscalía. Cuando Pancho me la presentó y la entrevisté me pareció poco formada, demasiado joven e inexperta… Pero bueno, estábamos con lo del barrio. ¿Vamos el domingo?
—¿Víspera de viaje? Preferiría pasar el último día en casa con mamá. Se va a sentir muy sola sin mi madrina y sin ti. Además tengo que acabar de organizarles la ida en primavera.
—A veces dudo de que mamá haga ese viaje.
—Si es acompañada, sí va.
—Se hubieran ido desde ya contigo. Margó se habría ahorrado el asilo estos meses, ahora que le obliga economizar.
—El invierno no les conviene. Son ancianas.
—Lo serán más cada día. A su edad, un mes envejece… Entonces, ¿cuándo vamos?
—¿Le molesta la musiquita?
La interrupción del lustrabotas deja en suspenso la propuesta de ir al barrio.
—¿Usted sí cree que tenga sentido en este ruido tan berraco? –contesta Julián por José Luis–. ¿Sabe cuántos decibeles registra este sitio? ¡Ochenta! ¡Ochenta para que se sepa! Y las autoridades ambientales, calladas.
—Yo sin mi musiquita no podría vivir.
—Yo tampoco. Y él, menos –dice Julián señalando a su hermano–. ¿Sabe a quién le está embetunando los zapatos?
El lustrabotas alterna miradas entre los dos clientes. No atina a decir nada. Cuando Julián le informa “A un músico”, el hombre se entusiasma, “¡músico!”, exclama, “¿y en qué orquesta canta?”, indaga.
—Cantante no, señor, le dije que músico. Y en los iunais estéis –dice Julián remarcando cada sílaba.
—¿En la usa ? –pregunta el lustrabotas sin dejar de mover el cepillo de crin y mirando alternadamente a José Luis y a Julián.
—Cómo le parece.
—¿Y dónde va a presentarse?
—Nada. Él no da conciertos aquí. Vino por asuntos familiares.
La boda de Julián, celebración anhelada, se juntó con el problema de Margó, drama anunciado. Por eso en la fiesta, la tía más echada para adelante acaparó tanta atención como los novios, aunque lució frágil, vulnerable, indefensa, desvalida, indecisa, amilanada, acongojada, afligida, entristecida, vencida, desengañada, desencantada. Cada cual le puso el adjetivo que mejor le pareció, todos negativos. Cada cual especuló sobre el sitio donde iría a quedarse. Todos opinaron. Que debería vender esas casas por lo que le den pero salir de ellas cuanto antes, que es mejor no venderlas, que en un barrio en guerra ni regaladas, que los paramilitares no se las dejan negociar, que con la operación del Gobierno eso se va a componer, que ya es demasiado tiempo con Flor sola cuidando la casa, que tan confiada la tía, que a Flor se le puede dañar el corazón, que qué será lo que guarda Margó en ese baúl. De Margó a Flor, de esta a aquella. Y los novios apenas despertaron los comentarios precisos aunque se casaban preñados.
Ya salieron de la boda y sigue sin resolverse del todo el problema de la madrina querida de José Luis, principal asunto que él vino a atender. Llegó hace tres semanas y le quedan tres días. Por eso, la ida al barrio es para cogerla de una vez por los cuernos. Julián lo capta y embiste con una última propuesta.
—Hay que ir hoy, no nos queda de otra.
Al oírlo tan decidido, José Luis se llena de ese frío interno que suele pasarle por los brazos cuando se siente frente a algo inevitable pero determinante. “¿Será peligroso?”, se dice en una duda fugaz y recóndita. Se queda mirando al lustrabotas que desliza con velocidad una bayetilla roja de un lado para el otro en su empeño por sacarle más brillo al cuero. Tal operación de limpieza se siente cálida y suave, como un masaje en los pies. Hay una entrega admirable en el gesto del hombre. Le evoca al hermano menor.
—Ignoraba que los restos de Luciano estaban en San Francisco. Menos mal se murió primero que mamá.
—Era lo que ella quería. Se lo oí decir desde que nació. Rezaba para que así fuera. Vivía con miedo de que lo maltrataran o le dijeran mongólico.
—Con razón. Son personas demasiado sentimentales y se dan cuenta de ciertas cosas, así otras no las capten. Luciano las percibía cuando íbamos por la calle, preguntaba que por qué la gente lo miraba raro. Se tranquilizaba y sonreía con la explicación de mamá. Ella me dejó pasmado el día que le dijo que lo miraban porque era muy guapo.
Julián vuelve a parar la lectura, descansa el periódico en sus piernas.
—No sé qué tanto pensaría Luciano sobre sí mismo y su condición, lo cierto es que hablaba muy bien. A algunos no se les entiende nada. Menos mal le enseñamos a comunicarse. –Mira a su hermano–. Ya que dices pasmado, ¡tremenda pasma te dio en el cementerio! ¿Qué te pasó?
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