Lucía Victoria Torres - Tus grandes ojos oscuros

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En esta novela se retoma el universo creado en Rojo como tu pelo, y de nuevo personajes de la familia Sánchez Ruiz enfrentan grandes desafíos. En esta ocasión, Margó, una mujer decidida que buscó tener el control de su existencia, desde muy temprano descubre que una parte siempre estará por fuera de su alcance. Entonces decide adaptarse y aceptar los caminos que las circunstancias le indican: tal vez residir en el extranjero, tal vez una vida matrimonial, y cuando cree que lo ha conseguido, que es dueña de su destino, la violencia que las bandas criminales instauran en su barrio, por su afán de poder y por su enfrentamiento con el Estado, viene a arrebatárselo y a trastornar no solo su cotidianidad sino también el sentido que decidió darle a su vida.

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—No nos acordemos de eso, mejor vamos.

Al salir de la habitación, las mujeres se encuentran con una muchacha que desliza la trapera de un lado para el otro, del zócalo de la pared al borde de la zanja del patio, de este al zócalo otra vez, de principio a fin del corredor, de muro a muro. Sin quererlo, sin saberlo, la muchacha hace que los recuerdos de Margó insistan, que le traigan otra vez la época de monja y la de enfermera. Cuántas veces trapeó y trapeó corredores como lo hace esa muchacha, con las mangas del hábito remangadas, el vuelo de la falda recogido con ganchitos de nodriza y la humildad que caracterizó su paso por la vida religiosa. Incontables fueron también las caminadas por corredores de hospitales, de bata y toca blancas, unas veces chequeando enfermos e historias clínicas, otras fijándose en las condiciones laborales y recogiendo firmas para cumplir los compromisos con el sindicato. Conventos y hospitales, dos espacios familiares para ella, tienen algo en común con el asilo. Cambian la vestimenta y la condición de sus moradores, pero al fin de cuentas todo se reduce a hábitos, uniformes y rutinas. El asilo, lugar ajeno, empieza a ser parte de su vida, su vida misma. De ahí, ¿para dónde? “Para los pabellones y los jardines del cementerio”, lo piensa por un instante, pero no se atreve a decírselo a Elvira; sabe que para su hermana es espantosa la idea de la muerte, indeseable, así signifique la posibilidad de encontrarse con los seres ya idos: Alfonso, Luciano, Ramón, mamá Rosita o Iris.

Un hogar de ancianos parecía ir en contra de la naturaleza de Margó. Poco a poco hermanos y sobrinos fueron aceptando lo impensable. “¿Para dónde más va a irse?”. “Se está volviendo caprichosa”. “La vida en comunidad es lo que le ha gustado”. “Ha vivido en función de los otros”. “No sabe vivir sola”. También ella fue haciéndose a la idea. Las pérdidas llegan cerrando posibilidades. En este caso, de compañía, como en los tiempos opacos del noviciado y la existencia escondida de inmigrante ilegal. Sale del barrio, se distancia de las vecinas, se priva de la criada. Obligada a dejar todo. Para Julián, la culpa la tiene el Gobierno “por su insensatez y desidia”. Margó responsabiliza a las autodefensas. La realidad es que la muerte de Kenneth determinó el desenlace, aunque la decisión final fue solo de ella. Antes de que el comandante de policía llegara a advertirla, ya había dicho “ni crean que voy a pagarles extorsiones, y tampoco les doy el gusto de matarme, prefiero desocupar”. Y cumplió su palabra.

En la puerta de salida a la calle, las dos mujeres se detienen para saludar al portero y empezar a grabarse su cara. Al ver el teléfono sobre el escritorio del hombre, Margó no aguanta la tentación y pide prestado el aparato “para una llamada cortica”. Una llamada que debe colgar sin modular palabra.

—Nada que contesta –dice saliendo de la portería.

—Todavía no lo entiendo. –Elvira ve la oportunidad para insistir en que Flor debería enterarse de la decisión de Margó de irse para el asilo.

—Ni yo, ¡por qué no me responde!

—No. Me refiero a que no entiendo por qué no le has dicho nada.

Margó se detiene antes de empezar a caminar por la acera, acerca su cara a la de su hermana y viéndola a los ojos le dice sin vacilar:

—Para qué insistes si es mejor explicárselo personalmente, sé que va a angustiarse mucho, pensaba que íbamos a seguir viviendo juntas, creía que iba a cuidarme la vejez como a Ken, se lo hice prometer, le generé la expectativa, ¿cómo salirle con un cambio de planes tan grande en una llamada telefónica?, no merece que le haga eso, una cosa así es para hablarla frente a frente, además, han sido varias decisiones a la vez, que salir del barrio, que irme para tu casa, que optar por un asilo, es difícil, necesito coger fuerzas para hacer la parte que sigue, si apenas fuera despedir a Flor, pero tengo que acabar de desbaratar mi casa, mi pieza escasamente la toqué, quedó llena de cosas, y ya con otra aquí a la que le faltan tantas, y tengo que vender esas casas, si es que algún día puedo con lo desvalorizadas que han quedado con semejante guerra que nunca se acabará, porque te acordarás de mí, Elvira, eso allá no tiene remedio mientras siga existiendo toda esta injusticia, corrupción y pobreza…, y vámonos que estamos estorbando a los peatones.

3

—¿Será peligroso ir?

—Vivir es peligroso. Y al final termina uno muriéndose de todos modos.

José Luis queda atónito con la respuesta de Julián. Se fija en cómo va la embetunada de su calzado. Ve que el hombre aplica la grasa sobre la piel del segundo botín.

Se antojaron de hacerse limpiar los zapatos al ver los puestos callejeros de lustrabotas en el pasaje peatonal adoquinado. Venían del restaurante donde con Margó, Elvira y Violeta, y una comida típica, sellaron la jornada de instalación de la tía en el asilo.

Por la mañana, cuando salieron de la casa, aún no habían llevado el periódico al apartamento. Julián lo vio en el casillero de la portería del edificio, lo tomó y lo puso en la mochila arahuaca que cada mañana se tercia al hombro. Se acuerda de que lo tiene, lo saca . Empieza a leer los informes sobre la situación en la comuna.

—Qué tal si vamos por ese baúl. Por ahí derecho buscamos una cortina –propone José Luis.

Al oírlo, su hermano deja pendiendo de un hilo la lectura.

—Hablar con Flor es más importante que un cajón viejo y un trapo –contesta sin voltear a mirar. Otra respuesta contundente que hace callar.

En realidad la cortina dejó de ser indispensable cuando Elvira evalúo la colcha en la ventana y dijo: “No se ve mal”. Entonces Margó contempló las flores del estampado y palpando los flecos por la parte inferior dijo: “En New Jersey me tocó hacer lo mismo cuando llegué y todo el mundo me admiraba las telas que ponía para tapar las ventanas”. Violeta, interesada en que el asunto concluyera y le dejara más tiempo para rebuscarse mejor el libro y los bizcochitos que deseaba llevarle a Eva, concluyó: “Si a usted le gusta, tía, no se diga más. Por ahora esa será la cortina de esta habitación. Es bobada que se ponga a comprar una nueva sabiendo que de su casa le van a sobrar. Ya las recuperará”. Así, la cortina pasó a ser lo de menos y cobró importancia el baúl, asunto imposible de resolver de forma tan práctica. Durante años Margó lo ha tenido relegado a la indiferencia, pero saberlo distante le genera inquietud. Al salir del apartamento de Elvira con el exiguo trasteo hacia el asilo, volvió a lamentarse por ese bendito cajón de madera que guarda lo desconocido, pues solo ella, si acaso lo recuerda, sabe lo que contiene. Al menos así lo cree. Culpó a Flor de no haberlo podido llevar consigo. Al fin y al cabo más resistente y sin más uso conocido que estorbar en el remate del corredor principal, a la empleada le pareció natural ponerle encima y alrededor las cajas de cartón en las cuales iba quedando empacada la casa. Lo dejó ahogado, atrapado, invisible, imposible de sacar en semejante apuro. “Deme tiempo, doña Margó”, rogó. Pero ni modo con una salida tan brava como la que tuvo que enfrentar.

José Luis se fija en los zapatos del lustrabotas, impecables, dignos de su oficio; de lo brillantes, parecen emitir destellos con el sol de las tres de la tarde que les cae encima. Parecido a las losas de mármol negro vistas esa mañana en la visita al cementerio. Su mente liga la imagen de ahora con la de entonces, la situación del cementerio con la que se plantea. Le cambia la perspectiva.

—La cortina, el baúl, si fueran lo trascendental. Es cierto, uno se muere y qué, todo se pierde. Mi madrina debería olvidarse de las cosas que se quedaron. Agradecer que pudo salir de allá. E ilesa.

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