Torres, Lucía Victoria
Tus grandes ojos oscuros / Lucía Victoria Torres. – Medellín: Editorial EAFIT, 2020.
232 p.; 24 cm. -- (Letra x letra)
ISBN: 978-958-720-668-5
ISBN: 978-958-720-669-2 (versión EPUB)
1. Novela colombiana. I. Tít. II. Serie
C863 cd 23 ed.
T693
Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas
Tus grandes ojos oscuros
Primera edición: octubre de 2020
© Lucía Victoria Torres
© Editorial EAFIT
Carrera 49 # 7 Sur - 50, Medellín. Tel. 261 95 23
http://www.eafit.edu.co/editorial
Correo electrónico: fonedit@eafit.edu.co
ISBN: 978-958-720-668-5
ISBN: 978-958-720-669-2 (versión EPUB)
Edición: Marcel René Gutiérrez
Corrección: Carmiña Cadavid
Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes
Imágenes de carátula y guardas: Javier Restrepo (1943-2008). La leche embellece , 1977. Acrílico sobre tela, 100 x 100 cm. Colección familiar.
Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad. Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158, emitida el 13 de febrero de 2018.
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial.
Editado en Medellín, Colombia
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Ken tenía razón. La vida es lo que ocurre, no lo que se espera o planea. Y cualquier cosa puede ocurrir. Siempre. A la edad que sea. Todo depende del lugar y el momento en que uno se encuentre. Qué tan agrestes serán, lo ignoramos. Pueden ajustarse a nuestras pretensiones o ir en contravía de las ilusiones alimentadas a lo largo de los años. En mi caso me he llevado una sorpresa. Enorme. Desagradable. Triste porque nada volverá a ser como antes ni como lo había pensado para el futuro. Me había hecho a la idea de morir en casa acompañada de Flor. Creo que la muerte se facilita si ocurre en un lugar querido y con una persona de confianza al lado. Leal y sincera como ha sido Flor. Pero ya ni sé qué pasará conmigo ni qué será de mis casas. Las dejé el día en que el comandante de policía vino y me dijo: “Lamento mucho, doña Margó, pero ya no podemos garantizarle nada, el presidente ordenó recuperar la zona y se hará una operación de más alcance con tropas especiales de las Fuerzas Armadas que vienen en camino, es una imprudencia quedarse, le recomiendo salir esta noche, si quiere nosotros le ayudamos”. Eran mis casas. Son mis casas. Pero ellos querían una. Dijeron que si no se las daba me secuestraban. Empezaron con anónimos por debajo la puerta. Siguieron con llamadas por teléfono. Hasta que se atrevieron a ir en persona. Yo me sostuve en que no. Ceder al chantaje podía ser el comienzo de algo peor. Claro que negarse también traía consecuencias. Estaban pidiéndome además los fondos de la obra que para administrarlos. Don Rafa les contó que yo manejaba la caja menor y la cuenta del banco. Que le preguntaron por vecinos y conocidos el día que fueron a exigirle plata en efectivo para no quitarle la camioneta. Ese señor. Tanto como nos colaboró en la Fundación con las diligencias y embarrarla de esa manera. Pero no me queda juzgarlo. Cualquiera se intimida ante hombres dispuestos a matar si no se les obedece. Ya había pasado lo de don Alirio a quien le duplicaron la cuota y como se ranchó lo sacaron de la casa por la noche y lo dejaron en el morro con un tiro en la cabeza. Le reclamaron porque estaba poniendo su taller como parqueadero nocturno. Les explicó que necesitaba pagar la universidad de su hijo. Le contestaron que eran dos negocios y por lo tanto dos pagos. Les dijo que primero cerraba y se iba del barrio que darles más dinero. Pero no alcanzó a irse. Pobre hombre. Qué culpa tenía de que su local fuera amplio y lo aprovechara para ganar un dinero extra. Estaba tan orgulloso de que su muchacho hubiera pasado a la universidad. Pensaba sostenerlo hasta el último semestre aunque se sentía cansado de trabajar. Otra familia con los sueños rotos. Pero con esos hombres nadie podía. Tenían doblegados a débiles y fuertes. A la empresa de buses le cayeron encima con cuatro vacunas diferentes. Todos los bandos recibían pago del dueño de la flota. A los transportadores independientes les exigían plata por cada vehículo. A los tenderos les fijaron una cuota que pasaban recogiendo los lunes sin falta. Si las ventas habían estado malas sacaban de los cajones lo que encontraran. Un día don Óscar reviró y le dieron la paliza. Se lo llevaron y lo molieron a golpes en uno de los ranchos que mantenían desocupados para castigar a quienes supuestamente se manejaban mal con el barrio. Ladrones y viciosos o maltratadores de mujeres. ¡Solapados! No tenían derecho. Ellos también violaban muchachas. Robaban. Se drogaban. Hacían daño. Peor. Eran unos matones sin corazón. Cuántas veces de esos ranchos sacaron sin vida a sus víctimas que porque les había parecido grave la falta cometida y mucho el perjuicio ocasionado. Cuántos cadáveres desaparecieron dejando a las familias sin la posibilidad de sepultar a su muerto. Tanta gente de la que nadie volvió a dar razón. Yo vi las listas de perdidos. Ellos ni se inmutaban cuando se las mostraban. Decían que se limitaban a cuidar el barrio. Y como había gente que los apoyaba aunque les temieran… Una vez le oí decir a una señora que esos hombres eran muy queridos porque no se metían con nadie y vigilaban que no hubiera delitos ni delincuentes. Que qué más daba pagarles si con lo que cobraban hacían mejoras y el barrio progresaba… Así pensaban unos. Qué falta de criterio. O de autoridad. O mucha dificultad en las circunstancias. Por eso prosperaron esos hombres cuando se nos metieron al barrio. ¿Que si milicianos o guerrilleros o paramilitares? De todo había y de todo tenían un poquito. De mercenarios. De espías. De guardianes. No podría decirte con precisión lo que eran. En mi caso no supe con certeza con quién estaba tratando. Sé que era más de un bando en pelea y que todos delinquían e infundían miedo y aparentaban trabajar por la comunidad. Yo los veía pasar. Me impresionaba ver tanto jovencito armado. Algunos iban de civil. Otros con uniforme militar y un brazalete de tela por encima de la manga de la camisa con las letras CAU. Nunca los vi con pasamontañas. No les importaba que los identificáramos. Ni siquiera cuando nos paraban en los retenes donde se nos ponían cara a cara. Con los retenes controlaban las entradas a los barrios más periféricos, sobre todo. Ellos definían unas fronteras y teníamos que aguantarnos. No nos aclaraban por qué. Nunca se justificaban. Pero uno sí tenía que explicarles quién era y dónde vivía. Se paraban ahí las veinticuatro horas. Eran cautelosos. Se mantenían alertas a cualquier movimiento. Usaban radioteléfonos y binoculares. Seguido los llamaban. Se avisaban cosas. A algunos se les notaban los nervios.
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