Lucía Victoria Torres - Tus grandes ojos oscuros

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En esta novela se retoma el universo creado en Rojo como tu pelo, y de nuevo personajes de la familia Sánchez Ruiz enfrentan grandes desafíos. En esta ocasión, Margó, una mujer decidida que buscó tener el control de su existencia, desde muy temprano descubre que una parte siempre estará por fuera de su alcance. Entonces decide adaptarse y aceptar los caminos que las circunstancias le indican: tal vez residir en el extranjero, tal vez una vida matrimonial, y cuando cree que lo ha conseguido, que es dueña de su destino, la violencia que las bandas criminales instauran en su barrio, por su afán de poder y por su enfrentamiento con el Estado, viene a arrebatárselo y a trastornar no solo su cotidianidad sino también el sentido que decidió darle a su vida.

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—No sé… Es que impresiona ver tanta tumba de la familia. Todos enterrados. Todos juntos.

—Y todos vamos para allá. Ahí iremos quedando. Sin misterio. –Julián regresa a su periódico.

—Yo no. A mí me dejan en Nueva York.

—Lógico. Te han tratado mejor allá. Es un infierno distinto –Julián estira el periódico y sigue mirando las páginas extendidas–, porque qué caos tan berraco esto aquí. La cosa fue seria.

Pasa una hoja. Otra. Ve fotos de casas destrozadas, con las fachadas llenas de huecos, fotos de encapuchados armados, de uniformados también, fotos de gente que llora, de gente que carga heridos ensangrentados, de gente común atrincherada como soldados. José Luis revisa el segundo zapato, lo aprueba, baja el pie de la caja y paga por el servicio.

—Cóbrese de una vez la de él –le dice al lustrabotas que ya ha empezado a cepillar con ímpetu el primer zapato de Julián–. Este señor me hizo acordar de las embetunadas de Luciano –dice al oído de su hermano–. Cómo era de metódico con la limpiada de los zapatos. No se me quita de la cabeza, lo siento cerca, como si estuviera vivo. Será por la ida al cementerio.

—Su tumba es él de alguna manera. –Julián quita la vista del periódico y mira al frente, hacia ningún punto en especial, pensativo–. ¿Te acuerdas de que al principio se volvía mierda? Y volvía todo mierda. Tuvo que practicar mucho para convertirse en el embolador oficial de la familia.

Dolorosa llega la imagen del hermanito por cuyas manos pasaron los zapatos de la casa: los de ellos, los de Violeta, los de Rubén, los de Brenda, los de Teresa, los de la mamá, los del papá y hasta los de Iris. Los devolvía como nuevos. En retribución, cada uno hacía su aporte monetario. Así, con un gesto natural y amoroso, nació el primer trabajo remunerado del niño de la casa, aunque a él nunca se le habría ocurrido cobrar por sus servicios, que cubrían además la organizada de los clósets y la sacada de mugre acumulada de cualquier cosa.

José Luis se deja llevar por los recuerdos. Ve a Luciano metido en un overol de obrero poniéndose guantes plásticos y escogiendo las medias viejas que utilizará para lustrar. El muchacho las separa por el color, que debe ser parecido al tono del betún y estar acorde con el cuero de cada par de zapatos. Extiende los periódicos para no manchar las baldosas. Iris y la mamá sonríen encantadas con el juicio del niño. Pero el papá, Violeta y Julián se alborotan al descubrir las noticias del día forrando el piso del patio. Sentado como está en una banqueta de patas cortas con zapatos de todo tipo rodeándolo, cajas de betún y cepillos, el muchacho deja la impresión de hallarse frente a un oficio bastante tedioso. Sin embargo, se ve a gusto con su obligación, esforzándose por hacer las cosas lo mejor posible. Parece ser el más consciente de su limitación, como si la consciencia del síndrome que padece hiciera parte del mismo. Julián voltea a mirar a su hermano.

—¿Te arrepientes de haber ido al cementerio?

—No, arrepentirme no.

—Según mamá, querías visitar la tumba de papá porque te remuerde no haber venido al sepelio.

—Más que arrepentimiento, era una deuda por saldar.

—¿Y cómo se salda una deuda con un muerto?

—No era con él. Era conmigo. Esa visita me ha hecho pensar que las cosas existen solamente cuando estamos frente a ellas. Yo he estado lejos. Si uno no ve lo que le representa dolor, pues no lo siente. Pero verlo es otra cosa. Se revive.

—Si se trata de algo que no ha sido elaborado, sí.

—Puede ser que no lo haya procesado totalmente y apenas lo esté descubriendo.

—Un buen comienzo para cerrar el asunto.

—Sí, es posible que la visita al cementerio ayude a la liberación total. Quise ir para ponerme a prueba, te lo confieso. Mi papá ha sido como una ausencia que al mismo tiempo ha significado una presencia imposible de evadir. ¿Entiendes?

—Más o menos.

—He llegado a la conclusión de que fui el deshonor de mi padre y soy la tragedia de mi madre. Pero como es irrefutable que nací de ellos, eso los hace responsables, en cierto modo.

—Ja, si lo tienes claro, ¿entonces cuál es la bobada?

—Su cara de ira cuando me echó y sus insultos, eso me quedó de él y no se me olvida.

—Eso sí es bobada. ¡Seguir pegado de eso! No vale la pena. Suéltalo ya. Estás muy viejo para andar como un adolescente.

—Creí que ya no me afectaría.

—Más te vale saldar la deuda completa para que te sientas en paz. Hacer las paces siempre es conveniente. Lo supe cuando aclaré con mamá y papá por qué me les perdí sin avisarles. Por eso pude volver a vivir con ellos.

—Lo tuyo les pareció menos grave, como una travesura de juventud que podían olvidar. A mí no podían admitirme. En el fondo consideraban vergonzoso que no me gustaran las mujeres.

—Eso fue papá. De resto, ninguno se atrevió a decir nada. Nunca oí que comentaran, ni siquiera Rubén. Al contrario, él te defendía cuando en la gallada se atrevían a decir algo. Mientras que a mí me criticaron. Sobre todo Rubén y Tere que preguntaban que por qué volvían a recibirme después de todo el sufrimiento que había ocasionado.

—Es que tú te largaste y a mí me echaron. Papá me ocasionaba un sufrimiento y a ustedes seguramente yo les inspiraba lástima. Conmigo solo podían sentirse solidarios. Así lo interpreto. En cambio tú quedaste como un desconsiderado e insensible. Un irresponsable. Lógico que estuvieran enojados contigo.

—Puede ser. Sí. Fue una embarrada perderme así sin decir nada. Pero tenía mis motivos.

—Te volviste un desaparecido y tú sabes lo que eso significa, sobre todo en un país tan difícil. Yo hablaba con mamá por teléfono y le sentía la angustia. Ese año le cambió la voz. Cada día la oía cavilar en todas las posibilidades. Cuando emigré, me decía que no la llamara tanto porque me salía muy caro. Pero me daba pesar por lo que sufriría con dos hijos perdidos.

—Sentir pesar por los papás es una trampa. Cae uno en hacer sacrificios por ellos, así como ellos dicen que los han hecho por uno, aparte de haberle dado la vida. Y uno sin haber pedido nada.

—El amor tiene una dosis de sacrificio. Es su naturaleza. No hables que vas a ser papá y tendrás otra perspectiva.

—Seguramente caeré en lo mismo y me volveré un papá convencional. Yo que pensaba cambiar el mundo.

—Ya que decidiste tener una familia haz lo posible porque sea diferente. Ahí puede estar el cambio, a menor escala, claro, pero válido.

—Y tú esfuérzate por ponerte en paz con papá, a ver si puedes vivir tranquilo el resto de tu vida.

—Me mortifica más haber faltado al entierro de Luciano. Me di cuenta hoy, lo sentí en el cementerio. Es que solo era tomar un avión y en cuestión de horas estaba aquí. ¿A ti no te pesa?

—¿Pesarme? –Julián hace una mueca de fastidio y regresa al periódico–. Yo nunca he tenido remordimientos por eso –dice malgeniado. Pasa con afán las hojas del diario. No lee–. Hice lo que había que hacer, dos días llevaba salir de donde estaba, primero caminé y caminé, luego monté en bestia, después en chalupa y en bus, hasta que pude coger una avioneta, pero ya había pasado todo y Teresa me dijo que no convenía que me apareciera, que no me dejara ver, ¿qué culpa iba a tener?

—¿Tere hizo eso? Yo no me acuerdo.

—Porque no viniste, porque no fuiste capaz de montarte en ese avión como decías. En cambio yo sí hice el viaje. Apenas llegué al aeropuerto llamé a la Tere y me salió con que sería otra emoción muy fuerte, que no era el momento y que ella me avisaba cuando fuera prudente. No había casa además y ella no podía recibirme en la suya, menos Brenda y mucho menos Rubén. Tica, papá y mamá estaban repartidos. Mi aparición en vez de ser un alivio hubiera sido un problema más, así me dijo. Y me tocó devolverme.

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