María Cecilia Zunino - Penélope - El día que me casé, otra vez

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Penélope Baldwin Cavagnola, argentina, mezcla de tana y señorita inglesa, protagoniza esta historia de humor, amor, inocencia y rebeldía. Separada y con una hija, decide comenzar una búsqueda de sí misma y del hombre ideal. Para conseguirlo crea una lista con todo lo que debería tener, pero el tiempo le demostrará que no es necesario tildar todas las casillas. Tironeada por las costumbres, los mandatos y sus propios deseos, se irá despertando a una nueva realidad en una novela fresca y divertida, con situaciones absurdas, reveses y giros inesperados, como la vida misma, donde un detalle puede ser crucial para abrir los ojos a una verdad que siempre fue evidente para los demás.

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Penélope. El día que me casé, otra vez

Caci Zunino

Legales Penélope El día que me casé otra vez de los textos María Cecilia - фото 1

Legales

Penélope. El día que me casé, otra vez

© de los textos: María Cecilia Zunino, 2020

© de esta edición: Editorial Tequisté, 2021

Coordinación editorial: M. Fernanda Karageorgiu

Corrección: María Belén Lacentra

Diseño gráfico y editorial: Alejandro Arrojo

1ª edición: febrero 2021

Producción editorial: Tequisté

contacto@txtediciones.com.ar

www.tequiste.com

ISBN: 978-987-4935-65-6

Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni su distribución o transmisión de forma alguna, ya sea electrónica, mecánica, digital, por fotocopia u otros medios, sin el permiso previo por escrito de su autor o el titular de los derechos.

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA

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Zunino, María Cecilia

Penélope, el día que me casé, otra vez / María Cecilia Zunino. - 1a ed. - Pilar : Tequisté. TXT, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-4935-65-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas Románticas. 3. Mujeres. I. Título.

CDD A863

A mis amigas de ayer.

A mis amigas de hoy.

A mis amigas de siempre.

Y a cada mujer soñadora que se proponga alcanzar su propia estrella...

Agradecimientos

A Pablo, mi marido, por hacerme sentir que mi sueño de escribir era posible.

A mis amigas que me han leído, releído y criticado con amor y paciencia en mis etapas de prueba.

Gracias totales a Carolina Martínez Ochab, Sabrina Rossi, Paula Bossel, Puppe Meyer, Laura Pessagno, Marina Huber y Rosario Sáez (siempre en mi corazón) por brindarme el ánimo y acompañamiento vitales en este proceso vertiginoso.

A Fernanda Karageorgiu y Alejandro Arrojo por su sensibilidad y talento.

Introducción

¡Me caso! ¡Encontré a mi futuro marido! ¡Sí! ¡Al fin puedo gritarlo! El hombre ideal. Mi Hombre, con mayúscula.

El único detalle es que lo encontré a mis cuarenta años, tengo tres hijos de distintos padres y un divorcio encima, pero, bueno… “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” Yo, por mi parte, no puedo tirar ninguna. ¡Ni siquiera las encuentro!

Siento un gran alivio al tenerte a mi lado, hombre de mis sueños. Sí. Debo reconocer que aquello de los cuentos de hadas ha disparado más de una ilusión archi-romántica en mí, a lo largo de la vida. He crecido con ciertas ideas fijas que me han costado prácticamente cuatro décadas para recién comenzar a superarlas. Pero, como dije, ¿a quién no le ha costado quitarse los velos e intentar encarar la vida con reglas propias y no impuestas o heredadas? Como mujer nacida en el siglo veinte, soy una más de las tantas que añoró un deseo ajeno y lo defendió con uñas y dientes, como si en realidad hubiese sido el suyo…

Después de grandes sufrimientos y desazón por haberme caído, y de un golpazo haber entendido que nuestros verdaderos sueños a veces están reprimidos y ocultos detrás de todos los velos y mandatos impuestos desde el día en el que pisamos este mundo; luego de haber padecido lo indeseado y llorado como una Magdalena, me puse intransigente. Me fui de mambo (como decimos en Argentina), y me senté, lápiz afiladísimo en mano, y elaboré mi famosa listita. Sí, sí. La Listita. La listita del hombre de mis sueños. No me avergüenzo, porque sospecho que no soy ni seré la única en haberla redactado. Y, claro, después de que te quemás con leche... con más razón afinás el lápiz con saña.

Y, bueno, la listita tenía como ciento veinticinco ítems e incluía desde tu signo del zodíaco, pasando por tu estructura ósea y tus dotes como amante, hasta que supieras cortar cebolla con la precisión de un cocinero experto… realmente no eras fácil de encontrar, amor de mi vida… pero aquí estamos, a punto de pisar el altar…

Cuando nos conocimos, yo ya tenía a mi primera hija: una pequeña demonio de un año y medio, y rulos rojos y enloquecidos, más un divorcio en mi haber. Pero me dije: o lo encuentro con los ciento veinticinco ítems o me voy de monja. ¿De monja? ¡Sí! ¡De monja! La historia de la humanidad está repleta de mujeres que buscaron refugio y bienestar en un convento. Eso de andar saliendo con tipos que te presentan, que ni te calientan o que tienen manitos delicadas (signo de comodidad y poco esfuerzo) o con el pelito súper bien peinado, o con ganas de revolcarse un rato y nada más… no. Definitivamente, eso no es para mí. Ni pensarlo… O al altar con el hombre que cumpla con los ciento veinticinco ítems (y, de ser posible, algunos más) o al convento. Nada de términos medios. Llegué a la conclusión de que ya no me conformo con lo que hay. Por primera vez, creo entender lo que quiero, y eso es lo que deseo encontrar. Intransigente, he dicho.

¿Y si no aparece semejante ser? Me preguntaba, no sin algo de angustia en la garganta (y debo confesar que con un rosario en la mano y cuarenta velitas prendidas a los cuarenta santos que venera mi mamita y que se encarga de que me cuiden y me bendigan desde el cielo). ¿Qué más da? Me respondía, no sin dudar de mis dotes de novicia (porque, a pesar de las cuarenta velitas a los cuarenta santos y el rosario de pétalos de rosas bendecido por el mismísimo Papa y traído del Vaticano especialmente para mí, la verdadera católica es mi mamita).

Por las dudas, visualicé una linda rutina: yo, cual “Novicia rebelde”, cantando y cocinando para las hermanitas del convento, siguiendo una vida tranquila, criando a Mía (mi pequeñuela) al mejor estilo Luisa Kuliok en “La extraña dama”, con el permiso y apoyo incondicional de la madre superiora, por supuesto… Cada vez que transitaba esa fantasía, sentía que no estaba del todo mal. Me sentía capaz de enmendar los pecados que, supuestamente, había cometido (según mi mamita) y de purificar mi alma y la de mi hija.

Eso sí: siempre y cuando no se me cruzara por la mente el cura que me casó la primera vez. ¡Ay, ay, ay, ay, ay! ¡Santa María Purísima! ¡Qué difícil no visualizarlo! El padre Pío… ¡Qué pedazo de hombre! No. Hombre, no, me decía a mí misma mientras trataba de no recorrerlo de punta a punta. ¡Es un religioso consagrado! ¡Qué pensamientos sacrílegos! Ay, ay, ay… pero, claro… decían las malas lenguas que había estado con todas, y cuando digo todas es, literalmente, TODAS las del barrio. Si hubiera aprovechado cuando pude… ya no me permitía que se colara en mis fantasías nuevas. Igualmente, no podía evitar imaginar qué hubiera pasado de haberme atrevido… yo era tan mojigata para entonces que me lo perdí. Me perdí la chance de vivir una aventura que le pusiera más pimienta a la vida. Qué se le va a hacer… Live and learn… no queda otra.

Veamos un poquito qué fue lo que pasó…

Capítulo 1

Soy Penélope Baldwin Cavagnola. Sí, Penélope. ¡Cuántas veces debí soportar el “Hola, Pene” ¡No! ¡Mil veces no! Soy Penny, como “Penny Lane”. A veces siento que nadie me entiende… Yo y mis linajes… Mi identidad partida…

Yes, sure. Explicarle a mis compañeritos del colegio, en la Argentina, que mi sobrenombre es Penny, como en “Penny Lane”, la legendaria canción de los cuatro de Liverpool, no me resultó sencillo. Eventualmente, gracias a mis modales y encantos, mi cabello dorado anglosajón, mi mirada color ámbar Génova casi tan clara como mi cabello y mi piel también dorada en composé, logré que me llamaran Penny.

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