María Cecilia Zunino - Penélope - El día que me casé, otra vez

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Penélope: El día que me casé, otra vez: краткое содержание, описание и аннотация

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Penélope Baldwin Cavagnola, argentina, mezcla de tana y señorita inglesa, protagoniza esta historia de humor, amor, inocencia y rebeldía. Separada y con una hija, decide comenzar una búsqueda de sí misma y del hombre ideal. Para conseguirlo crea una lista con todo lo que debería tener, pero el tiempo le demostrará que no es necesario tildar todas las casillas. Tironeada por las costumbres, los mandatos y sus propios deseos, se irá despertando a una nueva realidad en una novela fresca y divertida, con situaciones absurdas, reveses y giros inesperados, como la vida misma, donde un detalle puede ser crucial para abrir los ojos a una verdad que siempre fue evidente para los demás.

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Pobre Dani y su vacío, y su inmensa soledad de ocho a nueve horas al día. Llegaba a su casa y estaba completamente solo. Andy era asistente de dirección en la tele y trabajaba hasta entrada la madrugada. ¡Qué soledad!

No es bueno que el Hombre esté solo. Dani quería una madre-mujer-amante. Y yo lo abandoné.

Se quedó sin mí también.

El sueño del hombre-niño no podía ser.

Afortunadamente, la historia de Dani y su Andy tuvo final feliz. Me lo crucé hace unos años y me dio la buena nueva: había sido padre de una hermosa beba que le llenó la vida. Su mujer dejó su trabajo tras bambalinas, y se acogió a las bondades de la vida en familia. Me dio una inmensa alegría y, por sobre todo, mucha paz. Todos tenemos nuestros momentos flacos. Lo importante es poder capitalizarlos y salir adelante con más fuerzas.

Capítulo 10

Los primeros tiempos después de una separación son como una zona gris. Ya entendés que no lo querés y que el motivo de tu angustia no es el hombre que se fue, sino la idea de un hombre que ya no está. La idea de un padre para tus hijos. La idea de una familia. Y entonces, como todo es tan reciente y una está tan, pero tan aturdida, se da lugar a todo tipo de fantasías que, a la larga o a la corta, prueban ser impracticables. Fantaseás con que todo puede cambiar y con que se puede volver. Después de todo, todavía no hay nada firmado. Sentís que te merecés una segunda oportunidad. Y por más de que el tipo se haya ido con su secretaria, tenés la esperanza de que haya salido un cretino de tu casa y de que vuelva el mismo cretino, pero convertido, esta vez sí, en Charles Ingalls.

¡Y dale con Charles Ingalls!

Un buen (o mal) día, entonces, te permitís el clásico de clásicos: el revival sexual apasionado. Te encontrás, te mirás, y le das para adelante. ¡Pero, sí! ¿Si todavía el cretino este que se parece a Antonio Banderas en “Átame” sigue siendo tu marido? El divorcio está en marcha, pero no hay nada firmado ¿Por qué no? ¿A quién estás engañando? ¿A qué moral? Y te lo permitís. Pero, cuando todo acabó, te das cuenta de que no te dejó nada, de que fue simplemente un desahogo con matices, algunos nuevos, otros revisitados y otros… otra vez los otros… bueh… ok… Y ahí está. Y lo mirás y tenés claro, más que nunca, que no lo querés, pero querías ver. Tenías que ver. Querías confirmar que, sin dudas, no habría cambios y que Banderas jamás iría a virar de cretino a ese idílico Charles Ingalls. Por supuesto que no.

¿Pero quién te quita lo bailado? Al fin y al cabo, y por más que estuviera con otra, todavía era tu marido… tu maridito… y, sí… de paso te diste un gustito, una pequeña vendetta. Yo también me di el gusto de jugar un poco con vos y de dibujarle una osamenta a tu actual, al mejor estilo Merryl Streep en “It’s Complicated!”…

Recorro mi diario íntimo de aquel día y esto es lo que encuentro…

Aquel día llegó con sorpresas. Los dos pensamos en lo mismo. Fuimos, lo buscamos, y causó el efecto deseado. Todo culminó con una yapa. Una pizca de pasión. Un impulso y una explosión. Pero no hay dolor. Una descarga. Un buen momento compartido, pero sin nostalgia, sin puñales. Nada. Estoy muy tranquila. Puedo disfrutar de un momento así, solo por el momento en sí. Es extraño. Es una nueva sensación. Si bien no es lo que siempre aspiré a tener... no es malo. No es negativo. Lo vivo y está bien. Nada más. Después, dormir tranquila, en mi gran cama, confortable, en paz. El descanso. Me hace bien, me cambia la jornada el acostarme temprano y tranquila, sin presiones, sin obligaciones, sin obsesiones ajenas. Solo descansar: de la mano de una taza de té, unas palabras cruzadas, una novela, una plegaria, o solamente contemplando la nada, o los ojos profundos y rasgados de mi gato.

Capítulo 11

Laura es artista y es brillante. Laura es mi amiga de toda la vida y siempre lo será. Ella ve la vida a todo color. La vida es un enorme lienzo y ella lo llena de colores maravillosos cuando nadie puede ver nada. Pero es difícil seguirle el tren, porque Laura es Laura y los que quieran estar con ella tienen que danzar a su ritmo y mancharse con sus colores. Es inevitable que te salpique.

Hija de arquitectos exitosísimos y súper dedicados a su arte cuadriculado y milimétrico. Qué paradoja… de tal palo… bueno, en este caso salió otra astilla… Roberto y Liliana Montalbán trabajaban de sol a sol, construyendo casas, mansiones o edificios modernos con minuciosa dedicación. A Laura le fomentaban sus dotes artísticas y, si bien el arte de Laura era diametralmente opuesto al de sus padres, ellos nunca le impusieron su mirada. Lo que fuera, con tal de sacársela del medio para poder diseñar, producir y construir. El build, build, build de sus padres fue art, mess, freedom para Laura. Polaroid de colores.

La tuvo a Francesca de muy joven. Se fue al Brasil por su cuenta un verano a «encontrarse con su arte» y volvió con Francesca en sus entrañas. Fran es increíble, es su clon. Si bien no conoció a su padre, parece no haber rencor. Ellas se siguen la una a la otra, mezclando colores a su paso. Cada una va dejando sus estelas que se entrecruzan para generar tonos y matices nuevos. Fran y Laura: puro movimiento y color. Viven gracias a los colores.

Para Laura, mi divorcio fue lo mejor que me pudo haber pasado. No tolera las ataduras. Laura es «libre, como los pájaros»… Igualmente, aunque sin comprenderme, me ha sostenido durante mi proceso de transición hacia la luz al final del túnel. Fuimos a infinidad de brujas y chamanas. Yo no creo demasiado, pero debo reconocer que, en mi recorrido por aquellos ritos sobrenaturales y ancestrales, salía bien clarito que «encontraría mi verdadero camino, siempre y cuando me despojara de mis mandatos y me saliera de mi sendero actual»… Y, justamente, aquella cena de cumpleaños con Justo y Carmela, la tranquera de la estancia Arizmendi, todo ese recorrido fuera del sendero habitual nos trajo hasta acá, Luciano, nuestro verdadero camino. Alto, tan alto.

Capítulo 12

Armand, mi amigo querido. En realidad, Armand se llama Carlos María González, pero él siempre quiso ser Armand. Sí, Armand… qué sé yo… Armand Lousteau o Armand Chevallier. Siempre quiso ser fino y extravagante, pero definitivamente NO podía serlo llamándose Carlos María González.

Yo iba a la primaria con una de las hermanas de Armand, y vivíamos a la vuelta. Si bien él es mayor que yo, no nos costó nada hacernos amigos. Me acuerdo de que, de chiquitos, mamá solía decir: «Ay, ay, ay… le ponen ese tapadito tan suave y delicado al pobre Carlitos…» Yo no entendía lo que mamá quería decir. ¿Qué insinuaba? ¿Qué Carlitos tendría calor? Con el tiempo creí comprender: o el tapadito de los botones dorados le gustó demasiado a Carlitos o fue una corazonada de madre, sabia ella, o sabia su intuición, la que lo vestía como a él le gustaría…

Salir del closet en el siglo veinte no es lo mismo que hoy en día. ¡Cómo le costó hallarse a Armand! Pero ¿qué digo? ¿A quién no le ha costado hallarse en esta vida? Es que se da por sentado que la vida del heterosexual está allanada. ¡Qué falacia! Nadie tiene la vida simple. Desconfío de quien se jacte de semejante vida, libre de obstáculos.

Pero Armand está bien. Tuvo una vida dura en su niñez y adolescencia. Muy dura. Hoy ha llegado a la plenitud. Es un ser de una enorme entereza. Él encontró a su auténtico príncipe azul mucho antes que yo, y pienso que cometió la mitad de los errores que yo cometí, por ingenua. Las amarguras de sus primeros años no lograron destruirlo ni quebrarlo. Lo hicieron sabio. Al cabo de unos años juntos, Armand y Gabriel, entraron en la dulce espera, acariciando la panza de una extraña, soñando con una beba que vendría… papás casi a los cincuenta… qué sé yo… ¿Quién los podría juzgar? Dos almas bellas con todo, todo para dar. Estoy convencida de que esa criatura no podría caer en mejores brazos. Esa mocosa de la elite correntina que había engendrado a una hija por negligencia a los dieciséis años les ofrecía el fruto de su vientre. Armand y Gabriel habían vivido y habían sufrido demasiado. Les había llegado la hora de dar todo el amor del que eran capaces. Ese que llevaron latentes en sus cuerpos y que encontraron donde hacerlo germinar. Era hora de recibir.

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