Rebecca Winters - Bésame otra vez

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¿Segundas partes nunca fueron buenas?
Para Alex Harcourt fue todo un déjà vu volver a Yosemite. Cal Hollis seguía siendo el mismo ránger atractivo que había besado catorce meses antes y ahora estaba más irresistible que nunca. Pero Alex no podía dejarse llevar otra vez… sobre todo tras averiguar su trágico secreto.
Aquel beso nunca debería haber ocurrido. Pero Cal ya estaba medio enamorado de Alex y las segundas oportunidades no se presentaban todos los días. Cal estaba decidido a superar el pasado y, con un poco de suerte, conseguir a Alex.

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Rebecca Winters Bésame otra vez Bésame otra vez2011 Título originalThe - фото 1

Rebecca Winters

Bésame otra vez

Bésame otra vez(2011)

Título original:The Bachelor Ranger (2011)

Serie Multiautor:Sueños Rotos 01

CAPÍTULO 01

ALEX Harcourtse acercó al despacho de su madre y asomó la cabeza por la puerta.

– Ya he hecho esas llamadas telefónicas, mamá. Voy a salir. Tengo una reunión con el consejo de la tribu.

Su madre levantó la vista y movió a un lado su melena rubia.

– Espero que esta vez consigas su aprobación.

– Seguro que sí -replicó Alex.

Estaban en las oficinas de Hearth & Home, la organización que la madre de Alex había creado hacía unos años.

Antes de marcharse, Alex contempló una vez más la gran fotografía enmarcada que había en la pared de detrás del escritorio. Había sido tomada en 1882 y se veían en ella a seis grandes jefes de la tribu zuni.

Su madre solía contarle cómo aquellos jefes se habían ido a Boston a realizar sus ceremonias tribales a orillas del Atlántico y abastecerse de las aguas sagradas del mar. A medida que fue creciendo, Alex fue reflexionando sobre todas aquellas historias, preguntándose por qué no se habían ido al Pacífico, que estaba mucho más cerca de su poblado en Nuevo México.

Con los años, había llegado a conocer la respuesta a ésa y a otras muchas preguntas. Ahora, a sus veintiséis años, el amor que Alex sentía por el pueblo zuni era casi tan profundo como el de su madre.

Muriel Trent Harcourt, la madre de Alex, había recibido a los treinta años una cuantiosa herencia de su familia y la había empleado en ayudar a los niños zunis huérfanos, poniendo a su disposición su propio rancho. Allí, hombres y mujeres zunis sin hijos hicieron las veces de verdaderos padres de aquellas criaturas.

Alex admiraba a su madre y trataba de colaborar con ella siempre que podía. Se sentía orgullosa de que su madre hubiera conseguido dar una familia a cientos de niños zunis, que de otro modo habrían ido a parar, en el mejor de los casos, a un centro de acogida. Ella misma llevaba varios meses tratando de sacar adelante su propio proyecto de ayuda a los niños zunis, y esperaba que en la reunión de esa tarde se diera el primer paso Tras salir de Albuquerque, se dirigió al poblado zuni, ubicado a doscientos cuarenta kilómetros al oeste de la ciudad. Dos horas y media después, aparcó su monovolumen, con el logotipo verde de Hearth & Home, en la parte de atrás de las oficinas del consejo. Salió del coche, anduvo unos pocos metros y llamó a la puerta.

– Adelante.

Entró en la sala donde había estado tantas veces con su madre en los últimos años. Había ya varias personas sentadas alrededor de una gran mesa redonda. Dos mujeres que formaban parte del consejo le dirigieron una sonrisa muy afectuosa. Poco a poco fue llegando el resto de los miembros hasta que todos los asientos estuvieron ocupados.

Lonan, un amigo de la infancia cuatro años mayor que ella, la saludó con la cabeza. Lonan tenía mucha influencia sobre el subjefe de la tribu zuni, que fue el último en sentarse.

– ¿Cómo estás, Alex?

– Muy bien, Halian. ¿Y tú?

– Bien. Hemos tenido un debate sobre tu propuesta y tenemos unas preguntas que hacerte.

– Claro, preguntadme lo que queráis.

Los miembros del consejo llevaban ya casi tres meses haciéndole preguntas. Si no se decidían pronto, su propuesta iba a caer en saco roto. Deseaba con toda su alma que dieran su beneplácito. Y aun así, eso sólo sería el primer paso. Luego tendría que conseguir el visto bueno del jefe de los rangers del Parque Nacional de Yosemite en California. Alex sentía una gran admiración por el jefe Vance Rossiter, cuyo amor por los indígenas americanos le llevaba a creer que estaría a favor de su idea de llevar a un grupo de jóvenes voluntarios zunis al parque.

Hasta que dejó su cargo de senador de Estados Unidos, su padre, John Harcourt, había sido el presidente del comité de los parques federales. Había ido muchas veces a Yosemite durante sus siete mandatos y había llevado a menudo a Alex con él. Así ella entabló amistad con Bill Telford, el superintendente actual del parque. Había hablado con él en muchas ocasiones y sabía que Telford estaba haciendo todo lo posible para que participaran más grupos minoritarios en el proyecto.

Halian fue recorriendo la mesa con la mirada, invitando con un gesto a que todos los miembros de la mesa formularan sus preguntas.

– Un miembro de la tribu tendrá que acompañar a los muchachos.

– Estoy de acuerdo -replicó Alex-. ¿Has pensado en alguien?

– Iré yo -dijo Lonan.

«Dios te bendiga, Lonan», se dijo ella.

Lonan había crecido en una familia de Hearth & Home y, a sus treinta años, era un respetado miembro del consejo, además de un buen amigo. Lonan era un líder natural y los muchachos se sentirían felices de tenerle a su lado.

– ¿Qué pasará si las familias quieren hablar con sus hijos mientras están allí? -preguntó otro de los miembros.

– A todos los niños y a sus familias se les proporcionará un teléfono móvil -respondió Alex-. Así me podrán llamar para consultarme cualquier asunto.

– ¿No cree que ocho semanas son demasiado tiempo? -preguntó una mujer llamada Mankanita.

Lonan y ella tenían pensado casarse antes de que acabara el año.

– Ocho semanas es el plazo habitual para todos los voluntarios que trabajan en el parque, pero dado que este proyecto es sólo una experiencia piloto, parece más aconsejable empezar con cuatro semanas y dejar luego que los muchachos y sus familias decidan si quieran prorrogar o no su estancia por otras cuatro. Eso, claro está, contando con que el jefe de los rangers dé su aprobación. No hay que olvidar que esto para ellos va a ser como unas vacaciones. Aunque tengan que trabajar en la restauración de los caminos y senderos, podrán disfrutar en sus horas libres de todas las maravillas que ofrece Yosemite.

Cuando acabó el turno de preguntas, ella se volvió hacia Halian.

– La fundación se hará cargo de todos los gastos, incluidos los salarios de Lonan y de los muchachos -dijo ella-. Aunque sean voluntarios, parece justo compensarles por el salario que percibirían si se quedasen trabajando en el poblado. Yo estaré con ellos todo el tiempo y les cuidaré como si fueran mis propios hermanos.

Halian miró detenidamente a todos los miembros de la mesa y luego fijó su mirada en Alex.

– Dejaremos que vayan también los muchachos de diecisiete años -dijo con una sonrisa indulgente.

Alex no cabía en sí de felicidad.

– Eso es maravilloso, Halian. Ahora que tengo tu permiso, me pondré en contacto con el parque para que nos den su aprobación final. Te tendré informado de todo. Gracias.

Acabada la reunión, se dirigió al rancho de su familia, situado a mitad de camino entre Albuquerque y el territorio zuni. Una vez allí, vio que aún no habían llegado sus padres. Se sentía demasiado emocionada como para quedarse sola en casa, así que se fue al establo, ensilló a Daisy y salió montada a lomos de su yegua favorita en dirección a la colina de Sunset Butte.

Desde allí podía ver la puesta del sol detrás de las montañas. Respiró una bocanada de aire puro con perfume a tomillo, se bajó del caballo y se sentó en una lancha de piedra para disfrutar del momento. Desde aquella altura se divisaba todo el rancho de sus padres, así como el poblado con los restos de antiguos campamentos zunis llenos de petroglifos y utensilios, de una antigüedad de hasta más de mil quinientos años. Tanto su madre como ella tenían amigos zunis y habían aprendido a comunicarse con ellos en su propia lengua, el shiwi.

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