María Cecilia Zunino - Penélope - El día que me casé, otra vez

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Penélope: El día que me casé, otra vez: краткое содержание, описание и аннотация

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Penélope Baldwin Cavagnola, argentina, mezcla de tana y señorita inglesa, protagoniza esta historia de humor, amor, inocencia y rebeldía. Separada y con una hija, decide comenzar una búsqueda de sí misma y del hombre ideal. Para conseguirlo crea una lista con todo lo que debería tener, pero el tiempo le demostrará que no es necesario tildar todas las casillas. Tironeada por las costumbres, los mandatos y sus propios deseos, se irá despertando a una nueva realidad en una novela fresca y divertida, con situaciones absurdas, reveses y giros inesperados, como la vida misma, donde un detalle puede ser crucial para abrir los ojos a una verdad que siempre fue evidente para los demás.

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A Armand lo crio doña Lola, su mamá. Una santa mujer que se aguantó todo por sus hijos. La pobre no tenía oficio más que el subestimado rol de ama de casa. Venía de una familia humilde y no tenía las herramientas de hoy para enfrentar al machismo feroz de su época. Esa mujer de manos coloradas e inflamadas de tanto fregar, de rostro cansado y agrietado de tanto tolerar, de estómago de acero de tanto masticar bronca e impotencia ante los exabruptos despiadados de su marido. Encarcelada en un matrimonio sin salida, doña Lola puso su cuerpo y alma a disposición de sus hijos queridos. Amor incondicional. Atención y dedicación sin chistar. Dolor contenido. Sonrisa forzada. Esas fueron sus herramientas para tumbar la balanza y compensar tanta crueldad. Así expresó su amor. Así los salvó de la violencia descarada de quien no se podía librar. En una Argentina sin ley y sin divorcio, no había quien la defendiera del machismo de un milico de facto.

Armand despreciaba a su padre. El tipo era un militar de carrera, de los desgraciados y violentos, pero, afortunadamente, bastante ausente. Eran épocas controvertidas en nuestro país, por lo que su presencia en el hogar era muy escasa. Por más escasa que fuera, sabía dejar marcas. A su llegada, una nube negra se posaba sobre el rostro tierno de mi amigo Armand. Sufría por él mismo. Sufría por doña Lola quien ponía una y otra vez la otra mejilla.

Para ella, Carlitos siempre fue especial: el mayorcito de los González. Su mimado, su defensor, su tesoro más preciado. El que enfrentó a su marido una vez que lo igualó en altura. Al que no le tembló el pulso a la hora de hacer justicia. Él la adoraba a su madre. Ella era su musa, su pirámide de cristal, su diosa toda-poderosa a quien empoderó y reivindicó para siempre el día en que fueron juzgadas las juntas militares y el desgraciado cayó en cana de por vida. De por vida, digo, ya que murió en su celda antes del infame indulto.

A partir del encarcelamiento de su padre, los González salieron adelante en todo sentido. Armand abandonó inmediatamente el liceo al que su padre lo había confinado. Entró al bachillerato. De ahí directo a la facultad de psicología, carrera que terminó en cuatro años. Su mente brillante lo llevó al estrellato. Salió del closet de la mano de Gabriel. Le devolvió la dignidad a su madre y ayudó a sus hermanas a progresar. Ese es mi amigo Armand: de oro.

Capítulo 13

Recuerdo cuando le conté a mamá lo de mi separación. Me mandó directo a lo del cura a expiar la culpa, librarme de los pecados, purificarme después de semejante y catastrófico pecado en el que había incurrido y no sé cuántas cosas más…

—¡Pero, mamá! ¿Qué vaya a ver al padre Pío? ¿El que nos casó? ¡No! ¡Dejá! ¡Ni loca! Encima dicen que anda con todas, te imaginás que yo no voy a… —pensé.

Y pensé.

Y pensé de nuevo.

Y lejos de purificarme, caí en la tentación. Era hora de romper con tanto cartón. Si decían que el padre Pío había estado con todas las del barrio… ¿qué le haría una mancha más al tigre? Grrr…

—Ok, mamita. Me voy a ver al cura. Solo porque vos me lo pedís —le dije con cara de niña aplicada…

En el camino a lo del padre Pío Martorel Moretti, mi mente comenzó a volar y a ramificarse de manera extraordinaria.

Es increíble cómo, a veces, tu nombre puede marcar tu destino. Pío Martorel Moretti: condenado a cura o a capo-mafia. El padre Pío era, en efecto, un hombre piadoso. Su obra en la parroquia era magnífica, reconocida, innegable. Pío, además de padre y, fuera cual fuera su fama, era un hombre de bien. Padre Pío, ¿por qué te hiciste cura si te gustan tanto las mujeres? ¿No te das cuenta, tontita? Tengo lo mejor de dos mundos y el perdón garantizado. Soy un buen sacerdote, no se puede negar, mis obras ya son legendarias. Me merezco un poco de satisfacción en pos de un bien mayor, ¿no te parece, chiquita? Después de todo, no soy más que un hombre, un simple mortal, no podría ser un buen pastor si me dejara cegar por la soberbia de la perfección. Uff… después de tanta sequía, este bombón me parecía más que sanador. Además, me quitaría un poco la culpa. ¡La culpa! ¡La bendita culpa judeocristiana! Sí. La vida después de un divorcio sería posible. Con o sin marido. Con o sin convento. Además, no le haría daño a nadie, por el contrario, estaría haciéndole un favor al pobre y sacrificado padre Pío Martorel Moretti.

Y de tanto volar y volar en las ramificaciones de mi mente, al dar vuelta la esquina casi me llevo puesto al padre Pío Martorel Moretti que llegaba justo de dar la misa a las mismas cinco viejas de cada tarde.

Padre Pío, necesito hablar con usted.

Vení, pasá a la sacristía que vamos a estar más cómodos.

¡Chan!

Capítulo 14

Fastidiada, frustrada, asqueada y aturdida. Así salí de la sacristía y me eché a correr en dirección a lo de Armand, sin pensarlo, como los caballos. Me pegué al segundo B del portero eléctrico. Bajó, me abrió y extendió sus brazos de oso. Necesitaba ese abrazo.

—¿Qué te pasa, Rubia? ¿Ahora qué? —me dijo con su ternura habitual. Sollozo. No puedo ni respirar. Sigo sollozando.

—¡Es que no logro nada! ¡No sirvo para nada! ¿¿No ves lo que soy?? ¡Un desastre! ¡Un desparpajo!

—Tranquila, Rubia —así siempre me llamaba Armand—. Subamos, y me contás.

Me arrojé en el sofá a llorar un poco más. Al silbar la pava, el mate calentito me permitió empezar a hablar. No hay conversación posible entre mis amigos y yo sin un mate de por medio.

—Es que… no es justo… una vez que me la juego y me digo, ¡ma, sí! No me caso ni me voy de monja, me tiro una cañita al aire con el cura, el cura con el que estuvieron TODAS, ¡pero TODAS! Voy y le cuento que me separé, que estoy sola y abandonada, ¡por poco le digo “maestro” y me le tiro encima a lo Adriana Brodski! ¿¿Me entendés?? ¡Yo! Insinuándome al cura, en un acto de rebeldía y osadía total…

—¿Qué cura?

—Idea de mamá, por supuesto. De que me tire encima del cura no. De que le vaya a confesar mis pecados. Y yo, entonces, en el camino pienso…

—Pará, Penny, ¿qué cura?

—¡El cura! ¡El bombón que me casó con Banderas! ¡El cura!

—¿¿El padre Pío??

—¡Sí, Armand! El padre Pío Martorel Moretti. ¿Me vas a escuchar o no? Y de pronto Armand largó una carcajada.

—¿Qué te pasa, Armand? ¿Ahora vos te reís de mí también? ¡No sé ni para qué vine! Al final vos sos como tod…

—¡Pará, Penny! —me dijo tratando de contener la risa y con su mirada siempre tierna—, el padre Pío nunca te va a dar calce. Jamás lo haría. Y no es que no lo valgas, Rubia, sabés que si yo no fuera gay te hubiera correteado toda la vida, pero no es el estilo del padre Pío. Él no anda con mujeres.

Silencio.

—¿Qué? ¿¿Me vas a decir que también es gay??

—No. Nada que ver. Ni es gay ni estuvo con esas mujeres. Puro chusmerío de barrio. No le perdonan la facha, nada más. Sentate, tomate otro mate, y te cuento.

Yo, para esta altura, no entendía más nada. ¿Qué podía saber Armand del padre Pío Martorel Moretti? ¿Me estaba mintiendo para calmar mi desazón? Tomé aire. Solo me quedaba escucharlo.

—Ay, Rubia, esta historia no la sabe nadie.

—¿Ni Laura?

—Ni Laura. Pero creo que ya es hora de sacarme este yunque de mi pecho.

Le tomé la mano, la estrujé.

—Acá estoy. Te escucho.

—¿Te acordás de mis años del liceo?

—¡Nefastos, Armand! ¡Los dos peores años de tu vida! ¿Cómo olvidarlos? Todavía no puedo creer que tu propio padre te haya forzado a entrar a ese lugar. Vos sos todo lo contrario. Y eras tan chico…

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